Amar, arriesgar y perder

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Los días después de aquel, se me habían pasado en un abrir y cerrar de ojos.

De pronto, estaba en casa siendo recibida por ms elfinas Aredhel y Nimrodel. Mi hermana revoloteando por toda la estancia, dando órdenes para que se modificaran las decoraciones festivas, porque según ella eran "anticuadas". Horas después mi madre regañándola por redecorar y tener la casa hecha un lío horas antes de la mañana de Navidad.

Yo había optado por dirigirme hacia mi cuarto. Bastante ya tenía con mis propios problemas, como para estar escuchando a mamá y Daphne discutir.

En todo el trayecto no me había encontrado a mi padre. Lo cual, no era de extrañarse, pues mi madre nos había comentado que él últimamente solo pasaba metido, o en el Ministerio de Magia, o en casa, dentro de su estudio.

Dentro de mi habitación, lo único que había hecho, era pensar en Draco, una y otra vez. Sus palabras, antes de irme, me tenían mal. Era verdad, que me importaba mucho la opinión de los demás, en especial de Pansy y mi hermana; pero tenía mis razones para hacerlo. Lo de nosotros era una bomba, que no se podía soltar así no más, o de lo contrario sus consecuencias serían devastadoras.

Tal vez era un poco cobarde, al no querer afrontarlas y vivir en constante postergación.

Siendo corroída por mis pensamientos intrusivos, me hundí en mi cama, con uniforme y lloré hasta quedarme vacía por dentro.

Esta mañana, fui despertada por mis elfinas, quienes analizando mi estado me trajeron unas compresas de hielo y recomendaron ponerlas sobre los parpados inflamados. Lo hice durante unos minutos, los cuales bastaron para que la hinchazón bajara.

Me vestí con la ropa que ellas me habían acomodado en la cama.

Al descender hacia la sala del comedor, encontré un escenario que me dejó impávida.

—¿De quién es esa carta Daphne? —preguntó mi madre, en un tono, que dejaba claro, que no era una simple interrogante que podía evadir.

En ese instante me arrepentí de bajar.

—Es Pansy, madre —respondió mi hermana. Estaba hiperventilando; no era buena mintiendo.

Era obvio de quién era esa carta.

Solo que no entendía el porqué de su nerviosismo. Theo era miembro de una de las familias de los Sagrados veintiocho, era obvio que mis padres lo aprobarían.

—¡No seas una niñata mentirosa! —exclamó Alcíone; mi madre— ¡Dame esa carta ahora mismo! —gritó, resonando por toda la sala.

Se me pusieron los pelos de punta, retrocedí varios pasos en afán de evitar ser notada. Me escondí detrás de una ancha columna de madera.

—¡NO! —gritó Daphne. Cayó al piso de rodillas, estremeciéndose del dolor.

Estaba pasmada, no entendía qué pasaba.

Hasta que mi madre se acercó hacia ella, sin despegarle la mirada, cogió la carta que estaba ahora en el suelo; y mi hermana dejó de gritar.

Cruciatus... Había usado una maldición imperdonable con su propia hija.

Un estremecimiento me recorrió por todo el cuerpo.

¿Quién era mi madre?

Una ex mortífaga... Pero ella había renunciado a todo ese mundo, junto con mi padre hace muchos años.

—Madre... No la leas, te lo ruego por lo que más quieras —suplicaba Daphne, quién intentaba levantarse del suelo, sin tener éxito.

Error, obviamente la iba a leer.

The cursed girl from Slytherin +18 (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora