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Tenía 10 años cuando inicié la secundaria, era de las más altas de la clase entonces nadie lo notó, ni yo, hasta que un día llamaron a la abuela porque mis papeles no coincidían con sus registros, optaron por atrasarme un año y yo me dispuse a sacar las notas más altas para demostrarles que no era necesario y que sabía los contenidos con mayor rigor que mis compañeros, no les quedó de otra que dejarme continuar. Desde ese entonces siempre he ido adelantada para algunos y atrasada para otros. Fue en ese tiempo en el que conocí a Cariño: Cariño era una niña un poco mas chica en edad que yo, iba en mi escuela pero no en mí salón, era preciosa, tenía el cabello castaño y la piel canela, unos ojotes verdes y una voz aguda muy chistosa, se mudó con sus padres y su hermano a la casa de enfrente. La verdad es que la conocí porque me gustaba ver a su hermano de unos cinco años más grande que nosotras y fue la primera vez que un chico me llamó la atención, Tristan negaba ésto rotundamente y aún así lo espiaba conmigo, jugábamos a imaginarnos quién era:
-Tiene cara de Daniel
-Lo llamemos Daniel
-Sí, me gusta, Daniel suena bien.
Dios bendiga a la abuela, su cortesía y amabilidad porque desde que fuimos a dejarles galletas de bienvenida a los vecinos empecé a ir a casa de Cariño a jugar; reconozco que iba a la espera de ver a su hermano pero para mi desgracia nunca estaba, sin embargo mi vínculo con Cariño creció y nos volvimos mejores amigas. Tristan se enojaba al principio porque ya no pasábamos mucho tiempo juntos, entonces organicé mis tardes para hacer las tareas de la escuela sin falta, ayudar a la abuela en la casa y ver dos días a la semana a Tristan y dos días a la semana a Cariño, jamás me había sentido tan solicitada y eso me hacía feliz.
Jugábamos a las muñecas y nos gustaba proyectarnos en ellas: vistiendo ropas cool, teniendo coches y muchos novios, nos matábamos de la risa porque nuestra realidad era que las dos éramos demasiado tímidas para hablar con niños, pero nos gustaba pensar que tal vez, cuando fuéramos grandes, seríamos más asertivas, así que planeábamos los lugares que visitaríamos en diez años: un tour por Italia para comer mucha mucha pasta y a Grecia para vivir el Mama Mía: a su mamá le gustaba mucho ABBA. Años después cuando ví esa película le confesé a Tristan que me quedé con muchas ganas de seguir jugando con Cariño, que me quede con las ganas de crecer juntas y ver si podíamos alcanzar esos sueños. Una noche en la madrugada, la abuela tocó a mi puerta, me abrazó fuerte mientras lloraba:
-Hijita, no pudo hacerse nada, se fue.
-¿Quién se fue?
-Mi amor, Cariño, le dio un derrame. Si quieres llorar, llora, está bien.
Yo no entendía nada, hasta que al otro día en la escuela hicieron un homenaje en su memoria y por la tarde fuimos al velorio. Tristan y yo nos acercamos al féretro: su piel ya no era canela, tenía un color pálido extraño (más extraño que el de Tristan) y su boca estaba cerrada con fuerza. Fue la primera vez que ví la muerte; tres días antes su hermano nos llevó al cine, fue un día hermoso. Nunca le dije a Cariño que me gustaba su hermano, nunca le dije que era mi primera amiga, mi primer año en la secundaria marcado con su sonrisa como el más cálido de mi vida se fue. Ahora me doy cuenta que nuestro periodo juntas fue de tan sólo seis meses, seis meses en los que fuimos niñas, y ella seguirá siendo niña y yo no.
-Todos se van, pero yo no, te prometo que yo no.
Me dijo Tristan mientras sujetaba mi mano enfrente de Cariño como nuestro único testigo.

TristanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora