𝐶𝑜𝑛𝑞𝑢𝑖𝑠𝑡𝑎𝑟 ⁶

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Resulta ser que la Huerta no es parte del sistema agrícola del Estadio.

Es su primer y único club o, al menos, la cosa más cercana que tienen a un club en este nuevo bastión de prohibición. Llegar a su entrada, requiere un arduo viaje vertical a través del paisaje urbano del Escheresque del Estadio. Primero, subimos cuatro tramos de escaleras en una torre de viviendas destartalada, mientras los residentes nos observan a través de las agrietadas puertas de sus apartamentos. Luego por un vertiginoso cruce hacia el edificio vecino, donde los niños en el suelo intentan ver por debajo de la falda de Rosé mientras ella se bambolea sobre una pasarela de malla de alambre, tendida entre los cables de soporte de las torres. Una vez en el interior del otro edificio, subimos laboriosamente otros tres tramos de escaleras, antes de llegar, finalmente, a un patio aireado por encima de las calles. El ruido de la multitud retumba a través de la puerta, en el otro extremo: una ancha tabla de roble, pintada con un árbol amarillo.

El lugar está lleno, pero el ambiente parece extrañamente sometido. Sin gritos, sin drogones pesados, sin solicitudes ebrias de números telefónicos. A pesar del clandestino secreto de su oscura ubicación, en la Huerta no se sirven bebidas alcohólicas.

―Yo les pregunto ―dice Jennie, mientras nos abrimos paso entre la multitud de buen comportamiento―. ¿Hay algo más tonto que un grupo de ex-Marines y obreros de la construcción ahogando sus penas en un bar de jugos de mierda? Al menos, es tolerante con la botella.

La Huerta es el primer edificio que he visto en esta ciudad con alguna huella de personalidad. Todo el equipamiento habitual de los bebedores está aquí: tableros de dardos, mesas de billar, televisores de pantalla plana con juegos de fútbol americano. Al principio, me sorprendo al ver ese programa (¿esos entretenimientos aún existen? ¿Todavía hay gente que participa en esas frivolidades, a pesar de los tiempos?), pero entonces, a los diez minutos del tercer cuarto, la imagen se deforma como la cinta de VHS y cambia a un juego diferente, los equipos y puntuaciones cambian a la mitad de una entrada. Cinco minutos después, cambia de nuevo, con sólo un pequeño temblequeo para marcar el empalme. Ninguno de los fanáticos parece notarlo. Observaban ese abreviado y eterno ciclo de partidos, con los ojos en blanco y sorbiendo sus bebidas como jugadores en una recreación histórica.

Algunos de los clientes se percatan de que los observo y desvío la mirada. Pero luego, vuelvo a mirarlos. Algo de esta escena se entierra en mi mente. Un pensamiento se desarrolla, como un fantasma en una Polaroid.

―Tres toronjas ―le dice Jennie al barman, quien parece vagamente avergonzado mientras prepara la bebida. Nos sentamos en los taburetes de la barra y las dos chicas comienzan a hablar. La música de sus voces remplaza al rítmico compás del rock clásico en una máquina de disco, pero incluso esto se desvanece en un zumbido ahogado. Estoy mirando la televisión. Estoy mirando a las personas. Puedo ver la silueta de sus huesos bajo sus músculos. Los bordes de las articulaciones asomando bajo la piel tensa. Veo sus esqueletos y la idea que toma forma en mi cabeza es algo que no había esperado: un plano de los Huesudos. Un vistazo a sus retorcidas y secas mentes.

El universo se está comprimiendo. Toda memoria y toda posibilidad se estrujan hasta el punto más pequeño a medida que cae lo último de su carne. Existir en esa singularidad, atrapados en un estado estático de eternidad; este es el mundo de Huesudos. Son fotos carné de ojos muertos, congelados en el instante en que se dieron por vencidos a su humanidad. Ese instante de desesperanza, donde cortaron el último hilo y se dejaron caer al abismo. Ahora, no queda nada. Ningún pensamiento, ningún sentimiento, sin pasado, ni futuro. Nada existe, excepto la desesperada necesidad de mantener las cosas como son, como siempre han sido. Deben permanecer en los carriles de su loop o se verán abrumados, incendiados y consumidos por los colores, los sonidos, el cielo abierto.

Mi noviɑ es unɑ zombi (Jenlisɑ ɑdɑptɑtion)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora