Capítulo 4

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Rosas

Me removí incómoda en el frío suelo. Los rayos del sol impactaron sobre mi cara, lastimándome. Cubrí mis ojos con el antebrazo en un intento desesperado por traer un poco de oscuridad y seguir durmiendo. Espera. ¿Qué? Pestañee, espantando la neblina. ¿Sol?

Abrí los ojos al cielo azul sobre mí; espesas nubes se agrupaban creando figuras curiosas que no podía distinguir bien.

Estire el brazo buscando mis gafas moradas sobre la madera. Una de las patas estaba torcida. La enderecé un poco antes de colocármelas, siempre terminaba durmiendo o sentándome sobre ellas. Este era el cuarto par del año, y el último, si las volvía a romper.

Me incorporé confusa, sacudiendo las hojas secas y pelusas de mi vestido azul. Reconocí el sonido de la corriente del agua contra la madera del muelle, las altas montañas y el paisaje lagunar. ¿Cómo llegué aquí?

Recordaba regresar a casa al anochecer. La Ban de mis padres seguía guardada en el garaje. Fui a su cuarto a buscarlos, pero no habían regresado. Sin cobertura y desorientada, no pude evitar preocuparme.

Sumergí las manos en el agua helada de la mañana y lavé mi rostro con ella. Necesitaba despejar mis miedos y ralentizar mi respiración. Hice una lista mental. Primero: ¿Cómo llegue aquí? Segundo: ¿Por qué estoy vestida nuevamente con el vestido azul? Tercero y más difícil de contestar: ¿Qué está sucediendo?

Revisé las botas, estaban sucias, con rastros de tierra. Llegué aquí caminado. Presione el cuero cabelludo en busca de un hematoma. Ninguna señal de dolor o protuberancia.

¿Seré sonámbula? Sonaba lo suficiente lógico.

Busqué en mis bolsillos una moneda. Según la leyenda local, bajo el agua vivía una deidad que concedía deseos al lanzarle una moneda. Un año atrás, lancé una con diferente propósito, pedir por la recuperación de mi mamá. El deseo fue concedido.

-Lo siento Dama Azul, no tengo monedas.

Junté mis manos y deseé volver a casa y encontrarme a mis padres y amigos esperándome.

-No estarás enojada por la moneda que tomé, ¿verdad?

La tradición de arrojar monedas a cambio de deseos era tan vieja como el pueblo mismo. Pasó de generación en generación hasta la actualidad. Habría miles de monedas o más en el fondo del lago. Todo un tesoro sumergido.

Una pequeña parte de ese tesoro descansaba en un cofre en mi cuarto. Una tarde, picada por la curiosidad, me adentré en las sagradas aguas en un bote. Conseguí sacar tres monedas del fondo. Solo a una le pude leer la inscripción, 1920. En el centro tenía una extraña marca en cruz, como si alguien la hubiese rayado a propósito.

Si alguien me hubiese visto, me habrían detenido al instante. Extraer las monedas es considerado un delito, una ofensa a la deidad. Nunca faltaba quién, al igual que yo, fuera demasiado curioso como para resistirse al canto de sirena.

Al salir del muelle tropecé con un ramo de rosas blancas. Tome la ofrenda y la coloque a los pies de la estatua de La Dama Azul.

La escultura de mármol de casi dos metros de altura, custodiaba el lago desde el santuario. Un vestido blanco de encaje caía en cascada hasta el suelo, dividiéndose a ambos lados de la placa identificativa. Sobre los brazos descansaba un manto tejido de color azul atado al frente en un grueso nudo.

Observe el bello rostro de la joven, a las dos perlas verdes que me miraban con lástima.

Di un paso atrás, retrocediendo lentamente. Mi pie derecho se enredó con la Glicina y caí de bruces bajo la atenta mirada de una estatua.

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N/A: ¿Teorías? Si te quedaste con ganas de más, continúa leyendo. Pista: Atención a los detalles.

 Pista: Atención a los detalles

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Del otro lado del lago(EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora