17. Sentimientos

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Sentimientos

La lengua de Caden presionó sobre mi piel para devorarse la crema

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La lengua de Caden presionó sobre mi piel para devorarse la crema. Pura excusa, y qué buena era. Se me nubló la vista una y otra vez mientras lentamente se comía cada centímetro de mi cuerpo, como me prometió. Disfruté de cómo una de mis mayores fantasías, que él se montara sobre mí en esa cama, se hacía realidad.

Las sensaciones eran estremecedoras y el tiempo pasó de un modo que no lo pude medir. Caden se tomaba su tiempo. Perdí la cuenta de cuántas veces lamió y succionó cada uno de mis pezones o cuántas veces le agregó crema a mi clítoris para imitar las acciones encantadoras que tuve con él en el comedor.

En algún momento, nos quedamos sin pastel. No había de dónde rasgar y aunque podríamos haberle pedido más a la Casa, los dos sabíamos que esta no nos consentiría. Nos daría pastel, sí, pero no el pastel que hizo él.

Entonces, sin más opciones, él abandonó las atenciones que me daba entre las piernas y se refregó contra mí mientras se acomodaba. Su erección caliente se cubrió de mi brillante humedad y los dos suspiramos de placer antes de unir nuestros labios.

Como siempre, nuestros besos eran profundos y hambrientos. Parecíamos dos almas sufridas carentes de afecto y mientras él me penetraba como tanto me gustaba pensé que quizás lo éramos.

—Dime cómo quieres que te coja —me preguntó, empujando hasta el fondo. Yo solté un jadeo, con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación mas encantadora del mundo: la de estar llena de él.

—Fúndeme con la cama —supliqué, apenas separando los parpados. Caden sabía que me gustaba duro, que me gustaba que fuera intenso, que no me dejara descansar.

Caden sonrió y anudó los brazos en mis muslos, me pegó a él y guio el movimiento de nuestras caderas a gran velocidad, de una, sin ninguna transición. Tuve que sujetarme de algo. La cama, las sábanas, los almohadones... nada de eso fue suficiente. Estiré las manos y me aferré a sus brazos. Le clavé las uñas y él aumentó el ritmo. La habitación se llenó con el exquisito sonido de nuestros cuerpos golpeando el uno contra el otro, de nuestros jadeos.

Se inclinó un par de veces para robarme besos candentes y húmedos, para pasar la lengua una vez más por mis pechos y susurrarme que era hermosa, que era todo lo que él había soñado jamás. Traté de que mi mente no se aferrara a esas palabras por más que eran halados soñados para mi también, porque inevitablemente recordaba lo que me había dicho antes, que me veía como su esposa.

El corazón me dio una sacudida inexplicable. Se me retorció con una sensación aterradora y emocionante, ansiosa. Algunas veces en mi vida la había sentido antes, cuando me enamoraba de alguien.

Abrí los ojos, desesperada por apartar ese pensamiento histérico, demente, de mi cabeza. Yo no podía enamorarme de él. No sabía qué depararía mi futuro, el suyo, así que no podía pensar en el nuestro como un conjunto. ¿Quién me salvaría después del dolor, de la angustia, cuando lo perdiera?

La daga y la rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora