13. Fantasías

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Fantasías

Tener a Caden dentro de mi se sentía como un sueño

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Tener a Caden dentro de mi se sentía como un sueño. Uno peligroso, prohibido. No estaba segura exactamente de por qué a mi todo él me sabía a pecado, pero ese oscuro deseo dominaba cada rincón de mi cabeza y mi cuerpo y no me permitía detenerme a dilucidar por qué.

Cuando me llenaba, hasta el fondo, con jadeos roncos escapándose por entre sus labios, me era difícil siquiera pensar. Y en ese momento lo único que quería era colgarme de sus hombros, hundir los dientes en su cuello y apretar las piernas alrededor de sus caderas.

Quizás nunca me cansara de eso. De que me cogiera salvajemente en la cocina, sobre la isla. Que nos desnudáramos entre besos y gemidos, que arrojáramos la vajilla de la comida al piso en nuestros desenfrenados intentos por estar más pegados.

¿Cómo se suponía que, estando tan solos, pudiese permanecer un segundo alejada de él? Ni siquiera podía fingir que no lo ansiaba. Ni quería. Sabía que Caden menos.

Por eso lo besé con más fuerza, como si fuese yo la que no había besado a alguien en casi cien años. Tomé todo lo que necesitaba de él, para apagar mis dudas, miedos y nervios. Pero, sobre todo, le di lo que sea que necesitara de mí. Lo dejé tenerme por completo, más profundo, más duro.

Gemí cuando él se cansó de luchar con el escote de mi camisón y, mientras me apretaba contra la mesada, palpitando en mi interior, rompió la tela.

—A la casa no le gusta que rompamos su ropa —le dije, sin separarme de sus labios. Mi voz salió baja, sensual. Caden tironeó más de la tela, hasta que el tajo que había creado con sus manos llegó hasta mi ombligo.

—Yo me entenderé con ella luego —me respondió. Me besó una vez más, con su lengua empujando la mía, antes de bajar la cabeza hacia mis pechos. Los tomó con ambas manos, se llenó con ellos. Sus dedos aterciopelados recorrieron cada centímetro de ellos y me excitó aún más la manera lasciva en la que los miraba—. Son los senos más hermosos que he visto en mi vida.

Había tanta fascinación en su mirada que, a pesar de que me tenía empotrada, clavada contra la isla de la cocina, me reí.

—Me conformo con saber que son lo más hermosos que has visto en cien años —bromeé, subiendo una pierna y apretando mi rodilla contra su trasero, para acercarlo a mí. Los ojos oscuros de Caden se encontraron con los míos.

—Tus ojos también son los más hermosos que he visto en mi vida —susurró, bajando lentamente el mentón—. Quiero verlos mientras te como.

Con la boca abierta, incapaz de responder a eso con una risa, seguí sus movimientos. No despegué mis ojos de los suyos y me mordí el labio inferior cuando Caden, sin más, pasó la lengua caliente y tersa por uno de mis pezones.

Me estremecí. Solté un pequeño alarido. Si él volvía a hacer eso yo...

Me lamió una vez más. Uno y otro. Me derretí como mantequilla. Herví como caramelo al fuego. Cualquiera podría decir que mi piel quemaba, pero nada de eso importaba, porque aunque yo tenía la intención de darle todo de mí, él no sabía cuánto me estaba dando con solo eso.

La daga y la rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora