[Capítulo 14]: Cementerio de dioses

42 2 0
                                    

Afrodita, Apolo y Hermes permanecían aterrorizados en una esquina del panteón. William no podía parar de reírse a carcajadas. Zeus estaba furioso pero no intervenía entre Hades y Ares.

Ares apartó la mano del dios del inframundo.

-¡No es momento para esto!

Hades entró en un estado de cólera absoluto. Generó una sombra que rodeó a Ares y se lo llevó consigo a rastras hacia la salida del panteón.

-El gran salón no es lugar para derramar tu sangre.

A través de los ojos del rey del Tártaro se podía vislumbrar un sentimiento de tristeza y odio.

Ares empezó a pedir ayuda.

-¡Suéltame! ¡Zeus! ¡Haz algo!

Zeus, que se había sentado en su trono de nuevo, no movió un dedo.

-Has fracasado, Ares. Ese será tu castigo.

La mirada del dios de la guerra delató la desagradable sorpresa que se llevó al saber que su padre no haría nada para evitar la muerte que le esperaba a la vuelta de la esquina. Empezó a gritar de terror.

Hades llegó al portón arrastrando a Ares por el suelo con ayuda de la sombra. Ambos salieron del salón.

William le hizo un gesto a Hermes, a lo que éste se acercó a él.

-Es tu trabajo servirme como medio de transporte. ¿No es así?

Hermes suspiró.

-Así es.

-Llévame a Londres.

Hermes soltó un suspiro más sonoro que el anterior.

-No me agrada tener que ayudarte después de todo esto. Pero si rompo el contrato divino mi castigo será titánico.

Ambos se levantaron y se dirigieron a la entrada. Sin embargo, Zeus se interpuso en su camino.

-Encontraré la forma de matarte, humano. Y si no es así, te torturaré hasta que desees que lo haya hecho.

William no se amedrentó con esta declaración. Todo lo contrario, sonrió de oreja a oreja.

-Veo que estáis empezando a tenerme miedo. Pero no dejéis que eso os ciegue, recuerda que aún conozco tu secreto, y no dudaré en contárselo a la humanidad si es que haces algo así.

Zeus agachó la cabeza y se hizo a un lado.

-Acabarás mordiendo el polvo.

William soltó una carcajada. Pero fue interrumpida por un ataque de tos. A los breves segundos cayó inconsciente.

Hermes se acercó a su cuerpo.

-¿Qué ha ocurrido?

Zeus se acercó también.

-La maldición. Su maldición. Él es un dios ahora.

-¿Su maldición? Entonces... Su maldición es algo que hay aquí, en esta sala.

Zeus se acercó aún más a William.

-Es nuestro momento. Acabemos con él.

A pesar de esto, Hermes se percató de que William ya había hecho su solicitud, y que si no lo llevaba a Londres, el contrato divino se rompería. Hermes también se percató de que, en la situación crítica en la que estaban, Zeus no dudaría en sacrificar la vida del dios mensajero con tal de acabar con la del dios de la certeza. Así que, en un parpadeo, Hermes tomó el cuerpo inconsciente de William y desapareció en el horizonte.

Zeus golpeó el suelo.

-Maldito insecto... Cuando vuelvas sufrirás el peor de los castigos. ¡Hermes!

A pesar de estar ya a miles de kilómetros de distancia, el mensajero divino pudo escuchar el poderoso grito de su padre.

Mientras tanto, Hades continuaba arrastrando al dios de la guerra. Ambos llegaban a una enorme sala oscura, en la que una ligera niebla bañaba el lugar con una atmósfera fúnebre.

A pesar de su colérica y amenazante mirada, la voz de Hades se mantenía firme.

-¿Sabes dónde estamos? Estamos muy cerca del panteón, pero estoy seguro de que un ególatra como tú no ha visitado este lugar en toda la eternidad.

El miedo impedía que Ares, que seguía preso por la sombra del inframundo, fuese capaz de abrir la boca.

Hades, tras esperar unos pocos segundos, continuó hablando.

-Está bien, tampoco es que esperara más de tí. Este lugar en el que te encuentras es el gran cementerio de dioses. ¿Ves ese gran mausoleo? -Hades señaló a una prominente y hermosa estructura de piedra. -Está reservado para mi querida Perséfone. Los Hecatónquiros traerán su cuerpo esta noche.

Ares se intentaba librar de la sombra sin éxito.

-He estado pensando... ¿Dónde puedo enterrar tu cuerpo? Puedo dejarte cerca de tu hijo... Recuerdo que te afectó bastante esa pérdida. Aunque no podemos culpar al pobre Hércules, él tan solo es un héroe.

Hades trataba de pagar su ira haciendo rabiar a Ares antes de acabar con la vida de éste. Sin embargo, vio algo que lo confundió lo suficiente como para tener que callarse momentáneamente.

Ares estaba sobre una roca a varios metros de disancia mirando la escena desde arriba.

Pero Hades no reaccionó impulsivamente.

-¿Crees que puedes hacerme caer en un truco tan pobre? Veo el cinturón brillar desde aquí.

Pero, en la cabeza de Hades ya se había plantado la semilla de la duda. ¿Era el Ares que se hallaba preso el real o el verdadero era el que permanecía observando la escena desde la distancia? A pesar de que las probabilidades eran bajas, existía la posibilidad de que se hubiera escabullido de la sombra en algún momento y quisiera utilizar la ilusión para tenderle una trampa.

-No. No es posible. Si hubieras escapado de mi sombra, lo habría notado. El real sigue preso. Acabaré contigo ahora.

Hades sacó la daga de su bolsillo.

-Si no recuerdo mal, tu alma divina se sitúa en tu pecho.

Hades se acercó a la sombra.

Mientras el asesinato se llevaba a cabo, la otra figura de Ares seguía en silencio sobre la roca.

El rey del Tártaro aproximó la daga al pecho de Ares. Tras un par de segundos, la incrustó en éste.

-Muere.

Pero el cuerpo, que seguía preso en la sombra, no se desvanecía.

Hades se sorprendió.

-¡Imposible! Entonces el real...

Se dio la vuelta, pero la figura de Ares que miraba desde la distancia ya no estaba ahí.

-¿No está? Entonces...

Antes de que se diera la vuelta de nuevo hacia su sombra, Hades sintió cómo una lanza atravesaba sus intestinos, haciendo un agujero desde su espalda hasta la zona abdominal. Una voz extremadamente furiosa salió del cuerpo que se encontraba aprisionado.

-Has cometido un error, Hades. No debiste mencionar a Hércules.





El Dios de la CertezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora