Capítulo 22

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Volar

—Ana, ¿cómo puedes asustarnos así? —preguntó mi madre, enojada. Revisó cada parte de mi cuerpo en busca de heridas.

—Solo fue una caída leve. La rueda delantera se enredó con una rama —mentí, otra vez. Se estaba volviendo habitual.

—¿Y la bicicleta? —preguntó mi padre sin creerse la historia.

—El tío de Julia la está reparando. Alex la llevó al taller ayer por la tarde.

—¿Te duele algo?

—Estoy bien, mamá, te lo aseguro. Ni siquiera tengo un rasguño —le dediqué una amplia sonrisa. Ella suspiró, algo insegura.

—Escuchamos de un accidente en el pueblo y por un momento... —observó a mi padre en busca de ayuda.

—Pensamos que eras tú —concluyó él por ella.

—Lo siento por preocuparlos.

—Está bien, Ana, es que desde el accidente... nada. —Bajó la vista hacia la prominente panza—. Debería tomarme un té, el bebé está algo inquieto hoy.

—Te lo preparo yo, cariño. Descansa.

Mamá me guiño un ojo en complicidad.

—¿Quieres hablar?

Puse los ojos en blanco. Sabía muy bien el doble sentido de ese "hablar".

—¿Otra vez?

—Ayer regresaron tomados de las manos —puntualizó.

—He llegado más allá con un chico y lo sabes.

—Nunca hasta...

—Lo sé. Pero me has explicado lo suficiente para estar preparada.

Mi madre agarró mi cara entre sus manos y depositó un suave beso en mi entrecejo.

—Tienes la confianza para hablar conmigo, Ana. Estoy aquí para ti.

Coloqué la cabeza en su pecho, sintiendo sus latidos.

—Te quiero —susurré.

—¿Interrumpo?

Mamá se apartó con los ojos húmedos.

—¿Y mi té?

—Caliente y servido en la cocina. Prepare para ti también, Ana.

—Gracias, papá.

Mi padre se frotó el pecho complacido.

—Las dejo un momento, voy por un paquete de hojas a la papelería.

—Iremos nosotras —casi grité—. Necesito entregar algo importante y mamá necesita caminar.

—¿Estás segura?

—Sí.

Subí corriendo las escaleras en busca de la carta. Anderson me había apoyado más de una vez, era momento de devolverle el favor. Cambié mi bata de dormir por unos pantalones cortos y lo combiné con una blusa blanca de mangas largas y una gorra del mismo color.

—¿Lista? —pregunté al bajar.

Mi madre volteó nerviosa. Por su expresión, sabía que los había interrumpido en medio de una conversación seria.

—¿Qué están discutiendo?

—Lo hablaremos luego —respondió mi padre seriamente—. Vayan a buscarme esas hojas y diviértanse.

Empujé a mi madre hacia la salida antes que insistiera en cambiarse el vestido floreado que llevaba por otro aún más floreado.

Caminamos por las calles empedradas de Los Álamos, hacuendo paradas en los bancos para descansar. Las calles comenzaban a llenarse de tonos azules y blancos, anunciando el festival dedicado a La Dama Azul.

—¿Por qué no me compras un maíz asado? —pidió—. Tanta caminata me ha abierto el apetito.

Recorrí la aglomerada plaza en busca del vendedor de maíz. Minutos después, lo encontré sentado en un banco de la plaza. A su lado, se encontraba el espíritu con el que una vez hablé. Continuaba en su rutinq habitual, inmune al paso del tiempo. Al verme, me dedicó una amplia sonrisa.

—Hola, mariposa.

—Hola —saludé, colocándome en la fila.

—Has vuelto.

Asentí.

—Veo que ha seguido mi consejo —sonrió.

—Lo he intentado. Todavía me da miedo volar.

—Es normal. —Levantó la vista a las nubes negras que comenzaban a formarse sobre nuestras cabezas—. El cielo puede ser peligroso.

—¿Por qué no me dijo la verdad? —le reproché.

Él ladeo la cabeza, sin entender la pregunta.

—Señorita, ¿qué va a ordenar? —preguntó el verdadero vendedor. La fila se había movido y ahora era mi turno.

—Dos mazorcas de maíz asado, por favor.

Volví a mirar al espíritu mientras el hombre preparaba mi orden.

—Es curioso cómo ponemos una venda en nuestros ojos para protegernos del dolor —respondió—. Y luego culpamos a los demás por no ver.

—No te he culpado.

—Perdoné, no entendí bien.

Me giré hacia elvendedor, esbozando mi mejor sonrisa.

—Sin aderezos —aclaré.

La señora detrás de mí tosió con insistencia, apurándome. Agarré el maíz y pagué al vendedor, dándole espacio para continuar.

—No saben igual que antes. —Se quejó el espíritu—. Yo vendía de mi propia cosecha, la mejor de Los Álamos.

—Vendré a visitarte un día y los probaré. Espero que seas tan bueno como predicas —susurré.

Él sonrió con tristeza.

—No, no lo harás.

—¿Por qué?

—¿Se encuentra bien? —preguntó un niño. Sin darme cuenta, había alzado la voz y ahora todos me miraban con curiosidad.

—Ten cuidado, mariposa. No eres la única entre los vivos que tiene una deuda con el pasado —advirtió antes de desaparecer.

¿Qué significaban sus palabras? ¿Quién más conocía la verdad?

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Del otro lado del lago(EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora