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Independiente de lo mal que te sentiste ayer por lo ocurrido, el día amanece a todos por igual. Y vaya que hace un cielo precioso fuera.

El camino hacia al trabajo es agradable. Los pájaros cantan y los perros te ladran los buenos días. Cuando llegas a oficinas, Encarna te saluda tan animada como siempre acompañada de un:

—Chica, lo que mataría yo por un traguito de café.

—Y yo por quedarme cinco minutos más en la cama. —Es tu réplica cuando sigues al ascensor y ella vuelve a lo suyo. Pero hoy no te vas, y la pelirroja te observa confusa. Pero antes que ella te pregunte que pasa, tú te adelantas. —Oye Encarna, eres una mujer cojonuda. Lo sabes ¿Verdad?

—Uy uy uy. —Ella te guiña el ojo con travesura. —¿Pero qué mosca te ha picado hoy, mozuela?

—La que le gusta hacer la pelota a los demás. —Dices con una ancha sonrisa.

Quizá ella se haya dado cuenta de la melancolía reflejada en tus ojos, a saber. Sin embargo, cuando ella te acaricia el brazo izquierdo, te entran ganas de llorar.

La echarás de menos.

—Cariño, ¿Qué pasa? —Encarna pregunta con sus hermosos ojos verdes saltones en tu dirección.

—No pasa nada. —Te excusas por el momento. No quieres llorar aquí. Tu orgullo te lo impide. —¿Y Encarna?

—Dime, cariño.

—Te invito al desayuno. Promete que me harás compañía hoy. —La coges de las manos y aprieta con ternura.

—Chica, yo nunca rechazo un desayuno gratis.

—Bien. —ríes —Te llamo luego ¿Vale?

Encarna asiente, y eso es lo que cuenta. Por lo menos, podrás despedirte de ella como toca más tarde. Ahora, el ascensor te espera al final del pasillo. Esta será la última vez que lo utilices. Y es un tanto ridículo que te pongas triste por eso, pero la vida.

Hay gente que sufre por personajes ficticios, tú lo haces por un estúpido ascensor de pacotilla. Prioridades, Maricarmen. Prioridades.

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Cuando las puertas se abren ya en tu planta, te encaminas primero a la que ya no será tu mesa. ¿Algo bueno de todo eso? Que no echarás de menos ella, eso seguro. Te comiste infinidad de marrones sentada en aquella silla, con los codos pegados en aquella mesa. Pobre del siguiente o la siguiente que te reemplace. Le deseas toda la suerte del mundo.

Te acercas a uno de tus cajones y lo abres. Le echas un simple vistazo antes de levantar la cabeza, y mirar hacía la dirección de la ventana del despacho de Johan. Te sorprende ver que la rejilla está subida hasta arriba, y más aún, que Johan te está mirando desde su sitio.

Las mariposas revolotean en tu estomago igual que ayer, imparables. Pero no hay nada que tu puedas hacer al respecto. Y mucho te temes que siempre será así con él. Nerviosismo, ansias. Y ahora culpabilidad también.

Sus ojos castaños claros miran hacia otro lado después de un tiempo que te parece infinito. Las mariposas en tu interior finalmente te dan un respiro, aunque no tu corazón. Por eso, dejas de mirarlo también y vuelves a centrarte en lo que hay dentro de los cajones. Toqueteas los papeles que hay y hurgas por debajo. No sabes porque lo haces, pero te tomas tu precioso tiempo en ello.

"Vísteme despacio, que tengo prisa." Recoges el estuche que utilizas para tus trastos y lo metes en la bolsa. Hay dos figuritas que pusiste al lado del ordenador, pero al final decides por dejarlas allí. Sería una pena llevarte una y dejar la otra huérfana, además, dan un toque especial a la mesa.

BOSS (Novela interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora