Capitulo Uno

2.2K 146 3
                                    

Paraíso era una soñolienta isla del Caribe.

Tenía un bar en la playa, ron en cantidad y el especial sonido de la música de allí, lo que agregaba sensualidad al aire caliente de la tarde. Alejado de la construcción de madera en la que se hallaba el bar, el azul del mar golpeaba perezosamente la orilla de arena blanca.

Sentado en un taburete del bar, con un vaso de ron entre sus dedos, Kinn Anakinn decidió que estaba a gusto. Atrás había dejado el impulso de llamar por teléfono, la sensación de sentirse desnudo en pantalones cortos, o caminando descalzo. «Sin preocupaciones», como solían decir los del lugar. Ahora comprendía lo que querían decir.

—¿Quiere que le sirva otra copa, señor Anakinn?

El acento melódico característico de la isla hizo que Anakinn alzara la mirada para descubrir a un hermoso mulato que servía en la barra. Su sonrisa parecía invitarlo a algo más.

—Sí, claro. ¿Por qué no? —él le devolvió la sonrisa y le dio el vaso, ignorando la intención oculta de aquel ofrecimiento.

El sexo en aquel clima cálido era la serpiente del paraíso. A medida que subía la temperatura del cuerpo, aumentaba aquel apetito.

Tal vez debiera considerar lo que ofrecían aquellos ojos de terciopelo marrón de el chico del bar. Pero no había ido a la isla para satisfacer aquel placer. Con solo llevarse un dedo a la comisura de la boca recordaría por qué debía tener cuidado. La herida del labio y la de la mejilla hacía días que se habían borrado, pero el daño a su dignidad seguía intacto. Era mejor no dejar escapar al tigre herido que había en él. Podría desquitarse con un inocente.

Sería mejor encerrarlo y evitar la tentación a toda costa.

Y ciertamente, tentaciones no faltaban, reflexionó, cuando se dio la vuelta y observó al joven que atraía toda la atención de la pequeña pista de baile.

«El amo de la serpiente», lo llamó en silencio, mientras observaba sus movimientos sensuales al ritmo de la música. Era more linde pelo castaño color caramelo quemado, alto y delgado. Lucía un bronceado perfecto que contrastaba con un llamativo pantalón azul muy corto. En el pelo llevaba una flor azul a juego.

Irresistible, en otras palabras.

No era de extrañarse que todos los hombres lo mirasen embobados.

Tenía clase, estilo, belleza, gracia, y bailaba como un encantador profesional, cambiando de pareja con la facilidad de alguien que está acostumbrado a ser el centro de atención.

Sus acompañantes parecían disfrutar de la oportunidad de estar cerca de él, posar sus manos en su incomparable cuerpo y mirar aquellos hermosos ojos verdes, o ver cómo su deliciosa boca se abría en una sonrisa que les prometía de todo.

Y su nombre era Porsche.

Porsche, la tentación, la ruina del hombre.

O la tentación de aquellos jóvenes que querían ser el elegido.

Porsche lo tenía todo, uno de los pocos afortunados que gozan de todo lo que se puede tener. Un niño de papá, aunque en este caso era un niño de su abuelo. Y único heredero de su fabulosa fortuna. El dinero era afrodisíaco, pensó Kinn cínicamente. Aunque hubiera sido horriblemente feo, aquellos hombres se habrían arrojado a sus pies del mismo modo. Pero, como ocurría muchas veces, a su fortuna debía agregar una sorprendente belleza.

Porsche se empezó a reír. El sonido era suave, liviano y atractivo. El pobre joven a quien iba dirigida su risa casi estuvo a punto de arrodillarse ante él. De pronto, Porsche se encontró con la mirada cínica de Kinn, y se puso serio, dando paso a una mirada desafiante, como diciéndole «Ven conmigo, si te atreves».

Deseo Culpable - KinnPorscheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora