-1- Suenan las campanas

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Hace un día precioso fuera y no hay nubes en el cielo. Los pájaros sobrevuelan los árboles, y los niños juguetean en los columpios del parque de en frente. Pero aquí estás tú, vestida de negro bajo un sol que no perdona a nadie.

Las campanas suenan, y por desgracia, no es para avisar de una boda.

El sacerdote pregunta si hay alguien que quiere decir sus últimas palabras a la fallecida. Los padres de ella son los primeros en acercarse a la lápida abierta, tirar un ramo de rosas que tú no sabes el nombre, y profesar lo mucho que querían a su hija más caprichosa. Hay lágrimas que gotean la tierra, y sollozos tan sonoros que te hacen desear haber nacido sorda. Porque a veces escuchar el dolor ajeno es suficiente para volver a cualquiera insano.

El último en acercarse a la lápida abierta es Johan. Su pelo revolotea contra el viento, tan brillante y llamativo como el oro de los tontos. Tu mirada recae en su espalda, y la forma como él se encorva hacía adelante. Como si fuese a tirarse al agujero y escarbar la tierra húmeda. Embarrar las manos, y ensuciar su caro traje de bodas en busca de un milagro.

—Guarda sitio para mí ahí abajo, nena. —Él habla con la voz cálida. —Sabes lo inquieto que soy y lo mucho qué odio esperarte.

Escucharlo te pone los pelos de punta. Porque más que las últimas palabras, esto parece una promesa. De que Johan, la acompañará al más allá muy pronto.

Y tú, no puedes hacer más que cerrar la boca y morderte los labios. Solo notas que te has lastimado cuando pasas la lengua sobre tu delicada carne, y arde. El sabor metálico en tu boca sigue en todo el transcurso del entierro.

Los días que siguen luego de esto, ya no son los mismos.

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La documentación no deja de apilarse cada día que pasa sobre tu mesa. Albaranes por revisar, facturas que comprobar y dar por buena. Pasarlo todo al sistema. Archivar los papeles una vez finalizado...

"Hoy toca quedarse hasta tarde." Observas la hora en la esquina de tu portátil de sobremesa y bufas con desgana. No pasa ni medio segundo y ya está sonando otra vez el teléfono fijo a tu mano izquierda.

—Buenas tardes, hablas con la empresa Phelps ¿En qué puedo ayudarte? —Repites el monótono saludo de siempre. —Oh, sí. Entiendo perfectamente. Sobre el pago a noventa días. —Asientes, aunque no haya nadie para verte hacerlo. —Lo siento, pero antes hay que comentárselo con el señor Phelps. ¿Por qué no me envías la solicitud por correo electrónico con copia a él? —explicas— No. No puedo adelantarte el pago Marlene, descuadraría todo y lo sabes. —Masajeas la frente mientras escuchas a la mujer al otro lado de la línea que sigue insistente. —¿Qué quieres hablar con él? —Te muerdes el labio y contienes el aliento.

Mierda.

Por puro reflejo levantas la vista y observas la gran puerta de madera maciza con relieves florales. Sabes quién está detrás de ella, y eso no te hace sentir mucho mejor.

Te agobia siquiera acercarse a él. Aunque no por lo que piensen los demás.

—¿Sigues ahí? —Marlene pregunta al otro lado de la línea.

—Sí, perdona Marlene. Me distraje con las facturas que tengo a mano.


¿Qué harás a continuación?

a)Excusar a Johan y decir que envié un correo electrónico. ( Ir a 1.d)

b) Ir a hablar con Johan. (Ir a 1.a)


BOSS (Novela interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora