𝐗𝐕𝐈

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Cuando acabaron de comer, Chuuya tenía mucha curiosidad respecto a Osamu, ahora que le había contado algo tan personal e importante como su origen, un dato que el mundo desconocía de él. Nadie sabía de donde había surgido el ícono queer del modelaje y se quedaría de ese modo hasta que se sintiera seguro de contar su historia al público. Se trasladaron al sillón, uno al lado del otro, disfrutando una copa de vino que Dazai le advirtió, tomara muy despacio, a sorbitos, porque sería la única que le permitiese tomar ese día. Aceptó muy a regañadientes y en su lugar, decidió que era buen momento para saber más sobre su 'guardaespaldas'. No sabía de qué otro modo debía referirse a él aún.

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— ¿Y tú? ¿Hay alguna historia interesante del guardaespaldas Osamu Dazai? —inquirió con melosidad, inclinándose sobre el brazo del sillón y subiendo sus piernas sobre el regazo ajeno, a lo que Dazai optó por sacarle las botas y dejar sus pies descansar libremente, vagando entre su regazo y su estómago de vez en cuando.

— No hay nada admirable que aportar.

— Oh vamos, quiero saber más de la persona que me gusta, ¿es un pecado? —en respuesta, Dazai le sonrió coqueto y se preparó mentalmente para dar su granito de arena a la conversación.

— Soy el penúltimo de once hijos. Nueve hermanas mayores, un hermano menor. Mi padre fue alguna vez un orgulloso terrateniente, así que no le importó mucho desgastar a mi madre hasta que le diera un heredero varón. Ni siquiera pasaba tiempo en casa y con tantos embarazos, mi madre apenas podía consigo misma, así que me crié con una tía y los sirvientes. Por suerte, pude salir de casa más o menos a los doce y forjar mi propio camino. No me veía siendo el títere de mi padre y ahora tenía un hermano menor que podía ser el heredero en mi lugar. Yo quería ser escritor.

— ¿Cómo pasaste de querer eso a ser guardaespaldas?

— Bueno, pronto me di cuenta que escribir no me iba a dar de comer. No a corto plazo. Crecí aprendiendo artes marciales y fui a una escuela militar. Tenía el conocimiento necesario y la inteligencia. Mi tía aún me ayudaba, porque decía que me parecía más a mi madre que todas mis hermanas juntas, así que me consiguió un trabajo de medio tiempo en la oficina de un investigador privado. Allí me hice contactos y comencé a ofrecer mis servicios a los clientes que tenían suficientes enemigos para necesitar protección. Al inicio no conseguí nada; nadie cree que un muchacho que dejó su casa pueda defenderse del mundo y menos a ellos de sus ememigos. El primero en creer en mi fue el detective para el que trabajaba. Me consiguió mi primer trabajo y salió tan bien, que pronto se corrió la voz y comenzaron a lloverme ofertas.

— Fue en aquel entonces que tú... —Chuuya se frenó. No sabía si estaría bien tocar ese tema, si lo haría incomodarse o algo por el estilo. Pero su mirada lo traicionó al parecer, porque Dazai entendió lo que quería saber.

— ¿Que me hice las cicatrices? Algunas. Otras ya las tenía desde la escuela militar.

— No sabía que eran tan duros en ese tipo de escuela. No deberían llegar a tales extremos como herir a sus estudiantes.

— Y no lo hacen —aclaró. Dio otro sorbo a la copa con calma, aquello ya le era comparable a hablar del clima—. Pero mi apellido es algo conocido por la escuela. Así que me hice de muchos enemigos que creían que era un "hijo de papi y mami". Y en el ejercito, lo que importa es la fuerza, no el nivel económico. Imagina cuando le dije a mi padre, con un ojo morado, que dejaría de ir a la escuela; el viejo intentó ponerme el otro ojo peor.

— ¿Cuántos años tenías? —indagó Chuuya, tenía un tono de mortificación que a Dazai le supo amargo; bien hubiera deseado que alguien se mortificara por él en aquel entonces.

— Doce. Fue cuando decidí escapar de casa. Salí del que fue mi hogar con la espalda llena de surcos, la mejilla hinchada y creo que con una leve contusión cerebral. No lo supe, pero la cabeza me sangraba un poco y lo sospeche porque estuve mareado algunas horas. El médico familiar me atendió en secreto en la casa de mi tía. De ahí, todo lo demás fueron pequeños contratiempos en el trabajo, algunos incluso estaban medidos.

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Aquello tornó el ambiente en algo pesado y acordaron mutuamente zanjar el tema y cambiar el rumbo de la conversación.

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— Ahora que lo recuerdo, ¿no ibas a mostrarme algo? ¿No era ese el verdadero objetivo de venir aquí para estar solos? —Chuuya se echó a reír abiertamente.

— Bueno, sí, pero lo pensé mejor y creo que me gustaría regresar al depa. Creo que va a ser más, eh, cómodo.

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Por supuesto, Chuuya no quería ser directo. Porque después de ese beso, el objetivo de haber ido ahí se había cumplido sin siquiera recurrir a lo que había comprado y si lo ocupaba ahora, bueno, tal vez iban a necesitar ciertos implementos que allí no tenían a la mano... La cara se le coloró, delatando el rumbo de sus pensamientos y vaya Dios a saber porqué, pero Dazai no le hizo burla ni opinó nada al respecto. Se le veía callado y esquivo, y Chuuya supuso que él también se había avergonzado, aún si su piel no le delataba tan fácilmente como a él. Hablaron un poco más y con un disimulo que era más para ellos mismos que para cualquiera, se retiraron de la habitación con premura.

El camino de retorno en el taxi vino lleno de sonrisas furtivas, roce de sus dedos entre sí y mirabas esquivas, interesadas de pronto en el tráfico y la vista panorámica de la concurrida ciudad. Al cruzar las puertas del hotel, la nueva recepcionista les informó que en efecto, el penthouse ya había sido aseado y habían concluído cerca de una hora atrás. También que no habían dejado ningún mensaje ni recado para ellos y, conformes, se alejaron hacia el elevador. Chuuya era conciente de la cámara en el elevador, pero eso no le detuvo de pegarse al costado de Dazai y rozar su mano, que el castaño entendiéndole, tomó la misma y metio ambas dentro de su gabardina. Como si aquello fuera un idilio adolescente. Salieron del elevador con sonrisas cómplices y se soltaron para ir cada uno en una dirección. Dazai se fue a la cocina por un vaso de agua y Chuuya subió las escaleras para dejar sus bolsas con compras en su habitación, así como ver a Kuma que no había ido a recibirlos y pensó que tal vez lo han dejado encerrado en su habitación al limpiar, como ya había sucedido en ocasiones anteriores.

Dazai le dio un barrido visual a la sala mientras se servía un vaso de agua del grifo. Todo lucia exactamente igual a como estaba antes de marcharse y aquello hizo que bajase el vaso antes de que el agua le mojara los labios. ¿No había confirmado la recepcionista que el servicio de limpieza había pasado en su ausencia? Debería estar todo mucho más limpio, cuidadosamente ordenado y con el aroma a desinfectante de lavanda que a Chuuya le gustaba que usaran en el que trataba como su hogar.

Algo estaba mal.

Y el grito ensordecedor de Nakahara en el segundo piso, confirmando sus sospechas, cubrió perfectamente el sonido del cristal al romperse cuando Dazai dejó caer el vaso para correr hacia las escaleras, habiendo sacado un arma del doble fondo en el cajón de la cocina antes de subir.

[EDITANDO] 𝐓𝐇𝐄 𝐁𝐎𝐃𝐘𝐆𝐔𝐀𝐑𝐃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora