-Lo siento. Me quedé dormido.
-Está bien... -dijo él, excitado solo con verlo-. He estado trabajando. No me di cuenta de que había pasado tanto tiempo -mintió él.
-Es una vista muy bonita -comentó Porsche -. Nada parece nuevo ni fuera de lugar. Todo encaja perfectamente, como si estuviera aquí desde hace siglos.
-Esa ha sido la idea -después de un momento, Kinn se puso de pie al lado de Porsche para señalarle los diferentes edificios y servicios que tenía el complejo turístico. Porsche olía a champú y sutilmente a algo caro-. Aún no hemos empezado a desarrollar ese espacio -señaló uno de los extremos de la bahía, y le explicó los proyectos que tenían en esa zona para los siguientes dos años.
Su brazo le rozó el hombro, su voz profunda vibró en su piel... Porsche apenas podía prestarle atención.
-Muy utópico -murmuró Porsche -. ¿Y todo esto es tuyo?
-No. Me gustaría que lo fuera, pero no es así. El dueño de todas las tierras es un austero español llamado don Felipe de Vázquez. Victor y yo simplemente somos los hombres que hemos transformado sus ideas en realidad.
-Todo esto no refleja un temperamento demasiado austero. Se trasluce la obra de un corazón romántico aquí.
-Tal vez don Felipe tenga un fondo oculto -pero, por su tono, Kinn no parecía convencido-. Pero a mí me parece que lo que tiene es un gran instinto para los negocios.
-No le tienes simpatía -comentó Porsche.
-El que yo le tenga simpatía o no se la tenga, es algo que no interesa en esto -dijo Kinn diplomáticamente.
Porsche se apoyó en la barandilla y se cruzó de brazos.
-Pero no le tienes simpatía -insistió.
Él se rió. Y luego lo miró. Fue un error, porque sus ojos lo derritieron. Y se olvidó de don Felipe y de San Esteban con toda su belleza. Porque Porsche hechizaba y eclipsaba cualquier belleza.
Él estaba relajado, le estaba sonriendo con aquella hermosa boca... «No lo estropees», se dijo Kinn.
No era fácil, pensó Porsche. Mantener aquel nivel de relajada amistad era difícil cuando lo que en verdad quería hacer era besarlo. Se había quedado dormido pensando en aquel hombre. Se había despertado pensando en aquel hombre... Y no se atrevía a recordar sus sueños porque en ellos también había estado presente él.
-Don Felipe... -repitió Porsche, aunque no le interesaba en absoluto aquella conversación. Pero tenía que disimular.
Kinn respiró profundamente, entreabrió los labios.
-Hay que conocer muy bien a una persona para saber si te gusta o no -dijo Kinn, desviando la mirada de Porsche, antes de que hiciera algo que no debía-. Es un hombre extraño, muy reservado, frío, distante. Se corre el rumor de que fue desheredado por su padre en favor de su hermanastro, y que no le sentó muy bien la decisión. Estuvo muy enfadado durante un tiempo, se metió en un par de peleas, tuvo un accidente, que lo dejó marcado en más de un sentido... Desde entonces ha querido demostrar a su familia que no los necesita para ser rico... Con este complejo turístico y todas las inversiones que ha hecho en estos últimos años... Ha hecho una gran fortuna. No sé si se puede decir que es un romántico -agregó.
-Entonces debes ser tú el romántico aquí -dijo Porsche.
-¿Yo, romántico? -Kinn miró San Esteban y agitó la cabeza-. Solo soy un arquitecto al que le gusta dejar los lugares tan intactos como sea posible.
Hubo otro silencio. Tal vez era necesario, puesto que ninguno de los dos estaba sinceramente interesado en la conversación.
-Hace falta un poco de bebida... -dijo Kinn, intentando llenar el vacío.
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Deseo Culpable - KinnPorsche
Любовные романыEl empresario millonario Kinn Anakinn no dejaba de repetirse que el tentador Porsche Pitchaya no era más que un joven rico y malcriado, acostumbrado a que cualquiera cayera rendido a sus pies. Sin embargo, cuando se encontró en peligro, Kinn lo ayu...