Capítulo II

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Oía como los demás acaban de informar al emperador de las cosas que habían por delante ese día, mientras que este mismo acababa de desayunar. Planeaba lo que haría ella, al menos, hasta el almuerzo. Hablaría con el maestro Mao, como dijo que haría la noche anterior.

Dirigió la mirada al mayor de todos los presentes, que veía con molestia a otro de la corte. Desvió la mirada, acobardándose por segundos de hablarle en un rato.

—Señorita hija de Chun.

Al escuchar eso, alzó la cabeza en dirección joven hombre de extravagantes vestimentas, que había girado en su dirección.

—¿Si, su alteza?

Realizó una pequeña reverencia, aguardando a que él hablara.

—Han llegado pergaminos y debes encargarte de eso. Así que debes seguirme, los demás se pue-...

—Disculpe, su majestad— se inclinó un hombre de la corte, provocando que la característica sonrisa del monarca desapareciera y diera paso a la confusión.

—¿Qué?

—Recuerde que esta muchacha no es el señor Chun. Hay información confidencial o, seguro, puede ser que no puede leer esos pergaminos.

—Cierto— asintió para posar una mano en su mentón y otra en su cadera, pensativo —. Entonces que venga también el maestro Mao, así le enseña— y volvió a sonreír.

—P-per-...

—Así ordena su emperador, ¿algún problema con eso?

Esta vez fue él el que interrumpió a ese mismo hombre. _____ observaba atenta tanto a Qin Shi Huang como al maestro Mao, en espera de algo. Lo que fuera.

—No, su majestad imperial.

—Así me parece bien— asintió para comenzar a dirigirse a la puerta de esa habitación —Maestro Mao, señorita hija de Chun, síganme.

Salió de allí bien parado y las manos por detrás de su espalda, demostrando que caminaba por su palacio. _____ se apresuró a caminar a pasos atrás del anciano con su cara que pocos amigos.

 _____ se apresuró a caminar a pasos atrás del anciano con su cara que pocos amigos

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Solamente hacía lo que el maestro Mao le ordenaba. A metros de ellos, estaba Qin Shi Huang de espaldas, leyendo los pergaminos más importantes que le pasaba la joven. Tras dejarle el más reciente, volvió a arrodillarse junto al mayor.

Estaba aburrida. Su trabajo consistía solo en eso: pasarle el pergamino al emperador.

Lo que había llamado su atención, era el hecho de que el joven muchacho no dejaba que le vieran los ojos. Por eso la distancia y la espalda. Y cuando ella se acercaba, bajaba la venda de nuevo a su lugar.

Dejó escapar aire por su nariz, sin hacer mucha exageración. No quería molestar con eso, y menos a quien tenía a su lado.

Lentamente, dirigió la mirada a un pergamino que estaba desenroscado en el suelo. Comenzó a leerlo, notando que había sido mandado por el pueblo, con unas cuantas palabras de agradecimiento a su rey. Si parecía importante, ¿por qué aún no se la había pasado al emperador?

—Estás leyendo.

Ese comentario hizo que se paralizara. Sorprendida regresó a ver al maestro Mao.

—¿Eso... está mal?

Fue lo único que se le ocurrió responder, insegura.

Sin que lo notaran, el emperador había volteado en su dirección, curioso de aquella conversación.

—Nunca había visto una mujer que lo hiciera.

Tomó el pergamino que leía para enroscarlo.

—Dime qué dice ese.

Señaló el que _____ ya estaba leyendo.

—Es del pueblo— mencionó, y notó que tanto el maestro Mao como el joven de cabellos negros esperaban a que continuara —. Agradecen a su alteza por mandar guardias a detener a la banda de ladrones del este.

—Y ese pergamino es irrelevante.

—¿Por qué lo dice, maestro Mao?— preguntó extrañada.

El anciano la vio para luego voltear unos segundos al espectador de la charla, que parecía animado de a dónde se dirigía esta misma.

—Bien, dígame usted qué piensa al respecto.

_____ se sorprendió por ello. ¿Pedía su opinión? Eso hasta la había puesto nerviosa, y más por la atención que les prestaba Qin Shi Huang que incluso se había acomodado y dejado de darles la espalda.

—Yo... creo...

—Habla con seguridad— ordenó el mayor, con su serio semblante.

Sintió sus ojos humedecerse ante aquel tono. Muy, pero muy poco, le había hecho recordar a su padre.

Respiró profundo, adoptando una postura más recta.

—Es satisfactorio escuchar palabras lindas, y las de agradecimiento a mí parecer. Quizás, a su alteza, le guste leerlas. Pero solamente estoy suponiendo, disculpe mi atrevimiento, su majestad— apoyó su frente en el suelo, en medio de sus manos.

—No te preocupes, señorita hija de Chun. Puedes levantarte— hizo un movimiento con su mano para restarle importancia, al tiempo en que sonreía.

Su corazón latía con fuerza de los nervios. Lentamente fue recuperando su postura anterior, para mirar al maestro Mao que la analizaba.

—Probablemente, en dentro de poco haga esto usted sola, señorita— informó bajo, para pasarle un pergamino nuevo y seguir con su lectura.

—Gracias— asintió, tomándolo y empezando con su lectura.

Sentía que esta vez si tenía más oportunidades de pedirle que le enseñara qué hacer, durante el tiempo que estuviese al servicio del emperador Qin Shi Huang.

Sentía que esta vez si tenía más oportunidades de pedirle que le enseñara qué hacer, durante el tiempo que estuviese al servicio del emperador Qin Shi Huang

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MUJER |Qin Shi Huang y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora