Capítulo 2

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Si hay algo que detesto en particular es el sonido de mi alarma cuando he bebido la noche de antes. Pensé mil veces en colocar alguna canción que me gustase pero temía que terminase odiándola. Me incorporé de forma perezosa observando los rayos de sol entrando por mi ventana aquella fría mañana. Suspiré cansado y tiré de toda mi fuerza de voluntad para levantarme totalmente de las sábanas que me atrapaban, suplicando que volviese a envolverme en ellas. Cuando lo primero que haces en el día es aguantar una misa de una hora se te quitan las ganas de inmediato. Siempre dude de la existencia de Dios, entonces estar ahí parado delante de una cruz que ocupaba gran parte del altar me producía sensaciones encontradas. Si existiese un señor que escucha mis plegarias lo único que podría pedirle ahora mismo son fuerzas para bostezar.

Me arreglé lo más rápido que puede, tenía el tiempo encima, siempre iba apurado a todos los sitios, una mala costumbre de la que jamás creo que me libraré. Salí de mi habitación caminando a paso rápido por el inmenso pasillo buscando a Josh y a Saul.

Los encontré a mitad de camino, también iban con el tiempo encima, y los tres fuimos con los demás chicos del curso, poniénos en fila india para proceder a pasar a la enorme capilla que se encontraba en la planta baja de Graceland.

El primer en entrar fue Oscar Mcburney, el hijo del director, era un tío de esos muy altos, de los que sabes que van para jugadores de Basket, tenía el cabello castaño oscuro y unos ojos azules saltones bastante feos. Aunque simpático era un rato. El año pasado me tocó realizar un proyecto con él y el chaval no sólo era trabajador sino también muy agradable. Tuve suerte. Lo que más me gustaba de él es que jamás te venía con el rollo de lo fantástico e increíble que era su padre. Probablemente él más que nadie sabía que era un gilipollas.

La capilla era monstruosa, de verdad, una sala gigante con miles de asientos. Apenas estaba alumbrada dándole un aspecto muy tétrico. La enorme cruz de madera se situaba en el centro del altar iluminada parcialmente por los rayos del alba que transpasaban la vidriera policromada. Su origen comenzó en el imperio Romano pero recordé que leí que durante la edad Media se pusieron como una forma de manipular a los campesinos, la inmensa mayoría analfabetos, quiénes se quedaban asombrados, casi en estado de extasis, al entrar en una iglesia y ver como se iluminaba gracias a aquella vitral dándole un aspecto de divinidad y cercanía con Dios. Nunca me gustó la iglesia católica. Nunca me gustaron las religiones. Para mí eran una forma de meterse en la vida personal de cada uno, una forma de discriminar e incluso torturar al diferente con la excusa de que en los cielos un señor con barba lo ordena. Las barbaridades que se hicieron a nombre del Señor se contaban por miles. Estoy seguro de que si Dios existira lo último que querría sería eso. Pero claro la gente nunca se da cuenta de esto... Todos necesitan a Dios para sacar su odio, paradojicamente siendo él amor.

Los chavales accedían de forman ordenada ocupando un total de siete personas por asientos. Estos crujían a más no poder, era muy insoportable aquela ruido que te taladraba el cerebro. A la par el techo era altísimo dandonos la sensación de que éramos muy pequeños. De que nuestra existencia era insignificante salvo para un ser todopoderoso.

El Padre Darren se situó en mitad del altar, sentado mientras esperaba a que todos los demás nos colocásemos donde nos correspondía. Era un hombre mayor, de unos 60 años, regordete y desagradable. Él también nos daba la asignatura de religión que impartíamos prácticamente todos los días. Recuerdo el incidente que tuvo Saul con él mencionando la idea de Stephen Hawking. El universo está prácticamente lleno de «pequeños agujeros negros» y considera que estos se formaron del material original del universo. El padre Darren ni siquiera se dignó a que Saul terminara simplemente le hizo callar. Nada de debates, nada de dar opiniones contrarias a las del padre Darren. Si, Graceland daba asco por donde se le mirase.

Miré a Josh, quién estaba situado a mi derecha, el chico tenía aspecto de haber salido de una tumba. Las ojeras negras le rodeaban los ojos y su postura era la de alguien que pide a gritos volver a dormir. El muy tonto se quedaba hasta tarde jugando con su móvil y claro jamás estaba espabilado al día siguiente. Ahora parecía inmerso en su mundo, sin escuchar en absoluto al padre Darren. La vocación fanática del viejo llenaba la capilla con todo tipo de ejemplos de lo que era pecado. De cómo debíamos actuar como cristianos y esas cosas...

-Oye ¿Quién es el nuevo? - preguntó Josh sin quitar la vista de uno de los chicos sentados a unos dos banquillos delante de nosostros, en la capilla durante la misa de la mañana.

-Ni idea - contesté - ¿Cómo sabes que es nuevo? - No sé por qué pero Josh parecía tener un sexto sentido para captar caras nuevas. Yo sinceramente pasaba de eso.

-Pues porque no me suena - respondió mirando descaradamente hacia delante.

-¿Y qué? - me crucé de brazos, intrigado intenté alzar mi vista un poco. El chico tenía el cabello negro, como esas malditas noches en las que sales al balcón a fumar y no ves ni una estrella - Puede que sea de otro curso y ya.

-No creo tío, tenía cara de recién estrenado en Graceland.

-Le compadezco - ambos comenzamos a reírnos de forma baja tratando de no llamar la atención de ningún maestro

-He oído rumores de que es un nerdazo, el cabron de Robert Morgan lo casca todo, es una maruja.

-Bueno mira ya encontramos novio para Cillian Brandy...

-¡Ustedes dos, silencio!

Me gusta fingir, fingir que estoy atento a las clases cuando muchas no me importan, de verdad, finjo muy bien, es como un don. Un conocido o un chico cualquiera del internado puede pasarse una hora hablándome de lo más absurdo que se le ocurra que yo pareceré interesado en ello y todo mientras que no le presto ni la más mínima atención en realidad. La gente ama ser escuchada pero ellos jamás escuchan nada, es así.

Tomé mis libros y los guardé en la mochila. La tenía desde el primer curso que entré a Graceland y fue un regalo de Cory. Era chulísima. En Graceland eran estrictos con los complementos que llevábamos pero esta se adaptaba muy bien, un azul marino combinado con unas cremalleras negras, podía parecer simple pero a mi me encantó. Mis padres habían insistido en comprarme una nueva para este curso pero yo me negué, me gustaba. Subí las escaleras que llevaban a nuestras habitaciones, cuando mayores éramos nuestra habitación ascendía un piso más. Caminé por los pasillos hasta alcanzar mi cuarto y ahí lo vi... El chico nuevo. Estaba agachado desaciendo su maleta al pie de una cama que habían puesto ahí esta mañana. Sinceramente me agradaba tener un compañero de cuarto con el que podía hablar pero temía que el pudiese delatarnos en nuestras escapadas nocturnas.
Entré y saludé pero no obtuve respuesta alguna del chico

-Hola - volví a responder pero nada. En un principio creí que quizás no me hubiese escuchado pero el chaval no tenía audífonos puestos ni nada simplemente era un imbécil o estaba sordo- Soy Aidán, encantado supongo - tiré los libros encima de mi cama y procedí a irme, tocaba clase de educación física e iba con el tiempo justo.

-Soy Isaac - me respondió al fin como un susurro antes de que me marchase sin hacerme mucho caso.

"Que tío más raro" pensé mientras me iba. Giré mi cabeza brevemente para mirar por última vez a mi nuevo compañero de habitación y me sorprendí cuando vi que sus ojos, grises y profundos, estaban clavados en mi, joder, el tío parecía que quería mirar mi alma. No se imaginan lo incómodo que me sentí. Seguí mi camino hacia las escaleras algo más rápido de lo que me hubiese gustado.

La solitaria tumba de Graceland Donde viven las historias. Descúbrelo ahora