Capítulo 1

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Apenas abrir los ojos y percibir que no estaba en casa o en algún bar con olor nauseabundo, sino que estaba metido en una habitación totalmente blanca, espaciosa y con una ventana que daba paso a un frondoso árbol que acariciaba el vidrio no era exactamente lo que él esperaba.

Pero no, para su suerte no estaba en un sanatorio.

Punzadas en sus antebrazos le hicieron percatarse que tenía jeringas conectadas a quién sabe qué sustancias inyectadas en varias zonas de sus brazos.

La visión le fallaba, era como si no hubiese visto la luz del sol en semanas, los sonidos también eran demasiado pesados, taladraban en su cabeza.

—¡Katsuki!

Escuchó como un eco en su cabeza, tapándose los oídos por inercia ante tal estruendoso grito.

Pasaron algunos segundos y sin reaccionar todavía fue rodeado por los cálidos brazos de su madre. Lo sabía porque ella era la única que gritaba de la forma anterior, además que aquellos gritos ya eran algo común en su día a día.

—Me estás ahogando..— Se quejó, sintiendo bastante presión todavía entre los brazos de la mujer que al percatarse lo liberó, desordenando su cabello en su lugar.

—Tardaste en despertar, hijo—. Desvió su vista hasta su padre quién realmente tenía grandes ojeras, parecía haberse maquillado para alguna fiesta del día de brujas.

—¿Qué.. ha pasado?— Se sentía débil, endeble de una manera descomunal que desconocía.

Su garganta estaba reseca, sentía como si quemara sus cuerdas vocales, articular palabras era realmente complicado considerando que hasta su tono al hablar era más grave.

—Creo que aún no es momento de..—Mitsuki calló, escuchando pasos apresurados en el pasillo que dirigía hasta la habitación.

La puerta fue abierta con brusquedad, pero a la vez cuidadosamente.

—¡Bakugou!

El susodicho observó con detenimiento al responsable de su creciente dolor de cabeza que ahora le causaba punzadas irritables.

—Kirishima.. Deja de gritar, maldita sea!— Terminó por sentarse con cuidado sobre la cama en la que se encontraba, señalando con el dedo índice al pelirrojo que había incrementado sus dolores musculares quizás sin darse cuenta.

—¡No le hables así! —Recibió un leve golpe en la cabeza por parte de la mujer a su lado. —¡Eijiro ha estado aquí todo éste tiempo, sé agradecido y compórtate, mocoso!

—Acabo de despertar, ¡¿Podrías dejar de gritar?!— Se quejó sosteniendo su cabeza, irritado. Ya era raro que esa mujer tan fastidiosa estuviera tan calmada.

—Calmense ambos, estamos en un hospital. —Regañó el hombre castaño, soltando un suspiro al acercarle un vaso de agua al cenizo que la aceptó y bebió de golpe.

—Señora Mitsuki.. no se preocupe, lamento hacer tanto ruido. Sólo que estaba algo alterado cuando me dijo que había despertado. —Recorrió una mano tras su cabeza, un poco avergonzado ante la situación que suponía había provocado.

Un hombre vestido de bata blanca quién seguramente era un doctor entró en la habitación.

—Veo que ya ha despertado, joven Katsuki. —Se acercó hasta la cama en la que éste descansaba. —¿Cómo se siente?

—De la mierda—. Contestó, sintiendo que su cabeza empezaba a joderle la existencia nuevamente.

—¡Katsuki!

El hombre pelinegro rió. —Entiendo, pero es normal, ha pasado una semana después de todo, ya se sentirá mejor. —Empezó a revisar su rostro y con una linterna sus pupilas, una revisión común. —Parece que todo está bien.. ¿cómo va su herida?, ¿le duele?

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