Lago
15 de julio
Abrí los ojos justo en el momento en que comenzaba a hacerse visible la parte superior del sol en el horizonte. Esperar el amanecer desde el puente flotante del lago se había vuelto una rutina desde que me mudé a Los Tres Álamos, un pequeño pueblo en las montañas con aproximadamente 300 habitantes.
Escapar del ambiente tóxico de la ciudad fue la mejor decisión que pudieron tomar mis padres. Dejaba atrás los grandes rascacielos y el bullicio de la ciudad, aunque extrañaba constantemente el ruido de los autos pasando, los grandes centros comerciales y la adictiva internet.
Nunca me lamenté por perderlos. Ver a mi madre sonreír después de tantos años de enfermedad valía cada picadura de mosquito, cada gotera de la nueva casa y las ampollas que me salieron por pedalear.
La bicicleta se había convertido en mi medio de transporte. Con los gastos de las reparaciones de la casa que nos dejó la abuela, medicinas y un bebé en camino, apenas quedaba para invertir en arreglar mi coche.
Dejé las botas de cuero a un lado y sumergí los pies en el agua helada. La temperatura del lago solía descender por las mañanas. Sin embargo, en lugar de sentir miles de cuchillas clavándose en la piel, sentí calidez. Una extraña y relajante calidez.
Inspiré profundamente, dejando que el aire limpio llenara mis pulmones. Necesitaba estos momentos de soledad. Necesitaba convencerme de que todo estaría bien.
Ningún otro lugar me ofrecía la paz que buscaba. En los Álamos, además del lago solo teníamos una pequeña plaza en el centro del pueblo y muchas montañas para escalar. Cinco de ellas lo rodeaban, encerrándolo en un clima atípico al que nunca me podré acostumbrar.
Mis amigos me invitaron a escalar Olimpia, la montaña más alta de las cinco, cuya sombra se proyectaba hasta rozarme los pies. Alta, majestuosa. Peligrosa. Mi madre y yo éramos nuevas en este lugar, pero mi padre no. Él nació aquí. Y esa montaña frente a mis ojos fue la razón por la que se fue. En su juventud intentó escalarla junto a su hermano mayor, Federico. Antes de llegar a la cima, la cuerda se cortó y ambos cayeron.
Siempre me he preguntado qué sintió en esos breves segundos antes de impactar con las rocas. ¿Qué pensamientos invadieron su mente? ¿Sufrió? ¿O se arrepintió de soltarle la mano a su hermano para que al menos uno regresara a casa?
Limpié una lágrima que se deslizó por mi mejilla. Nada de eso importaba. Mi tío era un héroe.
—Ana. —Escuché el susurró de mi nombre en el mismo instante en que un pez verde, con tonos opalescentes*, saltó y me salpicó el vestido.
Miré a mi alrededor en busca de la fuente del sonido.
—¿Hola? —pregunté, asustada.
Me asomé con cuidado al borde del muelle. El raro pez daba vuelta en círculos. Se sumergió para ganar impulso y saltó. Está vez más alto.
"¿Qué demonios?", maldije mientras limpiaba mi rostro con la falda de mi vestido azul. Mamá me reprendería al llegar a casa. El conjunto de dos piezas de mezclilla, unido en el centro por una fina tira de encaje blanco, había sido su regalo de cumpleaños. El primer diseño que completó cuando sus manos dejaron de temblar lo suficiente para agarrar la aguja.
Agité el agua con los pies, espantándolo. Las ondas se calmaron luego de unos minutos, devolviéndome el reflejo.
La chica de cabello negro y ojos azules me observó desde el otro lado. Algo en el vacío de sus ojos me hizo retroceder asustada de mi propia imaginen.
—¿Hola? —volví a repetir. ¿Había escuchado mal?
La alarma del teléfono vibró dentro del bolso, sobresaltándome. Saqué el móvil y comprobé la hora. Eran las diez de la mañana. Me calé las botas y cogí mi bolso. Si me apresuraba, podía llegar a casa antes del almuerzo.
Volví a tierra firme bordeando la cinta de contención. El acceso al lago seguía cerrado. Dos tablones se habían desprendido, creando un agujero en el medio de la estructura.
Desaté la cadena de la bicicleta y pedaleé a casa. El lago estaba a solo un kilómetro de distancia, antes formaba parte de la misma propiedad.
Al descender por la colina, vi las tejas rojizas del antiguo caserón de la abuela Carmen, nuestro nuevo hogar. Una herencia que nos costó meses de litigio obtener. Los tres ancianos líderes de la comunidad querían comprarnos la propiedad para convertirla en un hotel debido a su cercanía al lago.
Alllegar, guarde la bicicleta en el garaje. La camioneta Ban de mis padres estabaestacionada dentro. Sonreí, ansiosa por conocer los resultados de la ecografíaque revelaría el sexo del bebé.
Estiré la mano para sacar la llave debajo del tapete verde con el cartel de: "Bienvenidos" y la introduje en la cerradura. La puerta se abrió sola, provocando un chirrido escalofriante. Puse los ojos en blanco. Sin duda, la casa era tema de leyendas y cuentos de fantasmas.
Dejé los zapatos en el recibidor y me coloqué las pantuflas lilas adornadas con huellas de gato.
—Nada de gérmenes —imité la voz ronca del doctor mientras me sacudía el polvo.
—¡Ya llegué! —grité para alertarlos.
Recorrí la planta baja buscándolos. Todas las puertas estaban abiertas, pero no había rastro de ellos. ¿Dónde estaban?
—¡Regresé!
Sin respuesta. Parecía que no había nadie en casa.
Despegue la nota que dejaron en el refrigerador.
Ana.
Fuimos a la consulta.
Hay pizza.
No la devores toda.
Te queremos.
Más abajo, antes de salir al lago, les había respondido:
Lo siento por la pizza.
Gruñí. No quería ser la última en enterarme de las buenas noticias. Esperaba ansiosa la llegada de Nadine o Dylan. Ambos le rendirían honor al significado de su nombre: esperanza.
Abrí el refrigerador en busca del premio, rezando por encontrarme una pizza Hawaiana. Adoraba la combinación de los pequeños trocitos de piña junto al jamón y el queso.
Busqué entre los jugos, las frutas, los restos de dulce y panecillos y nada. ¡Nada!
—Dónde. Está. Mi. Pizza.
Eché un ojo a la cocina: Vajilla sin lavar, basura llena, y restos de comida en los rincones. ¿Cómo no lo note antes? Mi madre, al parecer, tuvo durante el almuerzo una reunión con sus amigas. Las arpías habían venido a devorar los comestibles destinados a la ceremonia de revelación de sexo, mi pizza entre ellos, y a consumir... ¿Dos termos de café?
Subí enojada las escaleras de mármol que conducían a mi habitación en la planta alta. Mis padres ocupaban el cuarto principal, ubicado en la planta baja. El aroma a lavanda entró por mis fosas nasales al abrir la puerta. ¿Habían limpiado?
Comprobé la hora en el reloj de pared, la manecilla más corta solo había dado una vuelta a la circunferencia. ¿Tantas cosas habían pasado en una hora?
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Del otro lado del lago(EN FÍSICO)
Spiritual💙Novela Finalista de los Wattys 2023💙 Sinopsis: Ana se siente atraída por el lago que hay cerca de su nueva casa que, según cuenta la leyenda, es el hogar de un espíritu que concede deseos a cambio de monedas. Ella no cree en leyendas ni en histor...