Capitulo Catorce

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Aquel pequeño brujito atormentaba su vida, pensó Kinn, irritado. 

Sonó el teléfono. Kinn lo descolgó. 

—¿Qué pasa? —ladró. 

Era su secretaria de Londres. Kinn escuchó la lista de asuntos que resolver mientras miraba con enfado una escena a través de la ventana de su despacho: Porsche estaba de pie, riendo, rodeado de constructores con cascos amarillos en la cabeza, botas cubiertas de polvo, camisetas ajustadas y vaqueros. 

¿Y qué llevaba Porsche? 

Iba vestido de azul. Era su color favorito, se daba cuenta. Aquel día eran pantalones azules que se ajustaban a sus caderas y sus largas piernas. Y una camiseta azul más clara que dejaba entrever su esbelto cuerpo. 

Demasiado de todo, se dijo Kinn. 

—No sé nada de eso, Sonia —murmuró—. No sé si voy a viajar a Londres a asistir a una reunión. Será mejor que le preguntes a Victor si puede asistir. 

Porsche movía la cabeza con el movimiento de la cabeza y resultaba la cosa más deslumbrante que había visto nunca. 

—Sé que quieren que vaya, pero no es posible. Tengo compromisos. 

Recordó que ahora estaba comprometido con un chico que no tenía idea de la ropa que debía ponerse en una obra. 

—¿Has sabido algo de Theron Pitchaya? —preguntó. 

Desde que había discutido con su abuelo en el Caribe, no había sabido nada de él. No había tenido noticias de su carta de despido del proyecto griego. Tampoco había aparecido el documento en el cual lo dejaba totalmente al margen de su fortuna en caso de boda con su nieto. Nadie podía dar con Theron Pitchaya, hasta el mismo Vegas se quejaba de que el anciano hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Kinn sospechaba que solo debía recibir llamadas de su precioso nieto. Hablaba con él todos los días. Pero ni su nieto lograba que le dijera qué iba a hacer con el proyecto griego. 

Solo le había dicho: «Te veré dentro de dos semanas». Ahora solo faltaban unos días. 

Se trataba de su compromiso oficial. 

—Nada —dijo su secretaria. 

El anillo brillaba en el dedo de Porsche. Este se alzó para limpiar un poco de cemento del bícep de un muchacho con aspecto muy viril. Kinn frunció el ceño. El español le sonrió a Porsche. Kinn terminó la conversación telefónica rápidamente, se puso de pie y golpeó el cristal de la ventana. 

Porsche se dio la vuelta. Los hombres también. Porsche le sonrió. Ellos sonrieron con más picardía, como diciéndole que tenía mucha suerte. 

—Quiere que le devuelvan el souvenir —se oyó decir a uno de los hombres. 

Porsche se rió, como siempre que había oído aquello. Le hacía gracia. Pero no era un souvenir. Kinn estaba enamorado de él. Pensaba todo el tiempo en él, lo deseaba todo el tiempo. Lo miraba y sentía multitud de sensaciones... 

Después de despedirse de sus fans, Porsche se dirigió al despacho. Kinn lo observó llegar, vio que su boca tomaba una forma diferente, exclusivamente para él. Era un beso, un beso sensual, ofrecido a la distancia. Era un seductor, una tentación, pero él no pudo evitar dedicarle una sonrisa. 

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó él—. Creí que habíamos quedado en que te mantendrías lejos de las obras para que no causaras accidentes. 

Porsche se rió. Creyó que Kinn estaba de broma, pero Kinn no estaba seguro de ello. 

—Tenía que pedirte un consejo —dijo Porsche. 

Deseo Culpable - KinnPorscheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora