15. Locura

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Locura

No pasó más de un minuto y Caden apareció en el pasillo, agitado, apurado

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No pasó más de un minuto y Caden apareció en el pasillo, agitado, apurado. Había escuchado mis gritos, pero sin duda no esperó encontrarme sentada en el suelo del pasillo, todavía mojada y casi desnuda, sola envuelta en una toalla y con la cara deformada por el pánico.

—¿Qué pasa? —me dijo. Corrió hasta mi y me ayudó a levantarme. O más bien, directamente me levantó él. A mi el cuerpo no me respondía—. ¿Cami? ¡Camilla!

Me sostuvo contra la pared y me puso ambas manos en los hombros, la sacudida que me dio agitó mi cerebro dentro de mi cráneo, pero me hizo reaccionar de un golpe. Apenas abrí la boca, empecé a gritar.

—¡Ese hombre! —exclamé—. Él que vi, el que vi estos días, ¡en las ventanas! Estaba dentro de los espejos, en el agua. ¡Me gritaba y gritaba y no podía salir! ¡Y la puerta estaba trabada y el espejo se rompió solo, pero luego yo le tiré el cepillo y la puerta se abrió y me empujó aquí y yo no sé...!

No pude parar ni para respirar. Caden no estaba entendiendo nada de lo que yo decía, pero en ese momento poco me importaba. Simplemente no podía parar.

—¡Y me dijo que era una traidora! ¡Y yo no lo conozco! ¡No conozco a ese señor, no sé quién es! ¿Por qué no me deja en paz? —seguí, para cuando Caden abrió la puerta de mi cuarto. Sin contestar a todo lo que dije, él me llevó hasta la cama y me sentó en ella. Me agarró ambas manos y las revisó. Luego, se agachó frente a mi y revisó mis piernas y mis pies—. ¿No lo escuchaste gritar? ¡Parecía que iba a romperme los tímpanos! Gritaba y se acercaba a mí, porque estaba en el espejo, pero a la vez no. ¡Lo sentí acercarse, flotando como sus gritos!

—¿Estás herida en algún lado?

—¡Y gritaba y gritaba!

—Camilla —Caden me apretó ligeramente las pantorrillas, llamando mi atención. Corté mi verborrea en un instante—. ¿Te duele algo? ¿Te lastimaste?

Evalué mi propio cuerpo. Tenía la piel congelada, sudaba frío todavía. La toalla húmeda no ayudaba, pero no sentía dolor en ningún lado. Era más, no sentía más nada que frío.

—¿N... No? —respondí.

—Espérame aquí —me dijo él, con seriedad. Salió al pasillo y lo seguí con la mirada hasta que se plantó delante de la puerta cerrada del baño. Cerré los ojos y tragué saliva antes de que abriera la puerta, pero la curiosidad me dominó por completó y espié. Detrás de él, conseguí ver el interior del baño.

Por supuesto, no había nadie ahí, pero desde dónde estaba logré ver el espejo de cuerpo completo que estaba apoyado en la pared. No estaba quebrado en miles de pedazos, pero tenía una rajadura, la que se había hecho cuando el hombre del bigote aumentó de volumen sus gritos.

Me encogí. La Casa se estaba pasando con sus juegos. ¿Qué clase de chistes eran esos? Me consentía y luego me aterraba casi hasta la muerte, para luego alejarme de sus propias jugarretas. Parecía que se había arrepentido a último momento de causarme tanto pánico.

La daga y la rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora