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1 año antes

Penúltimo año de instituto y aquí me encuentro, frente al espejo de mi habitación peleandome con mi cabello largo y lo suficientemente rebelde como para sacarme de mis casillas. Al final desisto, me ato el cabello en la parte alta de mi cabeza y lo trenzo, dejandolo así bien recogido y sin tocar las narices. Suspiro y me quedo mirando la pequeña fotografía pegada a mi espejo donde mi padre me devuelve la mirada con una amplia sonrisa en la boca y su uniforme del ejercito.

Hace poco más de un mes que se fue de mision, me encantaría saber dónde está, pero no se le permite informar de su ubicación. Es la tercera vez que se marcha, y cada vez es más duro despedirse de él, es un momento en el que sabes cuando se va pero no sabes cuando volverá, ni como. Mi madre no es que lo lleve precisamente bien, pero siempre intenta mostrarse fuerte frente a mi, aunque por las noches la escuché llorar durante horas antes de dormirse.

—¡Cariño, vas a llegar tarde! — escucho que grita desde la cocina. Cojo la mochila y me la cuelgo de un solo hombro, le doy un beso a la fotografía de mi padre y salgo de mi cuarto. Bajo las escaleras que dan al recibidor y entro en el salón a la vez que mi madre sale de la cocina con dos tazas de las que sale un vapor proveniente del café.

Pongo cara de gusto ante el olor que llega a mis fosas nasales. Sin un buen café por la mañana no soy persona, cosa que he sacado de mi madre.

—Buenos días, moms — le digo sentandome en la silla y dejando la mochila en el suelo.

—¿Preparada? — me pregunta, agarro una cucharilla y me echo dos cucharadas de azucar en el café. Me encojo de hombros, la verdad es que no lo estoy. Siempre me pongo nerviosa los primeros días de clase, cada año deseando que fuera mejor qu eel anterior, y consiguiendo exactamente lo contrario.

—Mucho—doy un pequeño sorbo—. Este año me he organizado las clases y los horarios con bastante tiempo, y he decidido que voy a hacer dieta.

—No necesitas dieta—pongo los ojos en blanco—. Hoy llamará tu padre cuando llegues, recuerda no insistirle en que te diga dónde está, sabes que a tu padre le cuesta resistirse a ti y se puede meter en un buen lío.

Su dedo esta señalándome más cerca de la cara de lo que me gustaría, así que se lo cojo con una mano y hago como que se lo voy a morder. En seguida aparta la mano con fingida cara de reproche, pero al final desiste y me regala una sonrisa que no le llega a los ojos.

—Lo sé, mamá—le digo para tranquilizarla, aunque sé que desde que se marchó tranquilidad no existe en su cabeza llena de imaginación. No contesta, solo asiente con la cabeza y clava su mirada en su taza ya casi vacía. Suspiro, y pongo mi mano sobre la suya—. Volverá, moms. Ya verás que no le pasará nada.

Esta vez su sonrisa es algo más alegre, pero aún así sé que está desolada por dentro. No quiero dejarla sola ahora mismo, pero al ver la hora en mi movil se me abren los ojos. Mi madre me da un golpecito en el hombro.

—Vamos, ve a classe. No querrás perderte el primer día.

—¿Seguro que estas bien?

—Ve.

Le doy un beso en la cabeza, me levanto terminando lo que quedaba de mi café y me dirigo hacia la puerta de entra.

—¡Hasta luego!—digo saliendo por la puerta apresurada, en 20 minutos he de estar en el instituto y sé que voy a tener que pisarle al acelerador con fuerza si quiero llegar a tiempo. Me subo a mi Nissan Primera GT, mi pequeño trasto, antes de hacer que este ruga al arrancar el motor. El trayecto se me hace ameno escuchando mis canciones favoritas. Canto a todo pulmón con las ventanillas bajadas y el techo solar abierto sin importarme las caras de diversion que se me quedan mirando en cada semáforo en el que me tengo que parar.

Este va a ser un año increíble, este va a ser un año increíble...
Me repito el mantra mentalmente durante los últimos kilómetros que dan a mi instituto, visualizando todos mis objetivos y mis deseos. Va a ser inolvidable, y haré lo posible para que lo sea.

Cambio de marcha cuando llego a la apuerta del parking del instituo Beverly; sí, vivo en el famoso Beverly Hills de Los Angeles, California. Aunque yo realmente nací en Barcelona, España, en un pequeño pueblo de las afueras de la ciudad. Mi madre conoció a mi padre de vacaciones en Ibiza, él estaba pasando allí la temporada de verano con todos sus amigos, y por cosas de la vida mamá se quedó embarazada de mi. Y aunque más del 80% por ciento de las parejas que se quedan embarazadas poco después de conocerse, mis padres se unieron más tras la noticia. Al principio iban a abortar, ya que eran demasiado jovenes, pero como mi madre me ha contado un millar de veces, cuando le hicieron la ecografía y escucharon los latidos de mi corazon fueron incapaces de seguir adelante con el plan del aborto. Pasaron bastantes penurias al principio, a mis abuelos les costó aceptar que su joven hija de 23 años y con muchas cosas que vivir decidiera ser madre con un hombre al que conocía apenas unos meses, pero finalmente vieron a Sara, mi madre, tan feliz, que decidieron ayudarles en todo lo posible.

Viví mis primeros 3 años en España, Connor, mi padre, estuvo los 2 primeros años viviendo con nosotras en casa de mis abuelos, él y mamá trabajaban mientras mis abuelos cuidaban de mi mientras ellos estaban, pero que porque lo hacían, querían guardar todos sus ingresos para poder independizarse, y mis abuelos con tal de pasar más tiempo con su nieta hacian todo lo posible, hasta que que decidió unirse a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos cuando mis abuelos murieron a los 71 y 74 años a causa del nuevo virus que tanto nos ha jorobado. Y aquí estamos, tras pasar varios años en alquileres baratos, pasando con lo mínimo al mes y yo pasando el rato que ellos trabajan con mis abuelos por parte de mi papa en el barrio de Beverly Hills, mis padres pudieron permitirse una casa en esta ciudad, junto a mis abuelos, que adoraba para ser sincera.

Mamá montó una pequeña peluqueria que no le iba nada mal y papá, bueno... ya lo saben.
Volviendo al tema, recorría el parking abarrotado de coches buscando un sitio en el que pudiera parar mi pobre tartana entre tanto coche pijo, no ibamos mal de dinero, al contrario, pero no necesitaba una maravilla de vehículo, solo 4 ruedas que me lleven y me traia a los sitios. A lo lejos veo un espacio libre, así que no me lo pienso y me dirigo hacia él con decision, pongo los intermitentes y bajo el volumen de la música, y cuando voy a darle al acelerador de nuevo para aparcar, un Jeep Wrangler se me cuela. Saco la cabeza por la ventanilla.

—Imbécil, ten cuidado— mi grito se oye a 20 metros a la redonda, lo que provoca que varios pares de ojos se claven en mi. Entonces sale de entre los coches ese chico, alto, de pelo moreno corto y con algunos rizos y mandíbula cuadrada. Se cuelga la mochila del hombro y se acerca a mi ventada, que esta bajada y no me da tiempo a subirla.

—¿Que me has llamado?— suelta nada más llegar a mi ventana, sus ojos se quedan clavados en los míos, unos iris color verde me miran con expresión de incredulidad rebosando de ellos. Trago saliva.

—Nada— mi voz me traiciona, a pesar de que quiero sonar más segura de mi misma, esta se me rompe y sale en apenas un susurro apagado. No dice nada, se me queda mirando fijamente durante lo que se me antojan horas. Pero entonces se ecoje de hombros y tuerce los labios.

—Vale.— se gira sobre si mismo y se va, por el retrovisor lo veo acercarse a un grupo de chicos con los que se choca la mano y con alguna se da algun que otro puñetazo juguetón.

Suspiro, porfin tranquila.

Mierda.

Era cierto todo lo que decían sobre este chico, si te mira, te paraliza. Esta buenisimo, el jodio'. Si no fuera porque sé que haría más el ridículo que otra cosa, le tiraria ficha, pero no voy a hacerlo, y menos de haberlo llamado imbécil casi en la cara. Pero, joder... que hombre.


Magnetic.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora