Tristeza
Podía sentir su mirada en mi cuerpo, deslizándose sobre la piel de mi cuello, bajando por mis pechos, deteniéndose en mis pezones erectos.
Pasé una mano por encima de ellos y cerré los ojos, deleitándome con la expresión de esos ojos oscuros, imaginando qué era lo que estaría pasando por su cabeza. Me acaricié y se me escapó un suspiro por entre los labios abiertos. Mi pulgar y mi índice presionaron esos pequeños cúmulos y siseé, preguntándome cómo sería que sus dientes los presionaran.
No me sorprendía quererlo rudo y salvaje. Me gustaba sentir un instante de dolor antes de sentir el más crudo placer. Me gustaba que me tomaran con firmeza, que me amasaran contra dos superficies duras y que la lengua solo allanara el camino antes de que llegaran los mordiscos y las uñas.
Estiré la cabeza hacia atrás. Me cayó lánguida sobre la almohada y gemí despacio, para que no me escuchara. Mis ojos conectaron con un punto en el techo blanco de mi habitación y me mordí la lengua en el momento en que abrí mis llenos muslos hasta que me tiraron los músculos. Estaba empapada, ya lo sabía. Lo único que hacía falta era que él pasara esa lengua caliente por ahí y barriera todo el líquido que había ocasionado... Antes de devorarme, mordisquearme.
Pero Caden no estaba ahí. No estaba viéndome realmente. Él no podía tocarme y los dos lo sabíamos y yo ya estaba cansada de fingir que no me gustaba, que no me volvía loca, caliente y pesada. Aceptar que quería que me hiciera cogiera fuerte, que me hiciera acabar una y otra vez, solo hacía que detestara esa noción de que lo nuestro era un pecado, sobre todo porque no era un pecado para mí.
Deslicé un dedo en mi interior y volví a gemir. Lo sentí pequeño, tímido, y no tardé en sumar otro y otro, hasta sentir que mi cuerpo ardía y mi alma estallaba en llamas. Moví las caderas hacia arriba, las presioné contra mi mano y mi pulgar se enroscó en el haz de nervios que potenció toda esa pantomima.
Me moví, con un deseo enfermizo, aplastando la espalda contra la cama, con el corazón martillándome, la respiración irregular, pensando que así me aplastaría Caden si fuese él es que estuviera en mi interior. Un estallido se desató con ese último anhelo, mi mente se puso en blanco. Enrosqué los dedos de los pies, un escalofrío me recorrió desde las puntas hasta el último mi último cabello. Solté una exhalación mezclada con un grito y solté el pecho que me estuve pellizcando para taparme la boca, con la vaga idea de que nadie debería escucharme.
A duras penas logré contenerlo. Me derrumbé sobre las almohadas y desfallecí entre las sábanas. Estaba agotada y satisfecha, incapaz de moverme siquiera para cerciorarme que no hubiese nadie detrás de la puerta o cerca a mi pasillo que pudiese haberme escuchado. Una parte de mí, en realidad, deseó que lo hubiese hecho. Quizás, así él vendría por mí. Abriría la puerta y estaría encima de mi cuerpo desnudo replicando mis delirios.
Otra parte de mi me dijo que eso nunca sería suficiente si seguía deseando tener el calor de su cuerpo contra el mío, que esperaba con ansías ser la mujer que le quitara el celibato obligado. Que necesitaba ser yo quién le diera ese el goce que tanto estuvo anhelando.
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La daga y la rosa
RomanceCamilla, una estudiante de periodismo, toma una visita guiada por la Casa Dagger, una antigua mansión perteneciente a un ilustre escritor y periodista. Sin embargo, desconoce que la historia de sus antepasadas la ata de forma caprichosa al destino d...