37. La carta

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Capítulo treinta y siete

Estoy llena de exámenes y no tengo tiempo para nada, menos mal que tengo capítulos guardados. Por eso, aquí tenéis uno...

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Melissa

La noche ya había caído y me encontraba sola en la enorme casa de mi novio. Aegan aún no había vuelto desde las cinco de la tarde, cuando me mencionó que debía de irse para hacer unos recados. Me ofrecí para acompañarlo, aunque él me lo negó. No me sorprendió, pues no era la primera vez que hacía eso. De seguro eran algún tema del trabaja, el cual, era mejor si no participaba.

Tomé un baño templado en la bañera del cuarto de baño. Comenzaba a hacer calor cuando el Sol se encontraba en lo más alto, efectos que provocaban la primavera. Estábamos a mitad de abril y, de vez en cuando, teníamos que quitarnos una capa de ropa para no asfixiarnos. Volviendo con mi vida, me puse un pijama de seda fina y salí a la terraza con un libro y una manta.

La noche se había quedado preciosa. El azul oscuro dejaba ver unas relucientes estrellas a lo lejos. Era un ambiente perfecto para lo siguiente: abrí el libro de romance por la página que me había quedado el día anterior, dejé el marcapáginas a un lado en la mesa, me tapé mejor y comencé a leer. El sonido de los pájaros me hacía compañía.

Mientras mis párpados se cerraban con el libro aún abierto, el timbre la casa sonó. Al principio me desconcerté un poco, sobre todo porque estaba medio dormida. Me levanté de mi lugar para abrir la puerta, todas las asistentas se habían ido a descansar y, como esperaba que fuera Aegan, no tuve problema. Me tardé un poco hasta llegar, pues iba a un paso lento.

No había nadie fuera, ni siquiera la mísera alma de un gato o pájaro. Fruncí el ceño, yo no estaba loca, realmente alguien había tocado el timbre. Miré hacia ambos lados de nuevo, seguía sin haber nada. Luego miré hacia abajo por el frío que comenzaba a sentir en los pies, menos mal que lo hice, porque una caja se situaba en la alfombra exterior.

La recogí y me la llevé dentro, concretamente al comedor. Tenía varias posibilidades en mente: la primera era que Aegan había pedido algo por internet y le había llegado al vecino. Por eso me lo entregaba a esta hora. La segunda opción era algo más extraña, algo como una nueva amenaza. La caja era idéntica a la de la otra vez.

Yo, despavorida, me decidí por abrir el paquete. Un sobre azul con detalles con pintura dorada yacía sobre la superficie. Lo cogí y lo puse sobre la mesa, apartándolo para otro momento. Ansiaba saber qué decía. En cambio, hice mi mayor esfuerzo para leerla después. Tomé el aire necesario para apartar las tiras de papel que envolvían el contenido de la caja. En ese momento, no me importó estar desechando la basura al piso, ya lo recogería en otro momento.

Toqué el fondo de la caja, aún sin ver. Había un objeto que era como una pelota pesada. La saqué y lo que vi me dejó anonada. La cabeza de una muñeca realista se encontraba entre mis manos, los ojos estaban rojos y caían gotas de sangre, igual que del cuello. Esta cayó de mis manos, dejándolas rojas. Me sobresalté al instante, aunque, menos mal que no era de verdad. Sin embargo, fue turno de la carta. Me apresuré a quitar el sobre y leer el contenido. Y sí, era una nueva amenaza. Algo que no pasó por desapercibido fueron las siglas del remitente.

Te advertimos que te alejaras, Melissa. No lo hiciste, así que, agárrate a las nuevas consecuencias.

- M.J.

Debajo estaba dibujada una enorme equis roja, que de seguro simulaba sangre. Los márgenes de la carta también estaban rojos, con las huellas de mis dedos. Medité la posibilidad de llamar a Aegan, hasta que decidí no esconderme más. Él lo sabría.

- Aegan, vuelve a casa temprano, por favor - supliqué cuando dejé de escuchar los tonos.

- ¿Pasó algo, amore mio? - preguntó. Se le notaba preocupado, seguro que tenía el ceño fruncido.

- Pasó algo - reiteré y suspiré -. Recibí un paquete con una amenaza y estoy segura de que vas a querer ver esto. Tengo miedo - confesé, intentando contener los sollozos.

- No te preocupes, Mel. Cariño, ya voy saliendo de la oficina, estaré en casa en diez minutos - escuché el sonido de la puerta del auto ser cerrada y, a continuación, el motor rugir -. Vete a nuestro dormitorio, en el armario tengo un arma, donde están las camisas del trabajo. Por favor, cógela y escóndete allí, úsala si ocurre algo. No tengas miedo de la situación y tampoco de emplear el revólver.

- Estaré allí, haz una señal cuando vayas a entrar. No sé, toca la puerta varías veces. No quisiera quedarme sin novio - Aegan rio a pesar de la situación.

- No colgaremos - avisó. Le hice caso, poniéndolo en altavoz mientras subía las escaleras para ir al cuarto -. Yo estaré en silencio y tú también, pero no termines la videollamada para saber si algo está ocurriendo; no podría perderte.

Mi corazón dio un vuelco. Las mariposas se volvieron a establecer en mi estómago, revoloteaban haciéndome cosquillas. Amaba a este hombre y no quería esconderlo.

- Te amo, bebé.

- Yo también, amore mio.

Y, después, quedamos en silencio absoluto. Se escuchaban las respiraciones irregulares de ambos, entre cortadas por los nervios. Nada más llegar al armario, busqué lo que me había pedido y me prepararé por cualquier cosa. Mi mano derecha sujetaba, temblorosa, el arma.

Luego de un rato, oí el ruido de la puerta resonar en la llamada, por lo que entendí que él ya estaba aquí. Prontamente vi que el armario se abría despacio y Aegan aparecía por el marco. Entró y lo primero que hizo fue abrazarme. Lo dejé, pues yo también lo necesitaba.

- Ya estoy aquí, tranquila, amore mio - acarició mi cabello.

- Tengo miedo - rompí en llanto.

- Ya está - procuró estar sereno -. Pienso protegerte con todas mis fuerzas, no volverás a sufrir. No hay nada por la casa, ¿bajamos y me enseñas lo que has recibido?

Una vez en la sala, estuvimos echándole un vistazo al paquete.

- Tengo que confesarte algo - dije, observándolo. Él estaba atento a mí -. Yo recibí una carta y un paquete hace un tiempo, lo enterré en el patio porque tuve miedo. Me mandaron un dedo y me dijeron que tenía que alejarme.

Aegan sonrió y palpó suavemente mi mejilla.

- Lo sabía - mi expresión cambió a asombro, entonces, se apresuró a continuar -, cuando desapareciste llamé a un detective. Investigó por toda la casa y encontró la caja junto al sobre, en el jardín. Pero de eso no tienes que tener, él ya no está. Fue mi padre: Manuel Jairo Mancini.

Aturdido ante su confesión, me quedé estática, intentando juntar unos cables con otros. Mi novio se estaba equivocando, a pesar de que las iniciales coincidían, no podía haber sido él, principalmente porque el señor Mancini estaba muerto y alguien con las mismas iniciales me había vuelto a enviar un paquete.

- No, te equivocas. Aquí hay una carta con las mismas letras, dice que me lo advirtió, que habrán consecuencias - le mostré el contenido del sobre.

Él la leyó, mientras que yo hacía lo mismo por segunda vez en la noche. Y siempre me ponía los pelos de punta.

- Me pondré a investigar - soltó de golpe -. No te alejarás de mí, al contrario, estaremos más cerca que nunca. Volverás a tener guardaespaldas y serán mejores que los de la otra vez. No puedes negar esto, es por tu seguridad, no quiero que te vuelva a pasar algo.

- ¿Podré ayudar? - pregunté, haciendo ojos de perrito para que mi novio accediera.

- Harás lo mínimo - eso era un gran avance.

- ¿Y cuando empezaremos?

- Mañana mismo - respondió -. Ahora quiero hacer algo más importante y placentero.

Sus ojos negros llenos de lascivia aparecieron en su rostro. Captó sus labios con los míos por primera vez en la noche. Amé su sensación, como la electricidad pasaba de un cuerpo a otro. Aquella noche lo dejé volver a entrar en mí, ser un alma solo. Dejé por unos instantes la preocupación al lado para ir al otro costado del erotismo y la lujuria.

Caprichos ✔️ [LIBRO I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora