(1) No hay imposibles

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Desde muy niña, Samantha vio su vida afectada.  Su madre era una adicta a droga desde mucho antes de ella nacer.  Es triste el simple hecho de que Bárbara, la madre de Sam, no sabe quién es el padre de la pobre niña; todo ocurrió bajo el efecto de los narcos.

Sam creció al lado de su madre, no tenía ningún otro familiar que se preocupara por ella.  Ambas vivían en una pequeña casa; pasando hambre y múltiples necesidades.  Para ser honestos, la hija era quien cuidaba a la madre cuando llegaba con golpes, los cuales no sabía de donde provenían.

Cuando Sam tenía diez años, Bárbara casi muere por una sobredosis.  Milagrosamente, la niña llegó de la escuela y pudo pedir ayuda a tiempo.  Inmediatamente, fue trasladada al hospital.

“Tú me amas, mamá?” le preguntó Sam a su madre, una vez fue dada de alta del hospital.

“Sam, te amo” le respondió Bárbara observando el rostro de su hija.

“No parece, mamá.  Si me amaras; dejarías esa porquería que te tiene así.  Me darías prioridad, me demostrarías que me amas dejando la droga.”

“Perdóname hija.”

“El perdón no sirve de nada” fueron las palabras de la niña que a sus diez años de edad, la vida la había obligado a madurar; y de qué manera.

“Qué puedo hacer?” preguntaba su madre. 

“Deja la droga, por favor, te lo suplico.  Si de veras me amas como dices, aceptarás rehabilitarte.  Ambas podemos tener una nueva vida luego de eso.”

“Te lo prometo, mi niña.  Te doy mi palabra.”

Ese fue el comienzo de una nueva vida para ambas.  Al principio, no fue fácil cuando Bárbara intentó romper el vicio.  Sam tuvo que irse a vivir con una vecina mientras su madre pasaba por esta etapa. 

Cada lágrima, cada dolor, valió la pena al final de todo.  Bárbara logró rehabilitarse de una manera que impresionó incluso a los doctores.  El personal del hospital donde se encontraba, la ayudó a conseguir un trabajo como mesera para que pudiera continuar hacia adelante con su hija.

Como premio adicional, Bárbara conoció a Benjamín una tarde que este fue a almorzar al restaurante donde trabajaba.  Este quedó impresionado con ella desde el instante en que la vio.  No tardó mucho tiempo para que se enamoraran y este le ofreciera matrimonio. 

Benjamín era un hombre elegante, en sus cincuenta años, viudo y multimillonario.  Tenía un hijo, Esteban, quien era mayor que Sam por cinco años. 

Tanto para Bárbara como para Sam, esto fue una bendición.  Ambas pasaron a vivir en la enorme casa que tenía Benjamín.  Para ellas en realidad era un palacio; nunca habían visto un lugar tan grande y hermoso; habían vivido en la pobreza.

Sam pasó a estudiar en el mismo colegio que estudiaba Esteban; el mejor de la ciudad.  Con la niña no habría problema, era muy brillante y excelente estudiante; no había duda que se adaptaría al currículo inmediatamente.

La niña comenzó a estudiar todo a su alrededor; las criadas, sus compañeros de clase, sus maestros, su padrastro y su hermanastro.  Inmediatamente se pudo dar cuenta de que Esteban era un engreído.  Su padre le concedía todo lo que quería y hacía lo que le daba la gana.  Este nunca aceptaba un no por respuesta. 

Adicional a esto, era un chico muy guapo; algo que para Samantha no tenía importancia.  La mayoría de las niñas en la escuela, incluso sus compañeras de salón, suspiraban por el chico.  Ella todavía no podía creer que esto fuese así.  Para ella, Esteban era uno más.  O tal vez ella era una niña madura, con prioridades y en estos momentos admirar un hombre no estaba en sus planes.

Contra Viento y MareaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora