No puse un pie fuera del pasillo que llevaba a mi cuarto hasta el día siguiente, cuando ya estaba cansada de pelearme con el aire por la ropa que aparecía en mi armario y de detestar que la comida fuera deliciosa, digna de una reina.
El segundo amanecer en la Casa Dagger me arrojó un montón de seguridades: en primer lugar, no había nada para hacer ahí. Jamás me daría una televisión o un teléfono que funcionara. Ni siquiera una radio. La música era algo impensado, porque en la Casa tenía que gobernar el silencio absoluto. Y, por último, quería que te vieras tan elegante como ella.
Luché intensamente con ella para que me diera ropa interior que me gustara, que me fuera cómoda, pero no llegamos a ningún acuerdo. La onda del siglo pasado no era lo mío y me la puse a regañadientes, porque necesitaba lavar la mía.
Mi único consuelo es que mis botas seguían ahí, desparramadas sobre la alfombra clara, que era cálida y mullida y una bendición para los pies desnudos. Me las puse, después de colocarme un vestido color celeste claro y de revisarme de nuevo las heridas de las manos.
Estas habían mejorado muchísimo. Más rápido de lo normal, si hubiese estado en mi propio universo, el de todo el mundo. Pero, según las palabras de Caden, deberían haber sanado el primer día. Y eso era justamente una de las razones por las cuáles me animaría a salir. Tenía que averiguar cómo funcionaba ese lugar para entender por qué demonios me había cerrado la puerta del ascensor, dejándome fuera, imposibilitándome volver.
Me até los cordones de mis borcegos, siendo cuidadosa para no rozar las palmas con ellos, cuando noté un brillo dorado sobre la madera oscura del suelo, al final de la alfombra. Supe lo que era al instante y me lancé a tomarlo con el corazón en la boca.
Alcancé el extremo de la cadena y tiré para quitarla de debajo de la alfombra. Con los dedos temblorosos, me acerqué el collar de mi abuela al pecho, con el alivio recorriéndome la columna y las venas.
Me desinflé en el suelo, con la ira dejando paso a un dolor distinto que estaba mezclado con un anhelo que jamás se olvidaba ni sanaba.
—Gracias, gracias —musité, hacia quien sea que la hubiese dejado en mi camino, aunque no claramente a la Casa.
Apreté la cadena contra mi rostro y suspiré. Me quedé así por casi un minuto hasta que la doble cuidadosamente y me pregunté qué era lo mejor que podía hacer con ella. Tenerla siempre encima parecía ser la mejor opción, más si lograba volver a casa solo con lo puesto. Así que la abroché en mi cuello y la escondí bajo el escote de mi vestido, que esta vez no era pronunciado.
—No toques mi ropa interior —le advertí a la habitación. La había dejado doblada sobre la cama—. Si no está aquí cuando regrese...
No tenía sentido amenazarla, me dije, porque en primer lugar estaba por comenzar la amenaza desde mucho antes. Hice una mueca y cerré la puerta, como si nunca hubiese abierto la boca.
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La daga y la rosa
RomanceCamilla, una estudiante de periodismo, toma una visita guiada por la Casa Dagger, una antigua mansión perteneciente a un ilustre escritor y periodista. Sin embargo, desconoce que la historia de sus antepasadas la ata de forma caprichosa al destino d...