Not into him

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Steve Harrington no podía despegar la mirada de la puerta. Inclinó el cuerpo hacia la caoba de la mesita aún sentado sobre el diminuto sofá de dos plazas, esperando calmar sus nervios mientras escuchaba los gritos provenientes de la cocina mezclándose a la música de la fiesta, distrayéndose con los vasos a medio terminar y el control de la televisión apagada.

¿Debería ir?

Seguía sin poder prestar atención a lo que Robín decía a su lado; la chica hablaba de la noticia en el periódico sobre el ladrón de buzones en Hawkins, pero Steve no podía estar menos interesado, le llamaban más los gritos detrás de la puerta, ahí donde los retazos de insultos llegaban a sus oídos y le inquietaban, porque, aunque la música era fuerte, podía jurar que escuchaba con mayor claridad lo que ocurría detrás de la puerta que a Robin.

¿Estaría bien si entraba?

Recordó como el chico alto de cabello largo entró; los gritos se oyeron fuertes y claros en maldiciones. Tenía que saber qué diablos estaba pasando, no podía esperar hasta el día siguiente y escuchar por los pasillos... tenía la posibilidad de saber de primera mano, ¿Por qué esperar?

Es solo curiosidad, Harrington.

Solo es simple curiosidad por enterarse de primera mano que asuntos podía tener en la fiesta de Jason. ¿Que otra cosa podía ser?era obvio que estaba picado por saber lo que ocurría.

—Robin, vamos a entrar. —Dijo.

Mas decidido que asustado se levantó del sofá sin desechar que era un movimiento sumamente estúpido de su parte. A su lado, Buckley frunció el ceño sin levantarse del sofá mientras él ya se alisaba la camiseta de cuello con ansiedad y se encaminaba a la puerta que, ahora parecía mucho más lejana que antes.

—Es una mala idea. —Compartió la de ojos azules siguiéndolo de cerca.

—Una terrible idea. —Complementó cruzando el umbral a la cocina.

El silencio incómodo se extendió sobre los seis dentro de la cocina, ahí, Eddie Munson era acorralado entre un puño y la pared; dos cuerpos sujetaban al pelinegro mientras Jason apuntaba un golpe con trayectoria perfecta a la tez blanca del metalero.

—¡Steve, creo que este no es el baño! —Gritó la ojiazul en pánico poniendo una mano sobre su hombro.

Lo mejor era dar media vuelta y seguirle la corriente para salvarse de los problemas ajenos, pero no era nada justa la pelea, ¿tres contra uno? ¿De verdad iba a dejar la pobre alma desgraciada de Munson para que le destrozaran la cara? ¡Él era mucho mejor que eso!

—Nop. No es el baño. —Rió Munson sin poder zafarse de los pares de manos sujetando sus brazos y torso, como si le divirtiera la situación por demás embarazosa.

—¿Qué se te perdió, Harrington?–Escupió Jason.

No hagas nada estúpido, por favor.

—Steve. —Le llamó Robin en un susurro. —Yo pateo al del puño y tú te encargas de los otros dos.

Antes de poder siquiera aceptar o rechazar la idea, Robín gritó al mismo tiempo que corría para salvar a Edward; tacleó al rubio contra la puerta del refrigerador mientras él se encargaba de quienes sostenían a Munson de los brazos, primero dio un puñetazo al que tenía más cerca, viéndolo noqueado en el suelo se congratuló en silencio ignorando el dolor en sus nudillos, pero un codazo en uno de sus pómulos casi lo derrumba.

Buscó a Robín con la mirada, no podía dejar que nadie le pusiera un dedo encima si quería considerarse victorioso.

—¡Cuidado con la cara!—Gritó Robín desde algún lado.

Creyó que se refería a ella; la encontró cerca de la puerta, lista para irse, entonces sintió una punzada en el estómago, justo donde Jason le dio el puñetazo más jodido de su corta vida seguido de un dolor en la garganta y un segundo golpe en la cara.

En un abrir y cerrar de ojos, los tres salían de la cocina esperando que los otros no los siguieran, podía sentir el corazón palpitarle en los oídos al ver como Robin corría frente a sus ojos y Eddie le seguía el paso alejado por lo menos un metro, dejando la fiesta excesivamente violenta detrás.

—¿Cómo te llamas, ricitos?—Gritoneó Robin sin desacelerar el paso, corriendo por las calles y doblando a la derecha.

—Eddie.—Respondió Steve junto a la voz del aludido.

La risa femenina y burlesca resonó en el silencio del vecindario lejano a la fiesta, ninguno dijo algo más, Steve se contuvo de buscar la mirada de Eddie; no quería responder el por qué de su repentina aparición en la cocina cuando nunca hizo el esfuerzo de hablarle.

Alentó su paso al ver cerca su auto.

—La próxima vez hay que dejar el carro mucho más cerca.—Dijo sintiendo el ardor en su cara, podía presumir que no era la primera vez que le partían la cara.

A lo mucho la tenía un poco morada.

—Dios mío, están bien?

No fue el gesto preocupado que Robin le dio lo que lo hizo replantearse su aspecto, si no como su cabeza dolía y Eddie Munson fruncía las cejas acercándose a su cara con genuino interés, como si preguntara con la mirada como demonios estaba con vida.

No era para tanto, ¿o si?

—Al hospital. Ahora.—Soltó el pelinegro demandante abriendo la puerta del asiento trasero.

Se sacó las llaves de los jeans sintiéndose ligeramente aturdido, el zumbido en su oído haciéndose mas agudo.

—¡No sé manejar!—Gritó Robin ante el gesto de Steve.

—¡Solo acelera y no choques!—Contestó Eddie jaloneando el cuerpo de un aturdido Steve dentro del asiento trasero.—¡Rápido!

Se relamió los labios con molestia; el dolor ahora se extendía por el resto de su cara y los mareos no estaban ayudando.

—No te desmayes, Harrington.— Dijo Eddie acunando su rostro con ambas manos.—Heyhey.—Gritoneó dandole palmadas en la cara.

Sus ojos estaban cerrándose sin permiso, se sentía cansado, con los orbes de Eddie fijos en los suyos llegó a creer que enrealidad si había algo malo con él, por que los marrones que lo observaban eran muy bonitos; cafés, claros, grandes y muy muy bonitos.

Eddie Munson tiene bonitos ojos, también una nariz relativamente linda; pequeña y perfecta para su rostro. Parpadeó bajando la mirada a la boca, no podía entender que le decía pero mientras veía como se movían, sonrió.

Eddie Munson es bonito cuando sonríe.

La jaqueca pasando de dolor simple a intenso, pero ver el atractivo de Eddie tan cerca lo volvía soportable. Así que también le sonrió.

—¡Esta delirando! ¡Apúrate!—Grita el pelinegro viendo a Robín batallar en poner el auto andar.

Quien sabe que tan fuerte lo habrán golpeado. Aunque por más aturdido y desorientado que estuviera, sostenía el mismo mantra desde que se encontraba a si mismo sin poder apartar la vista del pelinegro que tenía enfrente; no me gusta para nada.

No mucho.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora