En la más remota profundidad del Tártaro, la prisión de titanes, y bajo una lúgubre y espesa capa de niebla y ceniza se encontraba el antiguamente gobernador de los titanes. El único que se atrevía a frecuentar el lugar en el que residía tan vil criatura era el mismísimo rey del inframundo Hades.
Sus ropajes de cuero recordaban al traje de un motero americano, y sus múltiples adornos metálicos chocaban entre sí, anunciando su llegada desde la distancia.
-¿Has vuelto? Tu mera presencia aquí hace que se me empiecen a caer los pocos pelos que me quedan.-Una voz tan ronca y grave que se asemejaba al sonido producido por un instrumento de viento metal extremadamente pesado era emitida de la celda.
-He venido a traerte noticias, maldito viejo decrépito.- Contestó Hades con una sonrisa burlesca.
Crono no apartaba la mirada de una herramienta con forma de bastón de color morado reluciente que yacía apoyada en una pared de su celda.
-¡No necesito saber nada de vuestro estúpido reinado!- El grito del titán dañó los tímpanos de su vástago, haciendo que tuviera que usar sus manos para taparse los oídos.
Tras decir estas palabras, Crono agarró los barrotes de su prisión y pegó su rostro contra los mismos. Hades, al ver esto, alzó su mano, a lo que su padre comenzó a retorcerse de dolor en el suelo.
-Tu fuerza no es la que era, lo sabes. No tientes a la suerte. Ya me avergüenza lo suficiente el hecho de que mi padre sea tan débil como para tener que soportar también que sea un estúpido.
Hades escupió hacia dentro de la celda. Tras unos segundos, Crono dejó de retorcerse.
-Me han llegado noticias de que hay un nuevo dios en el panteón... Y es hijo de humanos.- Hades sonrió esperando ver cómo estas palabras desagradarían al titán.
Las palabras del dios hicieron hervir la sangre del su padre que, con los ojos enrojecidos por la cólera, se levantó del suelo y volvió a pegarse a los barrotes.
-¡¿Ese estúpido lo ha hecho de nuevo!? !Los humanos no pertenecen al mundo celestial, estáis cometiendo un grave error!
Hades volvió a castigar a Crono. Sin embargo, esta vez no pudo tumbarlo ya que este, para resistir el ataque, tomó el bastón y lo utilizó para apoyarse.
-Maldito viejo, sabes que esa herramienta no te pertenece...
-El báculo es lo que hará posible mi venganza. Aclaró Crono.
Ese instrumento en las manos de Crono era el llamado Báculo del tiempo. Creado por la madre Gea y reforjado por Hefesto, fue otorgado al dios del tiempo Chronos. La herramienta servía para evitar que la dimensión temporal se viera destruida durante los días de la Titanomaquia.
Residente en Saturno, el viejo Chronos utilizaba el báculo para viajar en el tiempo y cerrar brechas que ponían en peligro la estabilidad del universo.
Cuando la guerra estaba por terminar, y con todos sus compañeros apresados, incluído el gran Crono, el titán Menecio robó el báculo de las manos del dios del tiempo con el objetivo de regresar al pasado y cambiar los acontecimientos, rompiendo así el contrato divino que había firmado el ser celestial. Esto hizo que el cuerpo de Chronos empezara a envejecer muy aceleradamente, perdiendo la habilidad de andar en pocos segundos.
Además de este contrato de propiedad que castiga al portador si deja de poseer la herramienta, el báculo tiene otras dos grandes condiciones. La primera, llamada contrato de firmado, habla de cómo la nueva línea de tiempo creada no se superpondrá a la actual hasta que el usuario no regrese al presente. La segunda, llamada contrato de justicia, hace que no puedas condenar a ningún ser antes de que cometa un crimen. Simplificando esta última, y poniendo como ejemplo una situación de guerra, puedes retroceder en el tiempo para luchar con la ventaja de conocer los sucesos que ocurrirán, pero no puedes acabar con tu enemigo viajando a un punto anterior al de que dicha guerra comience.
Menecio se presentó en el Olimpo, pues pretendía ir al pasado en ese lugar. Levantó el báculo, y justo cuando estaba a punto de retroceder temporalmente, fue frenado por Poseidón y aprisionado por Hades.
Zeus tomó el báculo, y al darse cuenta de la situación, se apresuró en acudir a Hermes y solicitarle que le entregara el báculo a Chronos, el dios del tiempo, ya que si tardaba demasiado en devolvérselo, sería demasiado tarde y este moriría.
El mensajero, que no se atrevía a cuestionar las palabras del por entonces nuevo gobernador del Olimpo, y no era el presente más avispado, confundió los nombres, tomó el báculo y fue corriendo al Tártaro para entregarle la herramienta a Crono, el titán. Este, al recibirlo, rápidamente firmaría un contrato, obteniendo el derecho divino a usar el báculo. A pesar de eso, Crono aún no tuvo la oportunidad de utilizarlo, ya que las herramientas divinas pierden su efecto mientras están en el inframundo.
Chronos perdió la vida poco tiempo después, y Hermes fue castigado por Zeus a correr sin parar durante 1000 años.
Ya ubicados en el presente, Hades sintió que una entidad divina había llegado a las puertas del Tártaro. Sin despedirse de su padre, se dio la vuelta y partió hacia allí.
En la entrada de la gran prisión, Ares golpeaba las puertas, que medían más de 30 metros de altura y 4 metros de grosor. Como de costumbre, no emitió ningún sonido vocal.
Una simpática voz contestó desde el otro lado del portón.
-Lo siento, no puedo abrirte sin el permiso de mi señor Hades. Me da igual quien seas, lárgate.
Ares dio unos pasos atrás, y se abalanzó contra las puertas, dando un golpe brutal que las abriría al instante de par en par. Al otro lado encontró un mar de agua negra, y encima de un pequeño bote, un anciano delgaducho y barbudo que miraba sorprendido.
-Disculpa, no le recomendaría entrar así a este lugar, Cerbero no dejará que nadie pase a no ser que Hades haya dado permiso antes.- Aclaró el anciano, revelando que era el usuario de la voz simpática.
Ares, sin abrir la boca, se subió al bote con el anciano, tomó un remo, y se adentró navegando en el oscuro océano. El viejo, alterado y nervioso, al no saber como manejar la situación, se acurrucó en la esquina del bote más alejada del dios de la guerra.
-Al menos puedes decirme tu nombre...
No hubo respuesta por parte de Ares.
-Yo soy Caronte, el barquero de los muertos.
El viejo extendió una mano esperando un amigable apretón por parte del dios, a lo que Ares contestó con una mirada de desprecio.
Un poderoso gruñido generó un oleaje que no volcó el bote de milagro. Dicho sonido había sido emitido desde el oscuro y lejano horizonte.
El anciano mostró una mueca de pavor.
-Es Cerbero, sabe que estamos aquí.- Dijo el viejo mientras empezaba a temblar de miedo.
Una sonrisa nerviosa se manifestó en el rostro de Ares, ya que sabía que el enfrentamiento directo con la bestia sería inevitable, y continuó remando hacia el interior de la prisión.
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El Dios de la Certeza
FantasíaTras haber descubierto la verdad oculta de Zeus, William Walker forzó al gobernador del Olimpo a otorgarle diversos privilegios a cambio de su silencio. Lo que el dios no sabe, es que el inglés se la tiene jurada a todos y cada uno de los residentes...