Capítulo XIII

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Faltaba una semana para que Moly volviera a irse. En todo el tiempo que transcurrió desde la época de celo, Moly y yo no podíamos estar en la misma habitación, ya no iba al invernadero, apenas la veía.

—Moly —cada vez que intentaba hablar con ella, solo me ignoraba y se marchaba. No le importaba que alguien más estuviera cerca.

Obviamente, Thomas, Mizzy y la señorita Emily se dieron cuenta de ello.

—Moly, solo...

—Ahora no, estoy ocupada.

—¿Me vas a decir que fue lo que pasó entre ustedes? —preguntó Thomas.

—No es... nada que no tenga solución —respondí para tratar de segurla.

—Oye, Rex —volteé —. No la fuerces o acabará golpeándote en la nariz.

—De acuerdo.

Desde que pasó, no he dejado de pensar en ese momento. Nunca antes había sentido algo así. Esa calidez por tenerla conmigo, los extraños latidos de mi corazón al juntar mi nariz con la suya.

Necesitaba aclarar la cosas con ella. Volver a disculparme si era necesario.

Algo.

—Moly, por favor abre.

—Ya vete, Rex. No hay nada...

—Solo serán dos minutos, lo prometo.

Luego casi de medio minuto de silencio, la puerta se abrió.

—Solo dos minutos —me dejó entrar.

Había tensión en el ambiente. Entre nosotros.

Moly no me miraba a los ojos y yo no sabía cómo empezar.

—Estás perdiendo tu tiempo.

—Moly... yo... —ni siquiera había pensado en nada —. Lo siento.

—¿Por qué?

—Por... —no tenía nada —¿Lo que pasó?

—Déjalo así. No tiene importancia. De  verdad

Intentó alejarse, pero la sujeté de la mano.

—Moly, espera. Tiene importancia para mí. Nunca había sentido nada como esto, y lo que menos quiero es incomodarte.

—No me incomodas, Rex. Está bien.

—Pero hay algo que no está bien y que no quieres decirme —vi sus ojos humedecerse. Ahí estaba de nuevo.

Intenté acercarme como la otra vez, pero no resultó. Me sujetó de las muñecas y me detuvo.

—No lo hagas, por favor. No quiero pasar por esto de nuevo.

No comprendía a lo que se refería.

—Cuando Konrad murió... sentí como si el mundo se me viniera encima. Habíamos pensado en vivir juntos no muy lejos de aquí, y lo hablaríamos con Em cuando regresara de mi viaje. Pero... cuando regresé, solo me quedó aceptarlo. Aceptar que él había muerto, que ya no estaría conmigo y que todos los planes que teníamos se habían ido a la basura sin que yo lo supiera. Y por sobre todo... no me pude despedir de él. Y no sabes cuánto me culpo por no haber estado aquí en sus últimos momentos.

—No tienes la culpa de nada.

—Apuesto a que nunca has perdido a nadie especial en tu vida.

—Te equivocas. Sí he perdido a alguien especial —me miró sorprendida —. Cuando apenas tenía doce años, mi madre, la mujer que cuidó de mí enfermó. Me partía la espalda para que el amo me dejara estar junto a ella. Para cuidar de ella. Estuve hasta su último respiro, pero él no me dejó ir a su funeral. Sé que no es igual a lo que tú pasaste, pero sí sé lo que es perder a alguien especial.

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