Amores Platónicos

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El puberto de trece años se encontraba cepillándose frente al espejo con notorio nerviosismo. Ya era la tercera vez que repasaba su apariencia ese día y aún le parecía insuficiente.

Lo que más le preocupaba de la situación es que hasta hace unas semanas, el cómo lo veían los demás no era algo que realmente le importara, pero ahora quería verse atractivo ¿Para Reki? Ni siquiera estaba seguro.

Para su fortuna, él no era el único pre-adolescente casi pegado al espejo, pues la joven Koyomi Kyan parecía estar pasando por el mismo tipo de crisis. Maldecía a Reki en voz baja, de saber que Miya iría, hubiera planeado su atuendo desde una noche antes; pero ahora tenía todo a último minuto.

Ambos se observaron a sí mismos durante unos segundos ¿Eso era suficiente?

En la mente de la niña, solo había una palabra resonando 'venganza'. Debía lucir perfecta ¿Pero hasta cuándo sería el límite?

Abrió su closet y lo repasó otra vez. La parte superior no le preocupaba mucho; después de todo, una sudadera de su hermano mayor cubriría todo, pero la inferior la tenía inquieta ¿Un pantalón o una falda? Al final optó por lo segundo y se puso una coqueta falda de tablones azul marino.

Perfecta.

Tocaron el timbre y fue corriendo a la sala. Se puso en el sillón principal y fingió mirar su celular.

–¡Miya!– escuchó decir a su madre –Que bueno que viniste.

–Luce muy bella hoy, señora Kyan– respondió el niño.

Koyomi soltó un gruñido; siempre fingía ser el hombre perfecto, pero sabía que era una fachada.

Cuando entraron a la sala, actuó como si no le importara su llegada.

–Hola, Koyo– se acercó Miya a ella.

–Ah, hola, Chinen– soltó desinteresada.

–Te ves bonita– le dijo con un ligero sonrojo.

–¿Por qué será?– lo miró molesta –¿Qué es lo que te gusta más? ¿Mi sudadera o el cabello?

El menor bajó la mirada.

–¿Qué has hecho últimamente?– buscó cambiar el tema.

Antes de que la chica pudiera responder, el timbre sonó de nuevo.

–Yo voy– se levantó con rapidez.

–Te acompaño– la sostuvo Miya por la muñeca.

–Haz lo que quieras– giró los ojos.

Fueron hacia la puerta y la abrió.

La chica quedó hipnotizada con la imagen frente a sus ojos. El invitado se trataba de Tatsu, quien, a opinión de Koyomi, era el chico más guapo que había pisado esa casa jamás.

–Hola– saludó el adolescente –¿Esta es la residencia Kyan?

–Aja– respondió con un sonrojo.

–Pero que pregunta tan estúpida– rio nervioso –Si eres como la versión femenina de Reki– se agachó a su altura –Me llamo Tatsu– le tendió la mano.

–Koyomi– suspiró mientras la tomaba.

Miya no tardó en notar la actitud de su amiga. No pudo evitar fruncir el ceño.

Carraspeó.

–Oh, hola, Miya. No te había visto– sacudió su cabello.

–¿Qué hay?– se separó con una mueca.

El Límite del InfinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora