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Tienes mucho trabajo pendiente, no hay tiempo para investigarlo por tu cuenta. Sobre todo, cuando Johan te lo puede decir con una simple búsqueda en la base de datos siendo él Admin.

Antes de levantarte, haces dos montículos entre los albaranes que ya están finiquitados y los pendientes por revisar. También pones una goma de pollo alrededor de los sobres con las facturas cerradas. Vuelves a pasar la vista por la mesa para comprobar que todo está en orden y por último, como siempre, miras hacía la ventana que da a la calle. El jarrón blanco de porcelana sigue allí, intocable.

"Traeré flores frescas que ponerle." Lo apuntas en tu lista mental, aunque por si acaso, también lo anotas en un post-it que tienes al lado del ordenador. "Listo."

Con la factura problemática en manos te diriges al despacho de Johan, y realizas la misma rutina: Tocas la puerta, esperas a que él te responda con un gruñido, tiras del pomo, entras, y le informas del problema.

Lo único que te ha descuadrado, es que Johan no te ha gruñido como antes. ¿Quizá ha tenido un buen día fuera?

—¿Pasa algo?

—Oh, bueno, esto...—La atención que él te está prestando es de lo más inusual, tanto que por un momento te has quedado atontada. Casi jurarías que el Johan de antes ha vuelto. Que no ha muerto, que solo ha estado hibernando como los osos una larga temporada. —Discúlpame señor Phelps. —Dices rápidamente y vuelves la atención a la factura que llevas en mano. —No quería molestarte, pero ha pasado algo que requiere de tu atención.

La ceja izquierda de Johan sube hasta arriba, y él deja de mover el ratón del ordenador para centrarse en ti. La camisa negra que él lleva puesta se le arruga mientras él se mueve hacia adelante y apoya los codos sobre la mesa de roble macizo a medida. No entiendes como él puede tener las mangas de la camisa dobladas muy por encima de la muñeca con el frío que hace allí dentro. Su piel siendo tan blanca que te preocupa.

Y brazos delgados...demasiados para ti. La única zona de piel que realmente tiene otro color más que el blanco, son los nudillos de Johan. Y sus venas. Si te acercas lo suficiente, podrás verlas con facilidad.

—No me digas que es lo de Marlene otra vez.

—No, no es eso Señor Phelps. —Le garantizas.

Johan entonces te mira a los ojos por una milésima de segundo, y su boca abre y cierra rápidamente. La yema de sus dedos toquetea la mesa, y parece que está disgustado con algo, pero no te dice el qué.

"Mierda." Dejas la mente en blanco y esperas a que venga la bronca de siempre. Johan siempre te mira de esa forma cuando haces algo que, según él, está mal.

—¿Qué otra cosa sería entonces?

Espera, ¿Qué? Lo encaras sorprendida de veras. ¿Es eso alguna clase de trampa?

—Bueno, estuve revisando esta factura y hay cosas que no cuadran.

Ujum... —Sus ojos castaños claros bajan hasta tus manos y allí se quedan a espera que tu sigas. Y eso haces.

Le explicas sobre los gastos realizados, y de los tres últimos dígitos de la tarjeta de crédito. Johan te escucha mientras tú le pasas la factura a que él la revise también. Él se mantiene en silencio un largo rato, leyendo línea por línea con una expresión neutral. Lo único que se oye aparte del dedo de Johan moviéndose por la hoja, es el toqueteo de sus botines en el suelo de granito.

—¿Y bien? —Lo miras con curiosidad. —¿Podrías mirarme en el sistema a cuál de los empleados pertenece esta tarjeta?

Johan sigue callado unos instantes más, y cuando te mira, sus ojos castaños claros se ven fríos y distantes. La bestia asoma el hocico, y casi esperas a que él empiece a rugir en este mismo instante.

—No te preocupes con la factura. Ya lo arreglaré yo. —Comunica al final, volviendo a coger el ratón y centrándose en el ordenador otra vez.

—Pero señor Phelps, yo tengo que confirmar que todo lo que salga en la factura esté bien para poder archivarla y

—Ya. Lo. Arreglaré. Yo. —Su respuesta no te da lugar a réplicas. Su postura defensiva menos todavía.

—Muy bien. —Asientes y te das la vuelta. Sin embargo, antes que salgas del despacho, Johan te llama. Cuando tus ojos se encuentran con los de él, ocurre algo extraño. Independiente de la frialdad e indiferencia obvia, hay calidez allí. Camaradería quizá. —¿Sí, señor Phelps? —De esa vez él gruñe. Bajito, pero lo hace. A lo que te preguntas que habrás hecho mal esta vez para recibir una respuesta así de indómita por parte de él.

"Da igual." No tiene sentido razonar con los cambios de humor tan drásticos en Johan. Si al final será cierto eso de que él es una bestia por debajo de su capa de piel blanquecina.

—Gracias por el café. —Él te guiña el ojo derecho y vuelve a mirar a la pantalla del ordenador no mucho después. Como si este gesto no fuese la gran cosa.

Santísimo cielo, tú casi pierdes el equilibrio y te fallan las piernas.

(Ir a punto 2.b.1)

BOSS (Novela interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora