53. Noche de bodas

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Capítulo cincuenta y tres

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Aegan

Joder, la satisfacción que sentía después de matar a una grandísima perra era enorme. Y saber, que me dirigía a un hotel para follar a mi esposa, era aún mayor.

Mi camisa blanca estaba manchada por gotas de sangre, su olor era algo excitante. Me encantaba olfatear la sangre, como un buen depredador. Además, la camisa llevaba las mangas y el cuello desabotonados.

Nada más llegar al hotel, subimos al elevador privado. Solo yo usaría ese por hoy, e igual pasaba con toda la planta más alta. Follaría a Melissa a lo bestia, duro y profundo, sin parar, y nadie más que yo la escucharía. Era completamente mía.

Su mirada se encontraba sobre mi cuerpo. Amaba la forma en la que me veía, amaba que me respetara aunque era un puto perverso. Ataqué sus labios bruscamente nada más nos separamos del resto del mundo. Iba a traerle a Melissa el infierno entero, estaría tan cerca de Satanás, que hasta quemaría.

Esta noche, el hotel ardería en llamas.

El beso era hambriento, rápido, necesitado, lujurioso. Era el mejor beso que había dado nunca. Entonces supe que no había tomado la elección incorrecta, amaba a aquella mujer que me había convertido en un ser fiel y, en general, alguien con más valores humanos. Mis manos viajaron a su espalda baja, donde subían y bajaban a su antojo. Las suyas se encontraban sobre mis hombros y estiraban mi cabello con ferocidad.

La erección se formaba debajo de mis pantalones, era tan dura y grande, que sentía la necesidad de quitarme la ropa y cogerla de una vez por todas. Me encontraba tan duro que, no podría aguantar mucho más, además de que mi entrepierna empezaba a doler.

La habitación estaba templada desde que entramos. Quizás fue la calefacción, quizás fue la calentura de nuestros cuerpos. Nada más visualizar la cama, besándonos como unos animales, la tiré sobre ella. Nos separamos unos escasos segundos para regular la respiración, algo estúpido, pues era imposible. Aproveché para contemplar su rosto, sus mejillas rojas, igual que las comisuras de sus labios, los cuales, también estaban hinchados.

Volvimos a juntar nuestros labios salvajemente. Mis manos viajaron a la colcha, donde me apoyé para no dejar todo mi tonificado cuerpo sobre el de ella. Hice un trazado de besos hasta el glóbulo de su oreja, desde donde empecé a descender hasta su clavícula. Besaba, mordía, chupaba, succionaba... Tenía algo en claro y es que mañana, Melissa estaría enfadada conmigo y además, sin poder moverse, cosa que me ayudaría a escapar.

Su blanca camisa no tardó en desaparecer. La arranqué sin siquiera consultárselo, pues estaba desesperado por verla sin ropa. De un movimiento rápido por parte de mi esposa, se posicionó arriba de mí. Aquello no me gustó; quería tener todo el control. Sin embargo, lo dejé pasar.

- Quería tener el control - bufé.

- Lo tendrás luego, bebé - rió mi mujer.

- Seguro. Estoy tan caliente que podría darte toda la noche y mañana sin reposar y eso es lo que tengo pensado - comenté.

- Mañana tenemos que irnos.

- No arruines mis expectativas - pedí, haciendo un puchero.

Este no era el Aegan de antes, no era el que conoció Melissa al principio. El Aegan de ahora seguía siendo cruel y pervertido, incluso más que antes, pero también era amoroso y había aprendido a que hay mujeres que es mejor respetar y tener al lado. Y de una forma u otra, ambos habíamos corrompido al otro.

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora