-1.b-

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Las ganas de rechinar los dientes y apartar la vista eran grandes, pero tu amabilidad seguía siendo mayor. Encaraste a Johan entonces, y de forma genuina aceptaste su disculpa.

Sin embargo, la manera en la que los ojos castaños de él te han mirado...había rabia. Como si él se hubiera dado cuenta de la lástima que había en ti por él.

Johan se volvió más distante en los días que siguieron. ¿Y honestamente? Eso dejó de importarte con el tiempo. La faena empezó a ser un infierno no mucho después.

—¿Qué es lo que quieres ahora? Y mira que te he dicho hoy que no estoy disponible para nadie.

—Lo sé señor Phelps. —respiras hondo. —Pero Marlene está en la otra línea y es importante.

Johan levanta la vista de los papeles que tiene en frente con una mueca de puro desagrado. Es más, por la forma en la que él lo hace, sientes que todo el estrés te lo está redireccionando a ti.

—¿Tan importante que no pueda decírmelo por correo? —Sus ojos castaños claro te perforan con una furia silenciosa. Juzgándote con cada parpadeo. Alimentándose de tu miseria, e igualándola a la de él.

Si él no puede ser feliz en este mundo, los demás tampoco. Es lo que te dice su mirada gélida. Te da miedo aguantarle la vista a veces. Aunque por extraño que parezca, el miedo que sientes no por tu bienestar.

—He hablado con ella señor Phelps, y Marlene quiere un adelanto del pago. —Le explicas mirando la mesa de Johan. A diferencia de la tuya, la de él está impoluta. No más que dos carpetas y un puñado de papeles. ¿Cómo no? Toda la faena él te lo ha dejado a ti.

Haciéndote miserable con el exceso de trabajo. A veces, le odias tanto por eso.

—No.

—¿Sí, señor Phelps?

—Que no adelantaremos el pago. Despáchala.

—Pero señor Phelps, Marlene desea hablar con usted y si me permite aconsejarte...

Una mano en alto es suficiente para cerrarte la boca. Lo único que te alivia es que él no esté gritando, y eso es un plus.

—Le diré que no es posible entonces. —Levantas la vista lo suficiente como para observarlo de soslayo. El sol que viene de la ventana llega a Johan desde la cintura hasta las manos.

Ves dedos largos y pálidos como un cadáver volteando la página de una factura. Te entra el frio en el cuerpo con apenas un vistazo. Como si no quedara calor en él.

Johan se ha vuelto gélido como un glacial, tanto por dentro como por fuera.

Cada día que pasa, más cerca queda él de Helena.

—Fuera de mi despacho. —Su voz sube dos octavas y carraspea cuando alza la vista y te ve todavía allí.

—Sí, señor Phelps —Respondes de inmediato.

Sales de allí tan pronto como entras.

Porque solo eres una simple secretaria que te tragas los marrones de un cretino, que antes, hace eones parece, tu perderías la cabeza y el cuerpo entero por verlo sonreír. Pero eso, ya es cosa del pasado.

Johan ha muerto con Helena en aquel cementerio. Lo que ocurre es, que tú aún te aferras a los recuerdos de alguien que ya no está. No hay Johan para ti.

Solo señor Phelps.

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BOSS (Novela interactiva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora