Capítulo veinticuatro
Melissa
Decir que no lo quería sería mentir. Aegan había llegado al fondo de mi corazón poco a poco y eso lo comprobé nada más salir de Roma. Seguía sin estar enamorada, pero no significaba que no lo quisiera. De hecho, sí que lo hacía, y mucho.
La tarde de ayer, cuando salimos del restaurante, nos tomamos tiempo libre. Hoy, como era sábado, tendría el día desocupado y lo pasaría en la casa, tal y como lo hacía siempre. Le había pedido a Pam si podía llevarme a las herramientas de jardinería, pues, luego de dos -casi tres- meses, volvería a hacer algo que me llenaba el corazón de alegría.
Este fin de semana solo tenía un plan: la jardinería.
Pamela y yo nos dirigimos a una pequeña casa en el fondo del jardín, donde suponía que se encontraban los utensilios. La mujer que se había convertido en mi segunda madre, abrió la puerta y me permitió la entrada. Ella fue la segunda y última en hacerlo, encendiendo la luz desde una llave algo sucia. Sonrió al verme tan emocionada y sin hablar, se marchó.
Sin más espera, cogí las tijeras, tierra, macetas, palas y semillas. A continuación me recogí el cabello en un moño y acabé poniéndome un delantal. Emocionada, arrastré el carrito hasta encontrar una buena zona de sol. La pared que delimitaba la finca tenía una gran planta verde, fuerte y hermosa, además de que la tierra de abajo parecía fértil.
Preparé mis manos, resguardándolas en unos guantes amarillos. Por último, me puse manos a la obra. El corazón me latía desesperado, llegando al máximo cuando corte la primera rama del verde arbusto. Mis manos se dejaban llevar por las órdenes que me lanzaba el cerebro. La música con mis auriculares resonaban por mi cabeza, haciendo que mi cuerpo se moviera al son de ella.
Pasé la mayor parte de la mañana allí, entre tierra y plantas. Tuve que dejarlo cuando Pamela apareció, anunciando que la comida estaba lista y servida. No obstante, también supe de su opinión sobre la parte del jardín. Estaba quedando mucho mejor que antes. Según ella, este rincón era precioso, justo lo que le faltaba a la mansión. Yo tenía la misma opinión.
Aparecí por el interior de la casa. Mi intención era subir a mi dormitorio para cambiarme y, de paso, darme una corta ducha para matar el olor a fertilizante y tierra que desprendía.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Te has caído en el barro? - preguntó, burlándose de mí.
No llevaba las mejores pintas del mundo, esa era otra razón para ir a mi dormitorio. Mi pelo, a pesar de estar recogido, se encontraba tieso por algunas partes y también con algunas hojas y ramitas pequeña que habían caído. La ropa vieja se encontraba marrón y con manchas de agua. Esta ropa ya no la utilizaría para nada, solo para mi preciado hobby.
- Estaba arreglando el jardín, entonces me he manchado mucho - expliqué.
- Sabes que tengo trabajadores para que ellos lo hagan, ¿no? Digo, para algo les pago.
- Amo la jardinería, de hecho, eso fue lo que estaba estudiando en la universidad - comenté, tímida -, así que lo hacía porque quería divertirme un rato. Y si quieres, yo podría cuidar el jardín, no tienes por qué tener a más personas.
- ¿De verdad quieres eso? No importa dejarlos, tampoco echarlos.
- Me encantaría cuidar el jardín - anuncié feliz. Mi interior saltaba de alegría, aunque también me sentía algo culpable; personas serían despedidas por mi egoísmo.
- Pues que no se diga más - me mostró una sonrisa sincera.
Lo miré detenidamente. Tenía un cuerpo de infarto y ni hablar de su sonrisa, una que podía derretir a cualquiera.
- Vete a cambiarte antes de comer, Melissa. En serio que apestas - hizo una mueca. Infló sus mejillas, conteniendo el aire. Obedecí; él seguía siendo mi jefe y dueño -. No comenzaré sin ti, pero date prisa.
- Claro, señor Mancini.
Subí por las escaleras, perdiéndome por el pasillo del primer piso.
(...)
- ¿Te apetece ver una película? - cuestionó Aegan.
Ambos nos encontrábamos en la sala. El señor Mancini veía un partido de fútbol en el sofá grande, mientras que yo leía un libro de romance que Jessy me había regalado cuando vinimos de Moscú. La noche había caído al completo y hacía bastante frío, algo que se podía solucionar con una manta y un chocolate caliente.
- Claro - acepté.
Puse el marcapáginas dentro del libro antes de cerrarlo y dejarlo en una mesita. Luego me quité las lentes que llevaba puestas y me senté en el otro sofá, en el cual, Aegan estaba echado. Había una distancia prudente entre nosotros y ninguno parecía querer romperla, por más que yo tuviera las inmensas ganas de terminar con ellas.
- ¿Cuál te apetece ver? - me preguntó, entrando a Netflix.
- No lo sé, elige tú - Aegan sonrió maliciosamente.
El señor Mancini buscó el nombre de una película y le dio a reproducir. No tenía ni la mínima idea de que iba la cinta, hasta que todo cobró sentido en la primera muerte. El muy maldito había puesto una película de terror con asesinos. Odiaba cualquier cosa de horror, pero, sobre todo, con criminales.
Lo observé mal, quería parar la película. Aegan me devolvió la mirada y me sonrió inocente, lo último que él era. A él le gustaban de este tipo, según él, las amaba. Supongo que, si él es uno, es normal que a él le gusten.
El asesino perseguía a la protagonista con un hacha. La iba a pillar y matar, lo tenía claro. Cubrí mi cabeza con la manta y de vez en cuando la sacaba para, segundos después, volverla a esconder. El grito de la protagonista inundó la sala. Salté y caí casi encima de Aegan. Este se sorprendió, a igual que yo.
Levanté la cabeza, humillada por mí misma. Sonrojada, me di cuenta de que me contemplaba fijamente. Sus pupilas dilatadas y sus mejillas algo carmines, no como yo, pero jamás lo había visto así. Su boca se abrió, queriendo decir algo, mas no salió nada. Por inercia, pasé la lengua por mis labios para humedecerlos, porque, por la situación, se habían secado.
Su vista bajó a mis labios y no sé si fui yo o si fue él o los dos, pero nuestras comisuras de los labios terminaron juntas. Se movían en la misma sincronía, sus manos viajaron a mis cachetes y las mías a su cuello, profundizando el beso. Sin embargo, ninguno parecía tener la intención de querer llegar más lejos.
Nos estábamos besando sobrios. Los dos teníamos todos nuestros sentidos intactos y lo recordaríamos para siempre. ¿Acaso esto era un sueño?
- ¿Qué ha sido eso? - se atrevió a hablar Aegan, luego de coger aire.
Inhalé y exhalé fuertemente. No quería hablar. No quería salir con el corazón roto, por lo que me limité a callar, mientras miraba a la nada. Aegan cogió mi barbilla y me obligó a estar con él. Comencé a sollozar sin darme cuenta.
- Tranquila, solo ha sido un beso - intentó apaciguar el momento, pero lloré más fuerte. Prácticamente me había mandado a la friendzone.
- Esto no debía de haber pasado - mentí y a la vez no lo hice. Había anhelado este momento durante semanas.
- No me gusta verte llorar, me mata por dentro - se sinceró, pasando sus dedos por las lágrimas -. No quiero volver a verte lagrimear, no cuando estés conmigo - hizo una pausa, suspirando. Pareció coger aire y se atrevió -. Me gustas, Melissa, y no puedo seguir ocultándolo.
- ¿Qué? - murmuré. No sabía si lo había escuchado Aegan, pero no me importaba. Tenía que procesar esto y una buena forma fue quedándome estática.
- Joder, Melissa, no me hagas repetirlo. Esto es humillante para mí, yo, el rey de la mafia, el Diablo, le acaba de confesar a una mujer que le gusta. Estoy interesado en ti, tengo sentimientos por ti como nunca antes había experimentado con otra - discurseó.
- No sé qué decir - admití.
¿Debía confesar yo también?
¿Debía quedarme en silencio?
- No digas nada, solo... solo permíteme besarte de nuevo - rogó, acercándose a mis labios de nuevo.
Esto parecía ser un nuevo comienzo.
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Caprichos ✔️ [LIBRO I]
Novela Juvenil(Corrompida por el Diablo) Desde que él la vio, no pudo sacarla de su cabeza. Eso lo conllevó a sacrificarse y cambiar por ella, su nuevo capricho, que después se fue convirtiendo en amor. Melissa Hawkins es buena, santa e inocente. Él es todo lo c...