𝐕𝐈𝐈

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Han pasado dos días desde que Sigma retornó a su vida y Chuuya no puede posponer la pijamada con su mejor amigo, cuando sus espacios libres se han coordinado. Dazai se asegura de que ambos chicos se mantengan en la habitación sin fugarse, optando por acostarse en el sofá de la sala. Puede escuchar a los chicos riendo como un par de adolescentes, los ve ir y venir a buscar golosinas —que en primer lugar, son trozos de fruta, simple y llanamente—, antes de subir por las escaleras en esos trapos que no parecen ropa de dormir decente.

Y Dios, Dazai no quiere mirar. Pero la vista es necia y ambos tienen la piel tan blanca, los muslos tan torneados...

Una bofetada duele menos.

Bufa y tornea los ojos, necesita ser profesional. Opta por levantarse para darse una ducha, no sin antes avisar al equipo de seguridad en turno en el lobby, para que estén alertas a cualquiera que se presente, así sea un repartidor de pizza o una aseadora del hotel. Y es en momentos como este, que envidia más a la señora del aseo por tener la modesta habitación tras la cocina, pues al menos esta tiene un baño incluido. Él debe usar el baño de la planta superior y no es ninguna sorpresa cuando sale, media hora más tarde, aseado, enfundado en un pantalón de dormir estilo jogging azul oscuro y sin vendas; encontrando dos pares de ojos curiosos fisgoneando en su dirección desde la habitación de Chuuya.

Dazai disimula una mueca. Esperaba que el par estuviera lo suficientemente entretenido para no notar su ausencia en la sala de estar y menos que se había metido a duchar, pero comprendió que confiarse era su error, por lo que se limitó a adentrarse rápido a su habitación, evitando las preguntas que seguramente iban a surgir en torno a sus cicatrices.

Suspiró, sonando sin querer como un viejo cansado, pues escuchaba claramente las risitas del par de mimados del otro lado del pasillo. Dios lo libre de saber lo que pasaba por ese par de cabecitas, teñidas o no. Se dispuso a acostarse luego de omitir las vendas que en ese momento ya no parecían necesarias —pues lo habían visto aunque fueran algunos segundos—, además de que quería sentirse fresco para intentar conciliar el sueño.

Debió dormir alrededor de cincuenta minutos más o menos, que se sintió muy desorientado al despertar por el ruido estrepitoso de cristales rompiéndose seguido de un alarido, dedujo que en la cocina, por lo que salió de la cama de un brinco. Le echó mano al celular y a su arma, dando zancadas largas hasta llegar a la escalera.

El corazón le martillaba con fuerza por su rápida acción; el grito que soltó Sigma al verlo armado y apuntando provisionalmente en dirección a la cocina, donde ambos chicos se hallaban, terminó de espabilarlo.

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— ¿Qué demonios...? —susurró para sí mismo, notando que en el suelo yacía una botella de vino rota, con Chuuya a un lado de Sigma lloriqueando por la perdida de tan vital líquido carmesí.

— Lamento que te hayamos despertado, Dazai. Queríamos beber un poco, pero nos fuimos en el gusto y cuando Chuuya quiso servir la cuarta ronda, dejó caer la botella —explicó un Sigma apenado, con las mejillas sonrojadas por el licor en su sangre.

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Y si el chico estaba algo afectado por el alcohol, Chuuya lo estaba aún más. Pasado el susto, bajó el arma que hasta ahora, dudaba que el pelirrojo supiese de su existencia, volviendo a colocarle el seguro y soltó un largo suspiro con el rostro entre las manos echas puño, ocupadas por el teléfono y el revólver. Tenía el peso de cada brazo apoyado en las rodillas, sentado en la escalera quejándose de su jodida suerte para haber conseguido ese trabajo.

Se sentía más como una niñera que como guardaespaldas.

Sigma, a diferencia de Chuuya, estaba un poco avergonzado por haber despertado al castaño, solo un poco; la vista lo valía todo. Desconocía si el otro realmente no se daba cuenta de sus miradas o si simplemente flexionaba los músculos de ese modo para torturarlos visualmente. Podía notar fácilmente la cantidad de cicatrices cubriendo los brazos, antebrazos y parte del torso del hombre, pero desde su punto de vista, aquello era algo sexy; era la esencia de un chico duro que ha pasado por mucho.

Chuuya estaba mucho peor, casi babeando por la vista, balbuceando cosas, sin sentido para Dazai.

Pero Sigma era un buen amigo y no iba a robarse al guardaespaldas ajeno mientras Chuuya estaba tarareando alguna canción de Lady Gaga de forma inentendible.

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— Bueno, creo que me iré a dormir con Kuma. Te encargo a Chuchu, ¿si?

— Bien. Buenas noches.

— Buenas noches, Dazai~ —soltó con tono cantarín. Y el mencionado no iba a negar que percibió el tono coqueto en la voz del chico con aspecto de ángel. Pero tampoco lo iba a decir en voz alta.

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Resignado, fue a guardar el arma en su mesita de noche y regresó para bajar por Chuuya, que ya estaba medio desparramado en el sillón riéndose de Dios sabrá qué cosa. ¿Había dicho que iban apenas a servir la cuarta copa? Tendría en mente monitorear en un futuro las cantidades de alcohol que consuma el pelirrojo, viendo lo débil que resulta a este.

⠀⠀

— Bien enano, es hora de ir a la cama —anunció antes de echárselo en brazos como a una princesa.

— Wuuu, la sala da wueltas, Daazaii —pronunció entre risas con la voz atolondrada. Que no hubiera reacción por el apodo relacionado a su estatura, ya era preocupante.

— Sí, sí. Y mañana, cuando sientas que se te parte la cabeza a la mitad, espero que te cause tanta gracia como me la hará a mi.

— Mewjor me parrtes ootra cosA —soltó divertido, Dazai casi se tropieza con el penúltimo escalón.

— Calla, babosa alcohólica.

— Cállame- hip.

⠀⠀

Osamu decidió hacer oídos sordos al chico, sintiendo alivio cuando la puerta a su habitación ya estaba frente suyo. Abrió el pomo con dificultad, pues Nakahara no se estaba quieto, incluso pasó por alto que este no dejara de acariciar sus pectorales con especial atención a sus cicatrices, delineando estas con cuidado, como si pudiera lastimarlo a pesar de la antigüedad de las mismas.

El verdadero desafío, fue acostarlo en la cama; Osamu no contaba con que en ese estado, Chuuya pudiera hacer uso de sus habilidades en judo para tumbarlo a la cama y hacerle una llave porque "no quería dormir solo". Y si bien podía liberarse, no quería lastimar los músculos ajenos y meterse en un posible problema con su jefe por ello.

Respiró resignado cediendo al gusto del pelirrojo; ya se dormiría y podría levantarse para volver a su cama. Y por supuesto, lo molestaría toda la mañana del día siguiente por sus 'travesuras de borracho'.

[EDITANDO] 𝐓𝐇𝐄 𝐁𝐎𝐃𝐘𝐆𝐔𝐀𝐑𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora