Capítulo 16

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Encierro

Regresar a mi casa no fue nada parecido a lo que había soñado. Estaba retenida en mi habitación, siendo vigilada las veinticuatro horas por mis padres. El reciente intento de asesinato los mantenía en vela.

La policía no encontró huellas en la escena ni nada sospechoso en las cámaras de seguridad. Un fantasma, así lo llamaron. Sonreí con ironía. Él estaba vivo, escondido como una rata en algún rincón, acechando.

—Ana, ¿me está escuchando? —preguntó el doctor Lewis. Fijé la vista en sus rizos rubios que combinaban a la perfección con sus ojos marrones rasgados. Su rostro juvenil en comparación con la su habitual expresión seria debía sacarle más de un suspiro a las enfermeras del hospital.

—Ya no me duele.

—Eso no es lo que te he preguntado —sonrió—. ¿Has sufrido pérdida de memoria, mareos o confusión?

—No, estoy bien.

El doctor Lewis frunció el ceño.

—Es importante que no mientas para tu recuperación. Una experiencia como la que has vivido puede dejar graves secuelas.

Asentí. Estaba diciendo la verdad. Gracias al hechizo de Marián, mi recuperación se había acelerado, devolviéndome al punto en el que estaba antes del "accidente".

—Te informaré de cualquier síntoma. Gracias, doctor.

—Es un placer, señorita Ana. Debo confesarte que eres un caso de estudio insólito. Si me lo permites, estaré presente en tu camino hacia la recuperación.

—Por supuesto, gracias.

—Bien, volveré en dos días.

Lewis se levantó con elegancia de la silla que había acercado a mi cama. Tomó mi mano con delicadeza y depositó un beso.

—Que te mejores.

—Gracias —sonreí avergonzada.

Escuché a mi madre hablar con el doctor antes de marcharse. Asomó la cabeza por la puerta y dio dos golpecitos.

—Ya puedes entrar —gruñí.

—Es por tu bien, cariño —dijo con dulzura. Colocó un plato de galletas con leche en la mesita de noche.

—Han pasado dos días, necesito salir. No me puedes tener retenida para siempre, me queda poco tiempo.

—¿De qué hablas? Tienes toda una vida por delante.

Bajé la cabeza. No, no la tenía.

—No han encontrado ni una sola pista. A estas alturas pudo ser cualquier maniático, en este pueblo sobran.

Mamá acarició su vientre, nerviosa.

—Temo por ti, Ana.

—No me puedes encerrar en una jaula de cristal para protegerme. El vidrio con el tiempo se agrietaría y los fragmentos rotos acabarían dañándome. —Tomé su mano—. Puedo hacer frente a esto, confía en mí.

Suspiró.

—Solo con compañía, no me arriesgaré.

—¡Mil gracias! —grité, abrazándola—. Seré precavida, lo prometo.

—Espero que sí.

—¿Puedo irme ya?

—No hay prisa, tal vez mañana.

—Clara...

—Hoy te conformas con Alexander.

—¿Está aquí? —Abrí los ojos, sorprendida.

—Llegó durante la consulta, ha estado remodelando el jardín. No te hemos visto asomarte a la ventana desde que regresaste. ¿Hago que entre?

—¡No! —grité—. Déjame arreglarme primero. ¡Estoy en pijama!

Mamá frunció el ceño mientras cambiaba el pijama lila por un suéter azul y medias negras.
—Hace unos momentos recibiste al doctor así —señaló.

—Es diferente.

—Alex te ha visto en pijama.

Me detuve en seco.

—Es diferente ahora —añadí.

—Está bien —sonrió divertida—. Le avisaré que estás lista para recibirlo.

—¿Te maquillarás también?

Le saqué la lengua a través del espejo. El color había vuelto a mis mejillas y mis ojos azules brillaban con una intensidad diferente. Traté de calmar los latidos acelerados de mi corazón. Iba a encontrarme a solas con Alex en mi habitación. ¿Qué había cambiado? Ahora sabía que él...

—Hola, Ana —la voz ronca y dulce me sacó de mi ensueño. Levanté y lo vi debajo de las pestañas oscuras, mirándome. Una gota de sudor corrió su barbilla afeitada y fue seguida por otra. Sonrió al recordar ese momento, nuestro primer encuentro.

—¿Te sientes mejor?

Asentí mientras le tendía un pañuelo. El contacto con su piel hizo que me estremeciera.

—¿Te han puesto a trabajar?

Negó con la cabeza.

—Fue mi idea.

—¿Podaste las rosas? No era necesario que...

—Compruébalo tú misma —interrumpió, señalando a la ventana.

Dudé por un momento. Las flores nunca fueron un impedimento. Temía sentarme en el alféizar de la ventana a dibujar. El reloj se detendría nuevamente en el décimo día y volver a mi rutina no lo cambiaría. Tenía una misión que cumplir, una nueva oportunidad.

Asomé la cabeza por el marco de madera, disfrutando del aire fresco y el sol en mi piel. Abajo, las rosas blancas formaban un espectáculo de viento y pétalos. Alex las había replantado de diferentes formas, algunas agrupadas y otras distantes. Llevé la mano al pecho al reconocer el significado.

—¿Son constelaciones? —pregunté sorprendida.

—Adoras las estrellas y aunque ahora te causen pavor las rosas, te recordaran a ellas.

—No sé qué decir, es...

—No sé qué decir, es...

—No tienes que agradecerme, odio verte triste.

Corrí hacia él y lo abracé, inhalando su perfume. Alex me rodeó en sus brazos, levantándome un poco del suelo.

—Extrañé tu sonrisa.

—Yo te extrañé a ti —confesé.

—Ana, hay algo que debo decirte...

Puse un dedo sobre sus labios, negando.

—Necesito tu ayuda en algo.

Permaneció en silencio unos segundos, dudando.

—Estoy a tu disposición —asintió.

***🦋***

N/A: Si has llegado hasta aquí ¡Gracias por leer! Y si te ha gustado, no olvides continuar que aún falta muchos secretos por desvelar. Comienzan las apuestas, déjenme saber si ya tienen idea de quién es el asesino aquí 👉

Del otro lado del lago(EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora