Capitulo Dieciséis

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El palacio de Al-Qadim era impresionante con el cielo oscuro de fondo. Sus paredes de piedra habían sido alumbradas desde abajo. Kinn estaba impresionado por aquella belleza. 

Pero no deseaba estar allí. Estaba harto de representar papeles por hacer un favor a la gente. 

Acababa de dejar de representar un papel para meterse en otro. Ahora sería el centro de las críticas de los árabes, quienes le habían dado el papel de amante de el esposo del jeque, Porchay Al-Qadim. 

—Kinn, si no quieres seguir con esto, dilo —dijo Victor. 

—Estoy aquí, ¿no? —respondió malhumorado. 

Porsche, el seductor, Porsche, el tentador. Porsche, la serpiente, había hecho de las últimas semanas un perfecto paraíso, antes de volver a su estado original... ¿Y cuál era ese? Porsche, El chico mimado, caprichoso y rico que siempre quería que se hiciera su voluntad. 

El problema era que le había gustado hacer el papel de esclavo suyo. Lo excitaba. Lo hacía sentir vivo. Se había hecho un tatuaje en uno de los lugares más erógenos solo para volverlo loco. 

—Me parece que con este humor, no podrás estar muy sociable. 

—Ya verás cómo cambio cuando se levante el telón. Estaré tan sociable con tu yerno que se preguntarán si la aventura la he tenido con él. 

—No seas cínico.

 Victor se estaba enfadando. Kinn no podía culparlo. 

—Debiste traerlo contigo si no puedes pasar un día sin él sin ponerte insoportable. 

—¿De quién estamos hablando? —preguntó Kinn con un brillo de advertencia en los ojos. 

Victor sonrió simplemente. 

—No he estado en San Esteban recientemente, pero hasta la chica de la limpieza de la oficina de Londres sabe que te has traído un souvenir del Caribe. 

Un souvenir del infierno, pensó él. Luego recordó su expresión cuando lo había visto por última vez, y se le hizo un nudo en el estómago. 

Lo había herido. Sabía que lo heriría. Por ello había querido saber lo que sentía Porsche antes de contarle lo de su viaje. 

Él había querido que comprendiera. Había querido que confiara en él. Que hubiera comprendido que él no podía estar enamorado de nadie más, ¡cuando era totalmente suyo! 

¿Y ahora qué? ¿Qué estaba haciendo allí? Debía volver. Ir a hablar con Porsche . Tenía razón en muchos sentidos. Él debería haber tenido en cuenta sus sentimientos antes que otros. 

Juró en silencio. 

El coche se detuvo delante de un domo de lapislázuli con pilares de mármol blanco. Un poco más lejos se veía la entrada de un edificio con una araña de cristal veneciano. Victor salió del coche. Kinn hizo lo mismo. Se irguió y acomodó los hombros para sacudirse la tensión acumulada por la discusión con Porsche hacía horas y poder afrontar la situación que lo esperaba allí. 

Victor y Kinn lucían trajes oscuros y camisas blancas. Entraron en una habitación de gran colorido. Kinn divisó a Porchay enseguida. Llevaba un traje de seda rojo con ribetes dorados, y se le veía radiante. A su lado, estaba el hombre al que había adorado desde el primer momento, hacía unos cinco años: el jeque Kim Al-Qadim, que parecía un poco pálido. 

Tal vez hubiera dejado huella en él la tensión de las últimas semanas. Victor le había contado lo que había ocurrido en ese tiempo. Kim había librado la batalla de su vida intentando mantener a su lado al esposo que había elegido, y conservando la posición de sucesor de su padre, como dirigente de Rahman. Y había logrado el éxito en ambos frentes. 

Deseo Culpable - KinnPorscheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora