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Una vez más, Sesshomaru se apoderó de la boca de Kagome. El deseo de ambos era incontenible.

La pasión movía las manos frenéticas del demonio, explorando el cuerpo de la miko con más ardor y decisión.

Kagome también estaba ansiosa por sentir el contacto con la piel de Sesshomaru, sus manos descubrieron su musculoso pecho, siendo inmediatamente recompensada con un gemido por parte del demonio. En respuesta, el macho mordió sus labios ligeramente, haciéndola temblar.

Sesshoumaru sabía que la miko lo deseaba tanto como él a ella, su cuerpo desprendía tal cantidad de feromonas, cuya intensidad estaba poniendo a prueba su autocontrol. Yako insistía en tomar el mando de su cuerpo, gritando continuamente morder y reclamar a la hembra como suya.

La hizo tenderse en el suelo, su mokomoko envolviéndola con una ternura que chocaba con su impetuosidad. No dejaba de besarla, en la cara, en el cuello, sanando las heridas en sus brazos con cada roce de sus labios.

Kagome no pudo contener un suspiro cuando Sesshomaru le arrancó el obi del kimono. No apartó la mirada de ella mientras, con una delicadeza innata, movía los pliegues de la tela, dejando al descubierto su cuerpo desnudo. Sus ojos nublados de deseo le rogaban que continuara, que la tomara de una buena vez, pero él se detuvo, parándose sobre ella para admirarla.

Sesshoumaru nunca se imaginó que pudiera existir una fémina capaz de quitarle el aliento. Los pechos llenos, firmes, terriblemente tentadores, esas caderas tan suaves siguiendo una línea prácticamente perfecta, la piel blanca que reflejaba la cálida luz del fuego y, qué decir de aquella parte que tanto deseaba saborear... Era hermosa.

Kagome de repente se sintió avergonzada bajo esa mirada que parecía querer devorarla. Los ojos de Sesshomaru habían adquirido un tono diferente mientras recorrían su cuerpo y, cada punto que miraba, parecía encenderse instantáneamente.

Instintivamente, la sacerdotisa trató de cubrirse, pero sus manos firmes la detuvieron.

—Quieta.

Kagome sintió que el calor se encendía aún más autoritariamente, saber que él quería mirarla la avergonzaba y la halagaba al mismo tiempo.

—Yo también quiero verte —dijo ella, con una mezcla de timidez y descaro.

Sesshomaru respondió con una sonrisa que dejó al descubierto sus afilados colmillos. Este gesto hizo temblar el cuerpo de Kagome con una intensidad que ni siquiera ella se imaginaba

Sesshoumaru se quitó el kimono, quedando desnudo de rodillas sobre Kagome, no había rastro de vergüenza en su mirada cuando la de ella cayó sobre su erección.

Enamorarse de nuevo ( Pausada temporalmente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora