Capítulo 38

117 23 0
                                    


Incluso el sonido de la lluvia se sentía sofocado en el silencio que sus últimas palabras dejaron. Marshall no hablaba de Aidee con nadie, Maeve había desistido sobre la tarea de sacarle información sobre su pasado, para su madre adoptiva los doce años que vivió antes de que lo encontrara comiendo la carne adherida a los huesos del conejo no existía.

El niño que fue antes del sótano se fue con su hermana.

Marshall no compartía sus recuerdos de Dee con nadie, eran demasiado escasos y valiosos para él, tan llenos de dolor... Pero se sentía bien decírselo a ella, porque entendía a Ava de una forma que ella todavía no comprendía, Marshall sabía cómo se sentía perder una parte de él, algo tan importante que su ausencia dejó un enorme agujero en su interior.

Ella lo supo, o al menos eso entendió él en el momento en que una capa de esa espesa niebla que rodeaba el vínculo se desvaneció, como si una suave brisa la hubiese alejado. Todavía no podía acercarse a los hilos que rodeaban el núcleo pero el brillo ámbar era intenso y más hermoso aún.

Doblando las piernas, Ava las rodeó con sus brazos y luego recostó la cabeza sobre el hombro de Marshall.

-¿Cómo era ella? -le preguntó.

El hecho de que ella quisiera saber algo sobre él lo tomó desprevenido, hizo que su león sacudiera la melena con orgullo.

-Se llamaba Aidee -respondió, con un nudo en la garganta y una sensación agridulce en el pecho-. Pero todos le llamábamos Dee, era cuatro años menor pero estaba tan llena de energía. Amaba el aire libre, el sol y las hojas secas en otoño.

Dee había tenido prisa por crecer, veía la vida a través de los ojos de su leona, curiosa pero decidida a enfrentarlo todo.

-Ella quería ser grande y fuerte y tener una manada propia cuando se convirtiera en adulta -su voz tembló, al igual que su cuerpo, el doloroso estremecimiento al saber que los sueños de su hermana jamás se harían realidad, porque el fuego de su vida se había apagado demasiado pronto-. Si ella estuviera viva hoy, estoy seguro que lo habría logrado.

Porque Dee contagiaba energía y poder pese a su tamaño y edad, hacía que la gente perezosa su pusiera en movimiento con el solo hecho de pedirle que salieran a jugar con ella.

-Era muy activa -recordó, con algo parecido a una sonrisa-. A mí me gustaba jugar videojuegos en mi habitación, luego ella venía y decía: mira que bonito está el sol afuera ¡vamos a jugar! -Marshall rió, pero el sonido le salió a medias-. Yo fingía gruñirle y..., le decía que fuera a jugar con su cola.

Ahora más que nunca se arrepentía de las veces que no salió a jugar con ella, que no vio su rostro iluminado por el sol y su risa coloreando con alegría el aire. El arrepentimiento era una espina ardiendo dentro de él, que jamás se apagaría ni dejaría de lastimarlo.

Era un dolor con el que cargaría por el resto de su vida... Lo que le quedase.

Ava no lo presionó para que continuase hablando, en su lugar se escabulló por debajo de su brazo para subirse a su regazo y acurrucarse en su pecho. Marshall la rodeó con sus brazos, extrañaba la forma en que se sentía tenerla cerca de él, su calor, su olor, el dulce latido de su corazón y el suave toque de su cabello naranja.

-Luego ella volvía para subirse encima mío como un gato y quedarse conmigo a verme jugar, justo como lo has hecho tú -dijo, y le plantó un beso sobre la coronilla-. Solo porque no le gustaba estar enojada con su hermano mayor.

Ava dibujó círculos sobre su camiseta con un dedo.

-Bueno, en mi defensa..., tú eres un hombre grande que inspira la necesidad de acurrucarse, y yo soy pequeña.

Ruge por mí (Serie Gold Pride 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora