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Las primeras luces del amanecer comenzaban a teñir el cielo invernal de un rosa pálido, cuando Sesshomaru aterrizó silenciosamente entre el follaje de los árboles.

 La oscuridad aún reinaba en el bosque, la humedad de la noche recién pasada revivía los olores, haciéndolos más intensos y embriagadores, esos olores que se habían vuelto tan familiares para él. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se fue? 

«Definitivamente, tres lunas» Pensó.

Un momento fugaz para la vida milenaria de un demonio como él, pero que en ese momento le pesaba como si fuese un siglo. 

Respiró hondo, liberando tanto sus pulmones como su mente. Por primera vez en tres meses se sentía casi... cómo decirlo... ¿Relajado? No sabía definirlo, pero se sentía enormemente mejor allí, en ese lugar tan banal, pero sumamente diferente. 

En pocos pasos llegó al pequeño claro que se abrió suavemente ante sus ojos, dejando filtrar las primeras luces del día. A pesar de esa visión casi idílica, un gesto de fastidio lo invadió: 

La miko no estaba allí esperándolo. 

Olfateó el aire, buscando su olor. Podía sentirlo mezclado con el repugnante aroma de las hierbas medicinales. Era extraño, ella siempre olía a flores. 

Decidió sentarse, esperaría el momento adecuado para ver a Rin. Después de todo, estaba allí solo para ver a su protegida.

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«¿Qué era ese rumor? Mmmh… parecían leños ardiendo en el fuego... Mmmh sí, también podía sentir su calidez»

«¿Y el delicioso aroma que acariciaba sus narices, de dónde venía? ¡Kami! Se le hacía agua la boca. Pero, ¿qué era lo que le molestaba tanto en los ojos

Giró la cabeza varias veces, pero esa cosa no dejaba de juguetear con sus párpados, haciendo que los abriera. 

Un rayo de sol se filtraba entre las rendijas, era lo que estaba molestando su dulce descanso. Esperen, ¿descanso? No recordaba haberse dormido. 

Un dolor agudo empezó a martillar en su cabeza mientras trataba de recordar esos últimos días. Pero nada.

Estaba en su futón, vestida con su vieja bata de noche. 

Se incorporó, sin embargo, un mareo la obligó a recostarse. Intentó incorporarse de nuevo, esta vez con más calma, logrando controlar el mareo. 

La luz ardiente, que se filtraba con fuerza a través de cada grieta posible, era señal de que faltaban pocas horas para el ocaso.

Enamorarse de nuevo ( Pausada temporalmente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora