Porsche estaba soltando juramentos en el jardín. Estaban dirigidos a un inglés alto y moreno, idiota, y sin corazón.
No estaba contento. Todo el mundo en casa de su abuelo en Atenas sabía que no estaba contento. Se había peleado con su abuelo.
Nunca se peleaba con su abuelo...
Pero, igual que el inglés, su abuelo no tenía corazón.
Lo había decepcionado. En el momento en que había necesitado consuelo y apoyo, se los había negado con una brusquedad terrible.
—No, Porsche. No dejaré que hagas esto —le había dicho.
—¡Pero tú no tienes nada que opinar en esto! —había gritado él.
—En este tema, sí. Te di dos semanas para que te aclarases acerca de ese hombre. Cuando viniste y me dijiste que lo adorabas, cedí a tus deseos, como un estúpido, y seguí organizando la fiesta de esta noche. Por lo tanto, no dejaré que me pongas en ridículo, ¡cancelando el evento a estas alturas!
—¡Pero no tengo a ningún hombre al que prometerme!
—Entonces, encuentra uno —le aconsejó—. O bailarás solo esta noche, precioso mío, con tu honor por el suelo y el orgullo de los Pitchaya tirado a su lado...
—No puedes decirlo en serio...
Pero lo decía en serio. Por ello Porsche estaba en el jardín pensando qué debía hacer en relación a la fiesta que no quería celebrar, con el compromiso con un hombre que no estaba allí para compartir con él ambas cosas, ¡aun si lo quisiera!
¿Dónde estaba Kinn?
¿Estaría con Porchay? ¿Adorando lo inalcanzable mientras su sufrido marido aguantaba la farsa para salvar la cara?
¡Deseaba que lo hubieran arrojado a una mazmorra!
Pero, ¿dónde estaba Kinn?, gritaba su estúpido corazón.
Era sábado. El día antes había dejado un mensaje en el contestador del teléfono de San Esteban, diciéndole que lo llamase. ¿No podría haber hecho eso al menos?
«Quiero que venga». «No quiero que venga», se decía Porsche todo el tiempo. Se ponía de pie. Se sentaba.
Miró hacia abajo. Se pasó el pulgar de la mano derecha por el dedo anular de la mano izquierda, donde solía llevar el anillo que le había regalado Kinn.
Echaba de menos el anillo. No soportaba vivir sin Kinn...
—Porsche...
—Vete, abuelo... —no quería hablar con nadie.
—Ha habido una llamada telefónica para ti...
—¿De Kinn? —se puso de pie de un salto. Al ver la cara de tristeza de su abuelo habría deseado que lo tragase la tierra.
—Era Alex Galloway —dijo su abuelo—. Estaba en el aeropuerto y ha dicho que vendría a verte. Le he dicho que te alegraría verlo.
—¿Por qué? —preguntó Porsche, a la defensiva—. ¿Crees que Alex puede sustituir a Kinn?
Theron se rió. Porsche sintió más rabia aún.
—No es una mala idea, cariño. Estará aquí dentro de pocos minutos. Dejaré que se lo sugieras —su abuelo se alejó, riéndose aún.
Su abuelo disfrutaba con aquello, gruñó Porsche en silencio. Hasta entonces no se había dado cuenta del sentido del humor tan retorcido que tenía Theron Pitchaya. ¿Le divertía verlo sufrir?
ESTÁS LEYENDO
Deseo Culpable - KinnPorsche
Roman d'amourEl empresario millonario Kinn Anakinn no dejaba de repetirse que el tentador Porsche Pitchaya no era más que un joven rico y malcriado, acostumbrado a que cualquiera cayera rendido a sus pies. Sin embargo, cuando se encontró en peligro, Kinn lo ayu...