Capítulo 5: La Ceremonia

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Los doce se miraban sin saber muy bien que decir. Ellos se habían criado con historias sobre la unión entre todos los clanes, no solos los ninjas del país del Fuego, sino de todos los que un día fundaron la Hermandad de los Caballeros de Sangre. El anciano les dio unos momentos para que se recompusieran.

- ¿Quién era ese señor tan estirado que entró al final? – preguntó finalmente Chobee.

- Era uno de los señores ricos y poderosos del país del Fuego. – explicó el anciano. – veréis, en aquellos tiempos, los que tenían tierras para cultivar o ganado para criar eran los que controlaban el país. Daban puestos de trabajo, creaban rutas comerciales y se hacían ricos explotando a los más pobres. Cuando los clanes ninja empezaron a emerger con fuerza, luchaban por expandir sus fronteras y esos ricachones encontraron la manera de usarlo en su favor. Contrataban clanes ninja para que protegieran sus rutas comerciales o para atacar las de sus adversarios. Eso, unido a las ganas de pelear de los ninjas de la época desató una guerra sin precedentes en el país. Estas batallas eran tan comunes, que los clanes ninja se quedaban sin guerreros con los que poder luchar. A los 6 años, empezaban a entrenar a sus niños en el arte de la espada, el lanzamiento de kunais y en las técnicas elementales y secretas de sus clanes. Unos años después, estos niños eran enviados al frente, a luchar. La esperanza de vida era muy corta. Con el tiempo, los clanes ninja empezaron a desarrollar un odio personal hacia los otros clanes, dejaron de hacer caso a los señores ricos del país y empezaron a atacarse sin razón alguna.

- Todo eso va en contra de todo lo que nos han enseñado. – dijo Ichizoku. - ¿Por qué nos mentirían?

- No os mintieron jóven Ichizoku. Esto es sólo el principio de la historia, conforme avancemos, llegaremos al momento en que todos vivían en paz... aunque aún queda mucho para eso. Ahora, voy a mostraros el siguiente recuerdo.

Antes de terminar de hablar, el anciano ya había terminado de dibujar el nuevo símbolo en la piedra y los colores comenzaron a mezclarse. Aparecieron en una habitación de madera. Tenía una cama en medio de la habitación, un pequeño armario, una ventana frente al armario y una puerta, también de madera. Delante del armario cerrado se encontraba Kaitsja Uchiha.

Habrían pasado pocos días desde el último recuerdo, ya que tenía las mismas magulladuras, pero su expresión era distinta, más adulta. Ya no vestía el kimono azul. Llevaba los pies y las manos vendados, unas sandalias azules que se cerraban en los tobillos para dar un buen agarre, un pantalón azul ajustado y una camiseta también azul de manga larga. Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando sonó la puerta.

- Kai, date prisa, todos te están esperando. – dijo desde detrás de la puerta Naka, su madre. –

- Enseguida voy, madre.

Cerró los ojos y levantó la cabeza al techo. Suspiró profundamente. Volvió a abrir los ojos y cuando se disponía a salir, escuchó una risita que venía, sin duda, del armario. Había preparado su nuevo uniforme antes de desayunar así que no había vuelto a abrir el armario. Sonrió levemente y abrió y cerró la puerta como si se hubiese ido, mientras se escondía detrás de la puerta del armario. Está se abrió tímidamente. Un ojo castaño y grande se asomó, mirando por la pequeña apertura y tras volver a reírse, abrió la puerta por completo y salió del armario.

- ¡Buu! – dijo Kaitsja. –

- ¡Ahhhhh! – dijo Naori mientras se caía hacía atrás. – auch, qué dolor.

- ¿Se puede saber qué hacías ahí metida, señorita?

- Hermaito tiste. Nori quia sustar.

Las Crónicas de Kaitsja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora