6. El nuevo integrante

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Capítulo seis

Aegan

Llevaba en mi despacho desde las tres de la mañana intentando buscar una solución al futuro de la mafia. Por alguna extraña razón, me sentí inspirado después de varios días y por fin había encontrado la solución al problema.

Aún encima, la llamada había sido un éxito total y mi próximo ayudante ya venía de camino desde Colombia.

Preparándome para su llegada, cuando el sol comenzó a salir en las calles de mi ciudad, conduje hasta la mitad del campo donde yacía mi almacén con la mercancía y mis salas de tortura. Sin embargo, nada más llegar, uno de mis empleados llegó a mi encuentro todo agitado.

— Jefe, tenemos un problema — respiró.

— ¿Qué sucede?

— Alguien ha dejado la puerta de la bodega abierta durante la noche y ha entrado una plaga de ratas.

— Pues sacadlas.

— Ese no es el problema en sí... — se aclaró la garganta — las ratas se han comido parte de la mercancía.

— Oh, mierda — me agarré el puente de la nariz, intentando tranquilizarme —. Busca entre las cámaras de seguridad quién fue el causante de este desastre.

— Sí, señor.

— Deprisa — mandé.

Comenzaba a salir de una y ya me metía en otra. Esto, sin duda, me traería graves problemas con los clientes; no tenía la suficiente cantidad para cada uno de ellos. En mi agenda mental, apunté llamar a padre, seguro que podría hacer negocios con lo que él se había quedado.

— Es Gustavo Rodríguez, señor — me mostró el vídeo,

— Tráiganlo a uno de los cubículo.

— Enseguida, señor Mancini.

Cuando quise llegar a la salita, el chaval que rondaba los diecisiete años ya estaba sentado en una silla de madera en el centro. Me quité el chaleco y me arremangué la camisa.

— Supongo que sabrás qué haces aquí, ¿no? — cuestioné.

— No — tartamudeó, intentando escapar de los dos pares de manos que lo sujetaban.

— Pues yo te lo diré. Resulta que alguien dejó la puerta abierta durante la noche y gran parte de la droga ha desaparecido, ¿tienes algo tú que ver?

— No — volvió a negar, completamente nervioso.

— Entonces, ¿tienes un hermano gemelo o algo así? — le enseñé el video.

— Yo... es que... — intentó defenderse.

— Matarte no me serviría de nada — corté su explicación —. Sin embargo, esto nos crea una cuenta pendiente entre ambos.

— ¡Yo no fui! — chilló.

¿Pero quién mierda se creía que era yo? ¿Gilipollas? ¿Ciego?

— Cállate — su grito me molestó —. Me deberás pagar el dinero perdido, y me temo decir que no es poco... eso no se gestiona ni con un mes de paga honorífica.

— Lograré la pasta, pero...

— ¡Ja! ¡Iluso! ¿Cabrón, es que acaso no me escuchas? Ni en tus mejores sueños conseguirías todo. Por ello, tengo el mejor plan para ti y tu futuro: de primeras, cada miembro de tu familia recibirá una gran sorpresa en sus cuentas bancarias, aunque, viéndote, supongo que no llegaría ni a un sexto de lo que debes.

— ¡No se meta con mi familia, señor Mancini! ¡Se lo suplico! — tan rudos que se ven los adolescentes hoy en día y luego son como una migita de pan... eso es porque no tienen al disciplinador adecuado.

— Estuve enterado de que tu hermana mayor se casó con un viejo adinerado, ¿ya cobraré la herencia o tendré que esperar más? — siempre estaba al tanto de la vida de mis empleados — Luego llega la segunda fase, te venderé a la mafia. Sigues siendo menor de edad; así que, aún les servirás por un tiempo — las ideas iban y venían solas.

— ¡No me separe de mi familia, por favor!

— ¿Qué por favor? No, chico, estas en el Imperio italiano, aquí no se piden las cosas así.

Agarré el bolso situado sobre una mesa, lo abrí y saqué lo necesario.

— Seré bueno por esta vez, Gustavo; no estarás tan alejado de tu familia como piensas — mostré el afilado cuchillo que sostenía entre mis dedos —. Ellos tendrán un recuerdo sobre ti.

Mientras me acercaba, el chico se movía desesperado por que lo soltasen. Ninguno de mis dos gorilas lo hicieron; sino que agarraron su mano y la pusieron sobre la mesa que separaba su cuerpo de mí.

Antiguas raíces provenían del Noreste Asiático, más específico, de Japón. Y, claro, los negocios negros no aparecerían así como así: por mis venas corría sangre Yakuza, la mafia japonesa. Aunque ya habíamos perdido la mayoría de tradiciones y me asemejaba más a la italiana, siempre estaba bien hacer homenaje a mis antepasados.

No seguí al pie de la letra el procedimiento, pero algo ya era algo.

— ¿Lo envío por correo o voy personalmente? — reí.

Cogí el arma con más seguridad y lo llevé hacia su dedo meñique. Hizo una mueca al principio, no obstante, cuanto más avanzaba el cuchillo, sus gritos comenzaban a aumentar. Fueron segundos de agonía por parte de él, segundos de satisfacción para mí.

Su dedo completamente desangrado se separó de la mano. Él se desmayó. A continuación, agarré el miembro con cuidado y se lo extendí a mis acompañantes, quienes ya no sujetaban a Gustavo. Uno se encargaba del dedo, el otro de cortar a medias la hemorragia; no quería que muriese desangrado, no aún.

— Atrapad todos esos bichejos. Mantenerlas con vida hasta que caguen la droga, luego, matadlas.

Me largué de nuevo hacia la oficina nada más terminar el trabajo.

(...)

Nada más salir del elevador, July se puso de pie dándome una buena vista de su escote y sus nalgotas dentro de ese vestido apretado. Pero hoy no era un buen momento para esos pensamientos. De camino la había llamado para que concretara una reunión urgente con mis socios principales, tenía que explicarles la nueva forma de trabajo.

— Ya están aquí, señor Mancini — anunció July, entrando a la sala de conferencias.

— Hazles pasar.

July asintió y a los pocos minutos, todos nos encontrábamos sentados alrededor de la mesa.

— Comience, señor Mancini.

— Yo doy las órdenes, Max. Estoy esperando a una persona que ayudará a la empresa.

No sabía si iba a ser buena idea esta, pero era mejor intentarlo que perder una oportunidad.

La puerta se volvió a abrir, dejando paso a la persona que faltaba.

— ¿Él? ¿Esperábamos a Mitchell?

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora