10. Juegos

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Me tapé, pero sabía que era demasiado tarde

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Me tapé, pero sabía que era demasiado tarde. Caden me había visto desnuda los segundos suficientes para conocer hasta mi apellido. Bueno, casi.

Ninguno de los dos se movió. Él no intentó siquiera correr la cabeza hacia otro lado. Sus ojos estaban clavados en mi y en mis burdos intentos por cubrirme las anchas caderas y los pechos. Yo tampoco intenté nada, porque estaba muy sorprendida y demasiado mojada como para hacerlo. Ya me había patinado una vez, no necesitaba hacerlo de nuevo.

—Estabas gritando —me dijo él, un minuto después que pareció una eternidad.

Me mojé los labios, con toda una sensación pesada y picante sobre la lengua. Mi cabello chorreante humedeció la toalla hasta que esta se pegó sugerentemente a mis curvas y Caden tragó saliva, quizás con esa misma sensación.

—Vi una... réplica —dije. Casi ni respiraba. No me atrevía a moverme. Mi voz salió como un murmullo sedoso que, cuando lo procesé instantes después, se me antojó muy sensual. Tragué saliva yo también, preguntándome si él pensaba que lo estaba seduciendo.

Entonces, dio un paso hacia mí. Luego otro. Tan rápido que me asusté y estuve a punto de caerme a la tina otra vez.

—¿Te lastimaste? —inquirió, alcanzándome. Di un respingo cuando sus dedos rodearon mi muñeca. Levanté la mirada hacia su rostro y lo encontré a escasos centímetros del mío. Demonios, había olvidado lo rápido que era—. Camilla.

—¿Qué? —solté, sin poder despegar mi mirada de la suya. Él separó, haciendo fuerza, mi muñeca de la toalla. Está no se cayó, no solo porque la sujetaba mi otra mano, sino por el cuerpo de Caden de la nada presionado contra el mío.

Se me atoró la saliva en la garganta. Su calor me quemó a través de la toalla. Mi muñeca hirvió debajo de los dedos que la sujetaban. Mi respiración pasó de cohibida y silenciosa, a irregular y ansiosa.

—Si te lastimaste —repitió él, muy claro, pero a pesar de que yo estaba hiperventilando por su cercanía, que la sensación de su cuerpo contra el mío empañaba toda mi cordura, sí noté que él también estaba temblando.

—No —susurré, con los ojos aún clavados en los suyos. Eso no era del todo cierto. Me dolían las piernas y el culo por la caída, pero estaba más embobada que otra cosa como para poder admitirlo. Es que ni siquiera me importaba.

Caden aflojó entonces el agarre de mi muñeca y deslizó sus dedos por mi ante brazo. No pude reprimir un escalofrío. Me mojé los labios y él de mordió los suyos.

—Tienes colorado —musitó, bajando las pestañas al bajar la cabeza. Seguí la línea de su mirada, todavía con la respiración ansiosa. Él pasó cuidadosamente los dedos por la parte trasera de mi brazo flexionado. Una punzada de dolor me hizo brincar en mi lugar—. ¿Estás segura de que no te lastimaste?

La daga y la rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora