Palabras
Pasar un mes ahí encerrada no era muy diferente a pasar dos. La rutina se volvía tensa por momentos. Por otros, era un alivio. La incertidumbre se instalaba en tu pecho hasta volverse algo cotidiano, algo que sabes qué jamás se irá y que jamás se resolverá.
Los miedos también.
Cuando dejé de ver fantasmas y réplicas en la Casa me di cuenta de que había miedos más importantes que aquellos que te atemorizan por un ratito y ya está. Hay otros que se van instalando en el fondo de su mente y van construyéndose a sí mismos hasta obligarte a pasar noches enteres en vela.
Y es que era difícil no mirar y escuchar a Caden aceptar tan fácil su muerte y no sentir que realmente iba a suceder. No hablaba todo el tiempo de eso, pero en sus gestos, en las cosas que hacía e incluso en las que no, él estaba asegurándose a sí mismo y a mi que iba a morir. Solo estaba contando los días que le quedaban hasta el 1ro de enero de 2023, el primero en cien años. Y el último.
Ese miedo de volvió el mío.
Cuando convives con alguien y pasas casi cada instante de tu día con esa persona, te mimetizas con ella. Eso quería pensar, la verdad. Porque con cada semana, Caden y yo nos poníamos más en sintonía. No se trataba solo de sexo, se trataba de las cosas que nos gustaban hacer, de cómo organizábamos las horas y las actividades. No las hablábamos, resultaban automáticas y eso me gustaba. De alguna manera, él era esa parte de la rutina que me suponía un alivio.
Me di cuenta de que yo era el suyo la tarde que entré a la cocina, después de dormir casi todo el día, y lo vi intentando cocinar un pastel por su cuenta.
—¿Qué estás haciendo? —dije, apoyándome en la isla, a su lado. Él sacaba los bizcochos del horno con mucha tranquilidad, como si todo en la cocina no fuera un desastre. La Casa no se lo estaba limpiando, encima.
—¿No es obvio?
—Si querías comer pastel se lo hubieras pedido a la casa —dije, metiendo el dedo en el bol de metal donde quedaban restos de la pasta cruda del bizcocho. Yo sabía lo que estaba haciendo, por supuesto. Aunque no le prestaba atención al calendario real como él, era incapaz de olvidar que mañana sería mi cumpleaños y que lo pasaría de manera menos impensada: encerrada en una casa mágica.
Caden me observó de reojo y no dijo nada. Más bien, intentó desmoldar en caliente y casi rompe toda la bonita masa que había conseguido. Sentí una oleada de ternura cuando se dio cuenta de que no funcionaria hasta que lo dejara reposar. La oleada se convirtió en un golpeteo violento del corazón cuando me miró directo al rostro. Sus ojos oscuros siempre me ponían a temblar, pero en ese momento, que estaban algo avergonzados y preocupados por mi opinión, me pusieron todo el cuerpo blando.
—No me tienes fe, ¿no?
—¿Qué? —solté.
—Sí. No crees que seré capaz de hacerte un pastel.
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La daga y la rosa
RomanceCamilla, una estudiante de periodismo, toma una visita guiada por la Casa Dagger, una antigua mansión perteneciente a un ilustre escritor y periodista. Sin embargo, desconoce que la historia de sus antepasadas la ata de forma caprichosa al destino d...