14.

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Aquella mañana no podía transcurrir de peor manera para ambos jóvenes. Desesperados por sentir el reconfortante calor de la compasión, confundidos por los sentimientos encontrados que se arremolinaban alrededor de sus gargantas y aterrados de que aquella pesadilla nunca llegase a acabar.

Louis había comenzado a despertarse más temprano de lo normal, sin llegar a cumplir sus horas de sueño necesarias. Sus ojos se dignaban a cerrarse pasadas las tres de la madrugada, pero volvían a abrirse con el primer rayo de sol de las seis.

Apenas podía reconocerse en el espejo cuando observaba su reflejo al lavar su rostro por las mañanas. El azulado color que rodeaba sus ojos por la falta de descanso había dejado de irritarle, pues ya se había convertido en algo lamentablemente rutinario.

Su pequeña máquina de escribir se encontraba en lo alto de su estantería junto a la ventana, criando motas de polvo del tamaño de las ratas. 

Louis ya no escribía.

No encontraba la inspiración ni la pasión para hacerlo. Sorprendentemente nunca había sido capaz de encontrar alguien al que denominar su musa. Desesperado, años atrás, había forzado a su mente para que aquella persona que lo inspirase, fuese Eleanor, pero todo aquello que escribía era más que deshechable.

Dejó que el agua de la ducha se precipitase hacia su cuerpo, creando amargos ríos de angustia sobre su piel, hasta perderse en las profundidades del desague. Enjabonó su cabellera fina y castaña en una gran nube de espuma, que hacía tiempo había dejado de disfrutar, y tras aclararse, envolvió su delgadez en una toalla blanca.

El escandaloso ruido que producían sus hermanas le hizo rodar los ojos cuando abrió la puerta del lavabo, donde conscientemente había intentado pasar el mayor tiempo posible para evitar cualquier contacto que pudiese irritarle y comenzar a gritar, o en el peor de los casos, llorar.

Se vistió con una sudadera de talla grande sencilla de color grisácea y unos vaqueros azulados, tras ponerse los calcetines y calzarse las zapatillas, buscó su teléfono.

El aviso del entrenamiento, aquel día por la tarde, vociferaba en el recordatorio de su agenda digital, emitiendo suaves vibraciones que hacían temblar su mesita de noche.

Resopló, sin poder evitar rememorar todo aquello que lo estaba atormentando, y lo agarró para desactivar aquella axfixiante alarma, antes de cargarse la mochila al hombro y salir de su habitación.

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Harry no lo estaba llevando mucho mejor, pues aunque no quería admitirlo, había pasado las últimas noches en vela, componiendo tristes melodías sobre su teclado, siendo atacado por esos terribles espasmos en su pecho.

El pequeño gato que había comenzado a visitarlo a diario, se estiraba sobre el marco de la ventana, y escuchaba con atención las notas que emitían los delicados dedos de Harry sobre las teclas blanquecinas y negras.

Aún no era capaz de escribir las letras de sus melancólicas melodías, pero deseaba y esperaba que algún día pudiese hacerlo, con la esperanza de poder canalizar sus verdaderos sentimientos en algo que mereciera la pena.

Sus padres habían regresado a los juzgados por el mismo acontecimiento de años atrás, el cual consistía en la falta de implicación de Robert en la vida de Harry, rpincipalmente la económica.

Viviendo en aquella casa, todo parecía trasncurrir correctamente, o al menos eso intentaba Rachel que pareciese a ojos de Harry, con tal de protegerlo.

No tenía suficiente dinero para darle a su hijo la vida que merecía, no pudo comprarle aquella guitarra que una vez pidió, ni esas zapatillas blancas, no pudo pagarle la entrada de su cantante favorito cuando dio un concierto a tan sólo veinte minutos de Holes Chapel, y todo porque aquel irresponsable se dedicaba a tener hijos para luego no preocuparse siquiera de si vivían en condiciones.

sinceramente, tuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora