Frustración
Lo miré estupefacta. No daba crédito a lo que estaba oyendo. Mis ojos pasaban de su rostro al collar de mi abuela.
—¿De qué carajos estás hablando? —musité, casi sin aire en los pulmones.
Él soltó el collar en la cama, como si de repente le diera terror... o asco.
—¿No escuchaste lo que te acabo de decir? —dijo, demasiado duro. Su tono no me gustó nada.
—Obviamente que escuché lo que acabas de decir —le espeté, reaccionando de inmediato como leche hervida. A mí nadie me hablaba así ni me trataba de tonta—. Lo que quiero decir yo es que estás delirando, completamente. ¿Cómo va a ser el mismo puto collar?
Crucé la habitación en grandes zancadas y tomé el collar de la cama. Me lo llevé al pecho, donde pertenecía, e intenté ponérmelo en vano. Los nervios por el enojo y por la psicosis en sus palabras no me dejaron encontrar el broche de la cadena.
—Es el mismo collar —dijo Caden, mirándome con esa expresión de muerto viviente—. Lo conozco muy bien. Lo tenía puesto cuando me la c...
—¡Ay! ¡Cierra la boca! —chillé—. Estás diciendo incoherencias. ¿Sabes cuántos collares iguales a estos pueden haber existido en los últimos cien años? —mascullé—. ¡Cien años, Caden! ¡Has pasado aquí cien malditos años! ¿Y la primera cosa que se te viene a la cabeza es que somos parientes? Estás enfermo.
Entonces, él rodeó la cama. Apartó uno de los sillones caídos con el pie y se plantó delante de mí, para gritar de la misma manera. Me costó muchísimo no retroceder ante el bramido de su voz.
—¡No hay otro collar de esos! ¡Se lo hicieron especialmente a ella!
Retrocedí, al final. Me tembló todo el cuerpo. Podía seguir gritándole, pero no tan cerca, no cuando en el fondo me había dado miedo y muchos malos recuerdos. Entonces, al verme el rostro, Caden retrocedió también, como si de pronto se hubiese dado cuenta de que se estaba pasando conmigo.
—Lo dudo mucho... pero si ese fuera el caso, pudo haberlo vendido, ¿sabes? —repliqué, con un titubeo que no pude dominar. Oculté el collar en un puño. Tragué saliva y tuve que alejarme más de él para recuperar el control de mi misma—. Yo creo que estás llegando a conclusiones apresuradas y disparatadas. ¿Te das cuenta de lo que estás implicando? —solté, entonces, con mayor seguridad, con mi tono irascible de siempre, dominado.
Caden soltó una risa poco divertida. Cínica.
—Por supuesto que lo sé. Eres mi tátara nieta.
—Cierra la boca —susurré, llevándome una mano a la frente. Cuando lo dijo, casi que me costó respirar. Pero Caden no me oyó, o no quiso hacerlo.
—¡Eres mi tátara nieta y me cogí a mi tátara nieta!
—¡YA BASTA! —insistí. Mi voz retumbó en las paredes silenciosas de la casa. Se me había revuelto el estómago y el corazón se me había retorcido. Me empezó a doler todo, no sé exactamente qué, y no supe si quería vomitar o tumbarme en el suelo. Esa frase me destruiría si volvía a escucharla—. ¡ESO NO ES CIERTO!
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La daga y la rosa
RomanceCamilla, una estudiante de periodismo, toma una visita guiada por la Casa Dagger, una antigua mansión perteneciente a un ilustre escritor y periodista. Sin embargo, desconoce que la historia de sus antepasadas la ata de forma caprichosa al destino d...