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Su ceño se encontraba ligeramente fruncido, denotando concentración y precisión a la hora de introducir la aguja e hilo en sus prendas destrozadas, tratando de enmendar las rasgaduras que había a lo largo de aquel kimono

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Su ceño se encontraba ligeramente fruncido, denotando concentración y precisión a la hora de introducir la aguja e hilo en sus prendas destrozadas, tratando de enmendar las rasgaduras que había a lo largo de aquel kimono. Se incorporó un poco mejor en el sofá y acercó un poco la lámpara que reposaba sobre la mesita de noche, tratando de iluminar mejor el área en el que estaba trabajando; pero como aquella luz no era suficiente, optó por levantarse y abrir la cortina de su habitación —la cual se había encargado de arreglar anteriormente— para que pudiera entrar algo de luz antes de que comenzara a anochecer. Observó un poco el ocaso, admirando los resplandecientes rayos de sol que comenzaban a esconderse por entre las montañas; y tras haber abierto la ventana y sentir el aire fresco, regresó al sofá para continuar con su trabajo.

Desde el día en que había traído sus pertenencias al castillo, se había encargado de acomodar todo lo que había traído de su hogar, así como también se dispuso a lavar todas sus prendas y edredones para poder sentirse satisfecha; pues una de las cosas que más caracterizaba a Kanae, era su gran necesidad de ver su habitación impoluta y en orden. Era por esa misma razón que no solía rechistar cuando se trataba de hacer el aseo en el castillo, pues a ella le causaba algo de frustración ver que un lugar tan ostentoso como aquel, tuviese sus azulejos sucios y sus muebles llenos de polvo.

Continuó cosiendo el kimono con algo de rapidez, tratando de no cometer algún error para evitar que esta prenda quedara aún más mal de lo que ya estaba; pero para su desgracia, al estar introduciendo la aguja tan rápidamente, no pudo evitar que esta pinchara su dedo índice lo suficientemente profundo como para hacer que una gota de sangre se derramara por la yema de su dedo. Al instante dejó de hacer su trabajo, y comenzó a agitar su mano con algo de rapidez, tratando de aminorar el ardor y el ligero dolor que ahora se había implantado en su dedo. Soltó un suspiro a la vez que introducía un poco su dedo lastimado en su boca, limpiando con suavidad su herida.

Su mirada viajó nuevamente a su kimono, el cual ahora tenía una pequeña mancha de sangre que anteriormente había resbalado; y para evitar que se quedara así, trató de limpiarla con sus dedos, pero lo único que logró, fue hacer que la mancha se corriera y quedara peor. Bufó, resignada, y tras haber dejado la aguja e hilo sobre la mesita de noche, se dedicó a observar el kimono. Sintió un nudo en su garganta al ver las manchas de sangre que había a lo largo de la prenda, así como también las grandes rasgaduras que adornaban aquel preciado kimono que su madre le había obsequiado en su cumpleaños número 20, y el cual había usado por primera vez la noche en que su familia murió.

Había lavado aquella prenda aproximadamente unas 5 veces, pero era imposible quitar por completo la sangre que había quedado impregnada en él; pues al ser de un color claro, era obvio que no quedaría perfecto como cuando recién se lo obsequió su madre. Además de que, no solamente tenía rastros de sangre, sino que también estaba destrozado de diversas partes, cosa que solamente hacía sentir peor a la pelirroja. Apretó sus puños con fuerza y cerró sus ojos con la misma intensidad, en un intento desesperado por tranquilizarse y evitar que las lágrimas salieran de sus orbes azules.

Escarlata『 Baji Keisuke 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora