Nova se frotó la barbilla.
-¿Y cómo tienes pensado volver al Olimpo?
William alzó una de sus manos y, tras un resplandor, una lira dorada apareció en su mano.
-Si hago sonar la lira, Hermes tendrá que venir a buscarme.
Tras hacer sonar el instrumento, en un chasquido de dedos, el Dios mensajero hizo presencia frente al grupo.
-No intentes nada, William Walker. He hablado con uno de los dioses del Olimpo sobre la existencia del ser inmundo que guardas en tu morada. Si no vuelvo sano y salvo, tiene la orden de dar la información a Zeus.
William alzó las manos y se encogió de hombros, dándole un pequeño papel a Nova disimuladamente.
-Tranquilo, tranquilo. Sólo quiero que me lleves al Panteón.
Hermes miró con desconfianza al Dios de la Certeza, intentando buscar alguna apertura que delatara sus claramente retorcidas intenciones.
William se dirigió a Chuck.
-Escúchame, necesito que cuides de Sarah. Estaré fuera por un tiempo.
Chuck se levantó al instante y se retiró del lugar.
-En cuanto a vosotros dos, -Dijo William, señalando a Galahar y Nova.- Iréis rumbo a Atenas, ahí tengo un contacto con quien tenéis que encontraros. Preguntad por William O'Neill. Un irlandés que responde al seudónimo de "Brutus Billy".
Nova hizo una extravagante reverencia y Galahar se dio la vuelta.
-Confía en mí, pequeño Will. Este caballero de pacotilla no hará nada que nos pueda poner en peligro.
-No te preocupes, Nova. Sé que no hará nada. Y en el caso de que lo hiciera, estaré preparado.
William entonces se acercó a Henna.
-En cuanto a esta pequeña... Tú te vienes conmigo.
Tras una pequeña discusión con Galahar, y una serie de gruñidos por parte de la hija de Hefesto, William, Henna y Hermes desaparecieron en el horizonte.
Al llegar, el panteón estaba vacío, a lo que William habló con Hermes.
-Me lo esperaba. Intentan preparase, ¿No es así?
Hermes giró su cabeza hacia otro lado con desprecio y se retiró del lugar.
-En cuanto a ti... ¿Alguna vez has estado en el Panteón?
La pequeña respondió de manera agresiva.
-Por supuesto. Conozco a varios dioses de aquí.
-¿Fueron ellos quienes te dieron esto?
William sacó de uno de los bolsillos de su gabardina la navaja que había estado a punto de acabar con él.
-¡Devuélveme eso! Mi padre hizo este arma para mí.
-De eso nada. Tengo planeado usarla para acabar con su vida.
La niña empezó a dar pequeños e insignificantes puñetazos en la pierna del dios de la certeza.
-Tú jamás podrás vencer a alguien como Hefesto.
-Te equivocas, niña. Sin embargo yo pensaría lo mismo. Sobre todo por esa maldita llama de su cabeza.
A pesar de lo que muchos creen, Hefesto no nació con la llama forjadora en su pelo. Hera no habría sido capaz de enjendrar un arma tan destructiva. La historia que hasta muchos dioses desconocen es muy diferente.
Hera tuvo cuatro hijos, uno de ellos siendo el Dios del Fuego y la Forja, Hefesto. Sin embargo, Hefesto nunca fue amado por su madre, ya que éste era el ser más feo que la Diosa del Hogar había visto jamás. Fue por esto que acabó siendo desterrado del Olimpo, destinado a vagar por la Tierra, donde sería discriminado por su exagerada fealdad.
Tras miles de años sin encontrar su lugar, Hefesto decidió que estaba harto de esa situación y comenzó a trabajar en los bajos mundos, haciendo finalmente amigos en ese sector.
Fue ahí donde destacó por su gran habilidad innata como forjador de diferentes herramientas y utensilios. Además, cuando podía, creaba esculturas de chatarra que representaban el Panteón y a los residentes del mismo.
Sin embargo Hefesto, al no ser un mortal, tuvo que ver morir a cientos y cientos de sus amigos, haciendo que terminara recluyéndose de nuevo bajo una coraza de miedo e inseguridad.
Los años pasaron, y a los oídos de Hefesto llegó la información de la existencia de un artefacto conocido como "La fuente anciana", aquel que podría darle una utilidad que sería valorada entre los dioses.
La fuente anciana le otorgó el poder de fabricar armas y herramientas divinas, aquellas que serían capaces de acabar con seres que se autoproclamaban inmortales. Sin embargo, a cambio de tan inmenso poder, una llama comenzó a arder en su pelo. Una llama tan caliente que calcinaría a cualquier persona, mortal o inmortal, que se acercara a menos de un radio de aproximadamente tres metros del dios de la forja. Además con la condición de que, si dicha llama llegara a apagarse, el alma de Hefesto llegaría a su fin.
Fue así como el Dios del Fuego y la Forja sería aceptado de vuelta en el Olimpo. Pero aún más marginado que nunca, ya que ningún ser viviente podría acercarse a él sin perder la vida por ello.
Hefesto tiene la capacidad de apagar la llama cuando desee, y ha estado a punto de hacerlo innumerables veces. Pero la llegada de la pequeña Henna a su vida hizo que no volviera a pensar en algo así.
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El Dios de la Certeza
FantasyTras haber descubierto la verdad oculta de Zeus, William Walker forzó al gobernador del Olimpo a otorgarle diversos privilegios a cambio de su silencio. Lo que el dios no sabe, es que el inglés se la tiene jurada a todos y cada uno de los residentes...