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Desperté viendo un techo que no conocía. Debajo de una luz verde; tubos entre la nariz y el labio superior, otros más en la muñeca izquierda y vendas, muchas vendas en las muñecas; un Tristan enroscado en una posición bastante incómoda en un pequeño sillón en la esquina, estaba dormido y con la cabeza colgando, se veía demacrado y aunque dormido cansado. Como si hubiera sentido mi mirada abrió los ojos, estaban rojos y al mirarme sonrió levemente mientras sus ojos como lagunas desbordantes lloraban y lloraban. En dos pasos se arrodilló a mi lado, era tan alto y la habitación del hospital tan pequeña que parecía que estaba sentado, me tomó la mano derecha y la besó.
-Regresaste.
Todo me daba vueltas, no veía a Tristan desde hace meses.
-¿Qué no estabas en Grecia?
-Soy tu contacto de emergencia, ¿dónde más iba a estar?
Recordé y lloré, pensé que nunca más volvería a ver esos ojos tristes.
-No pensé que te volvería a ver.
-¿Por qué no hablaste conmigo?
Tristan estaba tristan y se veía un poco molesto.
-Lo perdí Tristan, lo perdí.
-No te entiendo.
-A los dos meses de terminar con Miguel me di cuenta que estaba embarazada, no le quise decir nada, no sabía que hacer y... hace una semana lo perdí.
-Los de la oficina fueron los que me llamaron. Ya sé que luego a mí no me contestas pero es raro para con tu trabajo. No sé qué decirte, sólo sé que no es tu culpa.
-No Tristan, yo... me sentí aliviada...
Tristan se quedó en shock, los labios le temblaban, me soltó la mano y se paró. Sentí que algo entre nosotros se rompió pero no sabía por qué, sin embargo tenía que decirlo, él tenía que saberlo, fue uno de esos momentos en los que dices lo que dices porque tienes que, un confesionario voluntario.
-No tuve que hacer nada para no lidiar con ello. Nunca sentí tanto alivio y eso fue lo que...
-Ya no digas más, no me tienes que dar explicaciones.
-No era mi intención preocuparte.
-No, tu intención sólo era morirte y no tener que hacerte responsable de nada. Eres una egoísta de mierda.
Él tenía razón. Me costó mucho entender el cómo Tristan veía la vida y nuestra relación. Para él yo era importante y me tenía mucho cariño, pero... nada más. Poco a poco empecé a formar vínculos otros más allá de Tristan. Sus viajes cada vez eran más largos y yo empecé a sentir que era inevitable que se fuera. Como una ráfaga de revelación supe que era ahora o nunca, ya no quería vivir siendo una carga para él.
-Ya no podemos seguir con esto.
-Odio que siempre tengas que tomar decisiones tan radicales.
-Lo digo en serio.
-Yo también lo digo en serio.
-No eres mi salvador y no siempre vas a estar ahí.
-¿No he estado ahí para ti?, ¿Cuándo tu mamá te dejaba sola?, ¿Cuándo metía hombres a tu casa?
-No lo vas a estar siempre, tu tienes una vida y yo tengo la mía.
-Tú eres mi vida.
-No es cierto Tristan, no es cierto.
Estaba furioso, podía oír su respiración y sus fosas nasales se expandía, pero yo también lo estaba. Se enderezó, tragó saliva, se arregló la camisa debajo de la chamarra y me vió con frialdad. Era la primera vez que veía a Tristan de cierta forma indignado, su reacción al confesarle algo tan íntimo me dolió como nunca antes me había dolido algo, pero yo sabía que el sacarlo de mi vida de ésta forma era un daño tal vez y más profundo, era imperdonable.
-¿No es suficiente?
-No.
Alexandre Cabanel en 1847 pintó un cuadro que bien pudo ser Tristan en ese momento: como un ángel caído la fuerza de su mirada me penetró al salir de la habitación azotando la puerta con estruendo. El ángel más bello, lleno de ira a su creador.
Esa fue la última vez que ví a Tristan hasta ahora.

TristanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora