Capítulo Cuatro

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Kinn se despertó sobresaltado con un grito que resonó en la noche. Se quedó inmóvil un momento, tratando de discernir entre el sueño y la vigilia. No estaba seguro de que no fuera alguien que gritaba en un sueño.

Cuando oyó el segundo grito, saltó de la cama. Se puso unos pantalones cortos y corrió hacia la puerta de entrada.

Estaba oscuro afuera. No se movía una hoja. Miró hacia el mar esperando encontrar a alguien con dificultades, pero no había nadie. El grito había sido muy cerca.

Más cerca de la casa que del mar.

Luego, se oyó otra vez.

Se dio la vuelta para mirar en dirección a la casa de Porsche y entonces vio una silueta masculina bajando las escaleras del porche.

Era Porsche quien gritaba. Su corazón se aceleró.

—¡Eh! —gritó, haciendo que la figura que bajaba los escalones se detuviera un momento.

Estaba muy oscuro para verlo. Pero Kinn sospechaba algo, y caminó hacia la pared que separaba ambas casas. El nombre de Alex Galloway sonaba en su cabeza.

—¿Qué sucede? —preguntó. Pero lo único que logró fue que el hombre se diera la vuelta y huyese.
Kinn tuvo el presentimiento de que había sucedido algo. Nadie huía así por nada. Sin pensarlo, Kinn corrió detrás de la figura después de saltar la pared que separaba las casas. Pero el personaje desapareció. Lo único que llegó a ver Kinn fueron las luces de un coche en la carretera.

Juró en silencio y corrió a ver a Porsche. Subió los escalones del porche y golpeó la puerta.

—¿Porsche? ¿Estás bien?

Él no contestó.

—¡Porsche! —gritó.

No hubo respuesta. La puerta estaba entreabierta. Él no conocía la casa, así que tenía que moverse con cuidado en la oscuridad. Se chocó contra algo duro. Era una lámpara de pie. Encendió la luz. Los muebles del salón eran de mimbre. Había una cocina en un extremo, y dos puertas que debían de llevar al cuarto de baño y al único dormitorio de la casa.

—¿Porsche? —volvió a gritar.

Se acercó a las otras puertas. Abrió una de ellas y la estancia se iluminó parcialmente con la luz del salón. Lo que vio lo dejó petrificado.
La habitación era un desastre. Porsche estaba sentado en el centro, tirado en el suelo, como si fuera un objeto más. La luz hacía brillar su cabello, parecía de seda que ocultaba su rostro. Estaba abrazado a sí mismo y acurrucado. A su lado yacían los restos de su conjunto azul hecho trizas.

—¡Dios santo! —exclamó Kinn cuando se dio cuenta de lo que había sucedido.

—Vete —le dijo Porsche con voz entrecortada por el llanto.

Kinn no le hizo caso y se acercó. Se agachó frente a él y le preguntó:—¿Estás herido? —extendió una mano y le tocó levemente el cabello.

Su respuesta fue sorprendente. Hizo un solo movimiento violento y se puso de pie. Le dio la espalda y estalló en llanto. Todo su cuerpo temblaba. Kinn se levantó lentamente tratando de decidir cuál sería su siguiente movimiento. Estaba claro que Porsche había sufrido algún tipo de asalto, que estaba en estado de shock y que tal vez...

—Te odio, ¿lo sabes? —dijo Porsche de pronto—. Realmente... te odio por entrar aquí de este modo.

—Oí un grito, salí a ver qué sucedía, y vi que alguien salía de tu casa —explicó Kinn—. Había algo en su manera de moverse que me hizo... Porsche... —de pronto cambió de tema—. Estás temblando. Da la impresión de que te vas a derrumbar... Deja que...

Deseo Culpable - KinnPorscheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora