43. Desconfianza

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Capítulo cuarenta y tres

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Melissa

Aegan había vuelto a nuestro hogar hacía tres días aproximadamente. Durante este tiempo me había mantenido un tanto distante con él; estaba enfadada por ir a un local lleno de zorras y putas. Realmente no me gustaba nombrar a mujeres así, pero, en mi estado de celos, solo tenía esas definiciones hacia ellas. Siendo sincera, casi todo en mí (por no decir que todo) había cambiado desde que había llegado con Aegan. Supongo que fueron efectos de convivir con él.

Sentía que mis buenos sentimientos inculcados por mis padres poco a poco iban desapareciendo.

Por otro lado, desde el viaje, mi novio también había cambiado. No me quería hacer ideas terribles porque me había prometido ser fiel. Sin embargo, saber que él antiguamente era un mujeriego que se metía con cualquier mujer, me comía la cabeza. En los tres días, Aegan desaparecía a muchas horas, siempre se marchaba nervioso y no volvía durante bastante tiempo. Tenía la mosca detrás de la oreja.

Yo no quería terminar con Aegan, pues recién nos habíamos mudado de casa y comenzábamos de nuevo nuestra relación. Estaba nerviosa por esa parte... ¿y si me había equivocado y era mejor quedarnos como jefe-secretaria? ¿Y si me estaba engañando con alguien? De verdad que esperaba que esto no ocurriera.

Todo se descubrió dos días después...

- Melissa, te invito a cenar esta noche en un restaurante - mi novio llegó a mi lado mientras yo estaba dedicando el tiempo libre en un nuevo jardín.

- Claro, pero, ¿no apetece cenar en casa? Podría preparar una rica y saludable comida.

- Prefiero que salgamos a algún lugar - tragó en seco, haciendo que se tuviera que llevar la mano a su garganta -, tengo algo que contarte.

- Lo que tu digas, Aegan - balbuceé. Mi novio se marchó por donde había venido, dejándome de nuevo con mis plantas.

¿Confesaría que había hecho alguna estupidez?

¿Cambiaría el destino de nuestros corazones?

Esto me ponía inquieta.

El resto de la mañana pasó lento, como si el universo quisiera martillarme y hacerme sufrir. Por la tarde dejé todo a un lado y dediqué mi tiempo a arreglarme un poco más. Según me había vuelto a decir Aegan, iríamos a un restaurante más elegante y fino. Eso me asustaba, parecía que lo que me quería contar era muy importante.

Me atavié con un vestido negro y blanco refinado, de esos que Aegan me regalaba de vez en cuando, junto con un par de pulseras doradas y unos tocones no muy altos a juego con la ropa. Al haber estado mucho tiempo de pie arreglando el jardín, mis pies estaban que mataban del dolor, así que, hasta que me volviera a acostumbrar, debía de usar zapatos casi planos, por no decir que del todo.

Me maquillé de una forma que no me viera extravagante, pero tampoco natural. Usé tonos oscuros para hacer juego con el vestido. Y, como no podía faltar, me pinté los labios de un rojo carmín fuerte. Si de algo me había acostumbrado desde que estaba aquí era a usar pintalabios de ese color. Me gustaba y como tenía que utilizarlo por obligación en el trabajo, siempre lo llevaba puesto.

A las ocho y media aproximadamente, mi novio entró al baño de nuestro cuarto mientras yo me terminaba de ondular el pelo. Él ya estaba preparado; un traje sin chaqueta perfectamente alisado (el calor ya estaba aquí, aunque por las noches se estaba bien), las mangas de la camisa blanca desabrochadas hasta el codo, el pelo bien peinado con greñas cayendo por su frente y una excelente dentadura blanca.

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora